No es una fecha redonda, ni cuadrada. Pero ya me parece que todos los años cuando llega esta fecha, los medios de comunicación nos recuerdan los años que hace que ocurrió “aquello”. Incluso este año una serie de televisión ha rememorado en dos capítulos, con gran acierto, los hechos acaecidos hace veintiocho años.
Yo debí ser uno de los pocos españoles que no enteró del 23-F hasta el día siguiente cuando prácticamente todo se había acabado. En estos acontecimientos especiales, la memoria graba lo que estaba haciendo uno con todo lujo de detalles.
Tenía por aquellas fechas un amigo, Paco, soltero, que residía con sus padres pero que tenía, cono inversión, un pisito de soltero. Y le tenía como inversión porque no le recuerdo como aventurero en otros temas, no seamos malpensados. Era, y es, una persona culta, de muy agradable conversación y que entre otras tenía la afición de tocar el órgano. El órgano de iglesia. Por aquellas fechas se había comprado uno, electrónico en cuanto al sonido pero real en cuanto a la apariencia, de un tamaño tremendo, con teclas de pedal y al menos tres pisos de teclas de mano que yo recuerde. Lo había instalado en el salón de ese pisito de soltero y precisamente aquel 23-F nos invitó a mi mujer y a mí a su casa a ver su adquisición, oírlo, merendar y pasar la tarde.
Ambos salíamos de nuestros trabajos a las tres de la tarde, por lo que recuerdo dejarnos caer por allí antes de las cinco. Nos metimos allí los tres y toca que te toca, el órgano, charla que te charla, cervecita tras cervecita, una tentempié que había preparado, nos dieron la una y media de la madrugada.
Nosotros a lo nuestro, totalmente ajenos a lo que se estaba cociendo en las calles de Madrid, en el Congreso, en el palacio de la Zarzuela y en algunas ciudades de España: la intentona de golpe de estado por unos cuantos militares y guardia civiles, que a Dios gracias fue un fracaso. Nos perdimos la noche de los transistores, el mensaje en directo del Rey, nos perdimos todo. Instantes tan especiales e irrepetibles, tan sonados y de tanta importancia nos fueron ajenos de una forma que casi podríamos calificar hoy en la distancia como grotesca.
Al día siguiente, o mejor dentro e unas pocas horas, me tenía que desplazar a Madrid a mi trabajo en tren. Acostumbraba a llegar al tren pronto, en una estación de origen, sentarme en el sitio de siempre y enfrascarme con mi libro o mis lecturas. Si que noté que la afluencia de viajeros en las estaciones era menor, que la gente iba más en silencio que otros días pero, yo a lo mío, mi lectura. Al salir del tren en la estación de Recoletos de Madrid para iniciar mi diario caminar hacia mi trabajo cercano a la Puerta del Sol observé menos gente, menos circulación, pero no recuerdo haber visto nada especial al pasar caminando por delante del Ministerio de Defensa en la plaza de Cibeles.
AL llegar a mi trabajo, ya tuve a quién preguntar: al vigilante de seguridad que custodiaba la entrada de empleados por un anexo. Me informó de todo lo que había ocurrido, yo me quedé de piedra y el más cuando le conté que no sabía nada y como habían transcurrido para mí las horas de la tarde y noche anterior cuando todo el mundo estaba soliviantado, unos asustados, otros temerosos y todos cuando menos preocupados por el desarrollo de los acontecimientos, aunque cuando yo me enteré, hacia las ocho de la mañana del 24-F todo estaba ya casi acabado y había quedado en una intentona.
Mi amigo Paco, según me contó al día siguiente, si que se enteró a las dos de la mañana, cuando llegó a dormir a casa de sus padres y estaban todos ante la radio y la televisión ávidos de noticias. Me confesó que estuvo a punto de llamarme por teléfono pero pensó que era muy tarde y que me habría enterado, no sé, por la radio del coche en el trayecto a casa o de alguna otra forma.
Pero no, el 23-F fue para mí un acontecimiento que falta en mi recuerdo. Todos los años, cuando se habla de él me viene a la memoria como lo víví, o mejor dicho, como no lo viví.
lunes, 23 de febrero de 2009
miércoles, 18 de febrero de 2009
LORTAD-1
Hace ya algunos años, un amigo que se dedicaba a asuntos de informática tuvo un grave problema con la Administración. Aunque la cosa no trascendió mucho, se dedicaba a capturar por todas las partes donde podía direcciones y datos personales en orden a formar una base de datos con mucha información que servía a diferentes empresas para sus objetivos de marketing y publicidad. Cuantos más datos capturase en sus ficheros, mejor abanico de posibilidades de filtrado y personalización podía ofrecer a las empresas.
No sé en que quedó todo aquello pero poco después vio la luz la LORTAD, o lo que es lo mismo, una “Ley Orgánica de Regulación del Tratamiento Automatizado de Datos Personales”, donde se fijan una serie de normas muy estrictas, y de “obligado” cumplimiento, a observar escrupulosamente por las empresas a la hora de manejar ficheros informatizados en los que se alojen datos personales.
Corría Diciembre de 1999 e internet no había alcanzando el tremendo desarrollo y la profunda penetración que tiene hoy en día. El tratamiento de grandes volúmenes de información estaba vedado a ordenadores profesionales de los que solo disponían poco más de un centenar de empresas en España. Hoy en día, dada la potencia de los ordenadores personales, unida a la gran capacidad de los discos duros y memorias portátiles, el acumular información de todo tipo, cual síndrome de Diógenes juvenil, es un deporte nacional, aunque se observe rigurosa y escrupulosamente la anteriormente mencionada Ley.
El caso es que las direcciones personales siguen circulando por doquier. Lo único que ahora tienen cuidado las empresas, algunas de ellas, de informarte que debes tú mandar una carta si quieres ejecutar el derecho de que tus datos no sean utilizados, o cedidos a empresas del grupo, con fines comerciales u otros. Eso además de datos que son públicos salvo que te esfuerces mucho en conseguir lo contrario, como por ejemplo el figurar en una guía telefónica.
De todas maneras, por mucho empeño que pongan en confundirnos, algunas veces los datos se sacan “por detrás”. Desde hace tiempo vengo utilizando un apartado de correos para facilitar mi dirección y que toda la correspondencia, y la propaganda que me llega, vaya a él. Sin embargo, ciertas empresas, como las de agua, electricidad, telefonía y demás, exigen y hacen constar en sus ficheros la dirección del domicilio real para el que se solicitan los servicios. Otras, nunca acierto a saber porqué, no aceptan un apartado de correos como dirección postal. ¡Que más postal que un Apartado de Correos¡Como mucho te exigen el efectivo y te dejan dar otro para envíos de correspondencia, pero no todas.
Ya desde hace años, cuando me solicitan mi domicilio introduzco en él alguna variación que no parezca significativa de forma que ninguna de estas empresas tengan EXACTAMENTE mi mismo domicilio particular. Lo mismo hago con el apartado, añadiendo ceros por delante de la numeración o poniendo por detrás algún comentario o sigla que me permita identificar de forma clara la empresa de procedencia de esa dirección. Así, aunque es lo mismo desde el punto de vista del cartero vivir en el piso 2-I que en el 02-IZ, 2-izda, Escalera-1 2 I o Portal-1 2ª-izda cuando solo hay una escalera y un portal, no es lo mismo a la hora de “cazar” a la empresa que ha cedido, por lo general de forma no autorizada, tus datos a otros que se dedican a realizar “labores de información y personalización”, cito textualmente aunque he necesitado una lupa para leerlo, para campañas de publicidad propias o de otros.
Y es que es muy curioso, o por lo menos a mí se me antoja así. Un ejemplo real de los muchos que podemos encontrar a poco que nos fijemos un poco. Un autobús aparcado en una céntrica calle donde hacen revisiones gratuitas de la vista promovido por la Concejalía de Salud. Según entras, lo primero de todo, ordenador portátil, te solicitan todos tus datos personales y alguno más: Nombre, domicilio, localidad, provincia, documento nacional de identidad, teléfonos fijo y móvil y no te piden más porque “cantaría” la cosa. Cuando les dices que para que quieren todos esos datos te argumentan que es que se los pide el ordenador. Debe ser una máquina con vida propia que pide cosas y que si no se las das no puede seguir.
Pues contra el vicio de pedir, la virtud de no dar. No sé cuantas direcciones me habré inventado, de no sé cuantos pueblos y provincias, teléfonos que no existen o que si existen pido perdón a sus propietarios porque son absolutamente inventados. Pero, ojo, el documento nacional de identidad es un problema: la letrita que lo acompaña es un código de seguridad formado al aplicar unas reglas matemáticas al número real. Por ello, si te inventas un dni pero la letra no es correcta, la aplicación informática salta y te dice que el dni no es válido: te han pillado. Por ello, además del propio, hay que aprenderse dos o tres más “de pega” para facilitar a los que preguntan datos sin ton ni son. Uno por ejemplo muy majo es el 123.456 o el 50.246.135 y parecidos, fáciles de memorizar. Podemos jugar a divertirnos y facilitar como dni el 55.555.555 y aguantar la broma que seguro se produce del “tecleador o tecleadora de los datos”. El problema es que nos pida que se lo mostremos.
La pregunta que viene ahora es…… ¿Qué letra corresponde a esos dni’s de pega?
Como de este asunto hay más, como en las series de televisión…… Continuará en el próximo capítulo.
domingo, 15 de febrero de 2009
Z
Si bien nuestro alfabeto se compone de veintiocho letras, no todas tienen el mismo peso y la misma magia en el lenguaje. Bastaría con poner en un diccionario de la Real Academia en papel esos post-it de colorines en la primara página de cada una de las letras para darnos cuenta de que los grosores serían diferentes. Esto en cuanto a la letra por la que comienzan las palabras de las que disponemos para dirigirnos a nuestros semejantes. Ahora que todo está informatizado, y a lo mejor ya existe, sería una buena manera de perder o emplear el tiempo el indagar y hacer una estadística con el número de palabras oficiales, el número de letras de cada una, acentos, posiciones de los acentos, letra más usada, letra menos usada, letra que más veces aparece al final de las palabras ….. Reuniendo los datos podríamos imaginarnos un montón de estadísticas, meras curiosidades, como una forma amena de pasar el rato.
Hace tiempo hice algo parecido con los nombres propios. No fue un juego sino que estuvo enmarcado en un proyecto para “numerizar” el nombre de las personas, con un doble fin: ahorrar espacio en los ficheros informáticos y evitar errores en los nombres. Así, si por ejemplo asignamos la clave 257 al nombre “Juan”, la clave 3 al apellido “Gómez” y la clave 75 a un segundo apellido como “Balmaseda”, la codificación de un supuesto Juan Gómez Balmaseda sería 257-3-75, con lo que con ocho posiciones, en este caso, tendríamos suficiente para almacenar un dato que de otra forma hubiera necesitado 20 posiciones. Los número se podían pasar a otro tipo de base, como por ejemplo la binaria, donde en las posiciones que ocupan dos letras podríamos especificar una numeración del 0 al 65535 con lo que ocuparían todavía menos. Una ventaja adicional es, como digo, que nunca aparecería el nombre equivocado una vez traducido de su clave numérica a la alfabética.
Porque claro, no es lo mismo a nivel de apellido “Balmaseda” que “Valmaseda” al igual que no es lo mismo “Ayuso” que “Alluso”, “Giménez” que “Jiménez” u “Hontoria” que “Ontoria”, por poner algunos ejemplos. Al parecer hay una cierta libertad a la hora de lidiar con los apellidos, sin una ortografía clara y que puede ser manejada con más o menos licencia por sus portadores. Evidentemente, la codificación de la clave 75 para “Balmaseda” no nos serviría” para “Valmaseda”, que es otro apellido distinto, pero con ello lograríamos que a cada “?almaseda” le llegara su nombre bien escrito, siempre y sin errores.
Aquello no llegó a su término porque era un proyecto que iniciamos entre dos personas como una forma de mejorar la cosas, pero sin que nadie nos lo demandase, me refiero a nuestros jefes, responsables, encargados, superiores o como se de en llamar ahora. Para mí siempre ha sido el jefe, palabra clara y económica que indica sin lugar a dudas de quién se trata: “Superior o cabeza de una corporación, partido u oficio”.
Pero me estoy yendo por los cerros de Úbeda. Yo quería hablar aquí de una de las letras con menos páginas en el diccionario, aunque no la que menos. Además tiene el dudoso honor de ser la última. La “Z”. Y para acotar un poco me voy a ocupar de las pocas palabras, o no tan pocas, que empiezan por “ZE”, apenas una docena. El propio nombre de la letra “zeta” puede escribirse o decirse también como “zeda”.
Algunas de las palabras de las que vamos a hablar y que comienzan por “ze” pueden usarse alternativamente empezando por “z” o por “c”, como por ejemplo zebra, zedilla o zenit que podrían ser cebra, cedilla o cenit. Esto en cuanto a la escritura, ya que la pronunciación es muy parecida salvo que exagerásemos de forma casi artificial el sonido diferente de una “z” o una “c”.
El resto están condenadas a ubicarse en las últimas páginas del diccionario. No son muchas, pero esto según donde se mire como mencionaré al final. Las relaciono con una breve explicación de su significado:
- ZÉJEL Composición estrófica de métrica española …
- ZELANDÉS De una provincia de los Países Bajos
- ZENDAL Individuo indígena mejicano del estado de Chiapas.
- ZENDO Idioma indoeuropeo antiguamente usado en Persia.
- ZENDAVESTA Libros sagrados de los Persas, doctrinas de Zoroastro.
- ZEPELÍN Globo dirigible
- ZEUGMA Figura de construcción literaria.
Según esto, que puede estar equivocado pues los diccionarios, incluso el de la Real Academia, cambian que es una barbaridad, solo once palabras comienzan por “ze”. Pero como he atisbado antes, existen otras posibilidades. Accedí a un diccionario antiguo, el primero que tuve en mis estudios, Diccionario Ilustrado de la Lengua Española ARISTOS, editado en 1964 por la editorial Ramón Sopena, en Barcelona. Y con gran sorpresa, me encuentro en él unas cuantas palabras de las que no habla nada el diccionario oficial, tales como zea, zeismo, zenzalino, zénzalo, zeóscopo y zezeta, con sus correspondientes explicaciones y significados. Alguna de ellas, como “zénzalo” no se puede escribir con “z” sino con “c”, es decir, “cénzalo” y otras no aparecen.
Pero esto es el mundo de nunca acabar. En otro diccionario aparecen nuevas palabras no comentadas hasta ahora. Una de ellas descriptiva de otro simpático animalito, el “zebú” que no se puede escribir con “z” siendo su correcta ortografía “cebú” y otra como “zenobio” cuya correcta ortografía es “cenobio” para referirnos a un monasterio.
Eso sí, comenzando por “ze”, nombres geográficos, de personas e incluso de dioses hay algunos. Nos encomendaremos al dios Zeus para que nos arroje luz sobre las palabras de la lengua española que comienzan por las dos mismas letras que su divino nombre.
sábado, 7 de febrero de 2009
POWERPOINT
Aunque inglesa, es difícil que alguien no conozca el significado de esta palabreja. Por si acaso, aclararé brevemente que es el nombre de un conocido programa informático que se utiliza con profusión para preparar presentaciones de “diapositivas” para mostrar a una audiencia o bien ser enviadas por correo electrónico “urbi et orbe”. Lo de diapositivas es una reminiscencia del pasado, cuando se utilizaban en verdad diapositivas fotográficas.
De forma casi generalizada, en las salas de reuniones o de conferencias, los auditorios, incluso pequeñas salas de cine o en el propio salón familiar, se dispone de un cañón o proyector al que podemos conectar un ordenador, generalmente portátil, y proyectar a un tamaño grande y con bastante calidad no solo presentaciones sino incluso películas. De hecho las presentaciones realizadas con esta herramienta informática pueden llegar a alcanzar una alta calidad, al permitir incorporar en las mismas toda una pléyade de colores, fotografías, tipos de letra, música e incluso fragmentos de películas. Un mundo de posibilidades que se abre al alcance de quién haya querido dedicar su tiempo y su esfuerzo a aprender a manejar este programa que, queramos o no, forma parte de nuestras vidas.
Esta semana he asistido a unas interesantísimas jornadas tituladas “La Inteligencia Emocional en el ámbito de la Salud”. Es de agradecer a la Mutua Madrileña Automovilista a través de su Fundación Médica la organización de estas jornadas y la cesión de sus magníficas instalaciones en su sede central el Paseo de la Castellana de Madrid para acogernos a todos, conferenciantes y asistentes, de una forma casi increíble si tenemos en cuenta los tiempos de crisis en los que vamos navegando como podemos.
Entre ponentes y moderadores, una treintena de profesores de universidades, españolas y del extranjero, directores de revistas, “coachers”, catedráticos de instituto y hombres y mujeres de empresa nos han transmitido sus valiosos y actualizados conocimientos sobre la materia….. sustentados en vistosas y atrayentes presentaciones realizadas con, claro está, powerpoint o alguna otra herramienta similar, que también existen. Aunque no todos, como luego comentaré.
De una manera simplista, podemos dividir una comunicación de este tipo en continente y contenido. Lo más importante, desde mi modesto punto de vista, es el contenido pero qué duda cabe que el continente, con sus colores, sus tipos de letra, sus animaciones, sus fotografías o su música también ayuda. ¿Ayuda o distrae? Algunas veces también distrae. Por experiencia propia, yo también hago presentaciones y utilizo esta herramienta, con independencia del tema que vas a comunicar, siendo harto difícil establecer un diseño sobre el que plasmar nuestras ideas.
En unas jornadas de este tipo se pueden ver como los ponentes eligen y muestran sus preferencias en el continente. Desde un fondo obscuro neutro con letras en blanco, pasando por tonos suaves con juegos de letras normales, hasta animaciones agresivas de letras que aparecen de la nada dando vueltas sobre fondos degradados con fotografías de un bosque o jardín, todo puede ser utilizado para comunicar una idea. Aunque no nos demos cuenta, este tipo de cosas influyen, en forma de atracción o rechazo, en la atención que dispensamos a la conferencia. Siempre además se pueden sacar ideas acerca de lo que nos resulta interesante para nuestras propias colecciones de diapositivas a realizar en el futuro, pues una muestra vista de casi una treintena en dos días da para escoger.
Lo que me viene resultando curioso en este tipo de eventos apoyados en esta tecnología es la actitud del público asistente. Me gustaría saber que pasa por la cabeza de los ponentes cuando captan, seguro que lo hacen a pesar de su más que seguro estado de nervios y activación emocional, determinadas actitudes en las personas que atienden su charla y que son cada vez más frecuentes. Algunas de ellas son charlar con el compañero de forma insistente, mandar o recibir mensajes por el móvil, atender incluso llamadas por el móvil con la consiguiente molestia para los oyentes que están alrededor, entrar y salir de la sala, molestando y distrayendo a toda la fila de butacas o, no se trata de ser exhaustivo, una última actitud que prolifera: tomar fotografías con cámaras digitales de lo que se está proyectando en pantalla. ¿Recuerdan la imagen tópica del japonés con una cámara de vídeo pegada permanentemente a su ojo y que va de vacaciones viendo el mundo a través de la cámara? Pues algo similar es lo que ocurre. Pero hay un agravante: gran parte de las personas que realizan estas conductas no se toman la molestia de quitar el flash a las cámaras, con lo que el ponente y el resto de los oyentes nos vemos fusilados de forma continua y reiterativa por fogonazos de luz que molestan y distraen. Lo que es peor, los autores de semejantes atentados solo quieren llevarse todo, fusilarlo, y en lugar de tomar sus apuntes de forma silenciosa, como hacemos los demás, se dedican a molestar y no atender de forma activa lo que se está diciendo. Llegarán a casa, guardarán las fotos en el disco duro del ordenador, quizá algún día las revisen, pero muy probablemente no se habrán enterado de nada.
Gracias a Dios, tres de los ponentes no han utilizado powerpoint. Lo han hecho a la antigua usanza, supongo que algunas notas en papel con el hilo conductor y a comunicar lo que se quiere comunicar. Y como solo son tres, aquí los cito en justo reconocimiento a su valentía de conferenciar “a pelo”: Jose Antonio Marina, Alfredo Fierro y Margie Igoa. Los de las cámaras se han quedado compuestos y sin objetivo que retratar, con lo que posiblemente no les haya quedado otro remedio que prestar atención a lo que se estaba diciendo y les habrá aprovechado en buena medida el asunto comunicado, que ha sido altamente interesante y atrayente en los tres casos. Aunque siendo malpensado, quizá llevaran en el bolsillo de su chaqueta o camisa un dispositivo de grabación para grabar lo que se está diciendo.
Vivimos en la cultura del “copia” y “pega”. La ley del mínimo esfuerzo: me llevo todo lo que se dice y se proyecta y ya dispongo de una información que no me ha costado nada elaborar pero que ha supuesto arduo esfuerzo al ponente.
¿Se imaginan un teatro o cine en el que el público asistente esté continuamente tomando fotografías con flash de lo que sucede en el escenario o pantalla?
¿Por qué aquí tenemos que soportar esos fogonazos que distraen al ponente y a los que le queremos escuchar?
domingo, 1 de febrero de 2009
CACHIVACHES
Por modas, y casi sin darnos cuenta, nuestras casas se van poblando de numerosos trastos, necesarios e imprescindibles, para nuestro devenir diario. Los hay de muchas clases, pero yo me quiero referir aquí a los numerosos transformadores y cargadores de baterías que día tras día llenan nuestros cajones.
Muchas veces uno se piensa si no podría existir una directiva que pusiera algo de orden en este aspecto, pero parece que la moderna economía se dedica a lo contrario, cuantos más y diferentes mejor.
Hace poco tuve que cambiar de teléfono móvil. Como no soy un fanático de este tipo de tecnología, fui con la idea de comprar uno de la misma marca que el de mi mujer, al objeto de tener por ahí un solo transformador que sirviera para cargar las baterías de los dos teléfonos. Pues bien, han cambiado el “pincho” que se inserta en el teléfono, con lo cual el transformador de uno no sirve para el otro. Por supuesto tampoco sirve para el de mi hijo, que es de otra marca. Tres teléfonos móviles, tres transformadores para recargar sus baterías. Transformadores que irán a la basura en el momento que el teléfono quede inservible por uso o por cambio a otro más moderno, aún funcionando correctamente.
De un tiempo a esta parte parece que todo viene con su transformador para cargar la batería. Desde una simple máquina de cortar el pelo hasta la consola de juegos de los niños pasando por ordenadores portátiles, discos duros externos o cargadores de baterías de las cámaras fotográficas, eso sin ser exhaustivos, todos necesitan ese trasto o cachivache añadido que es el transformador. Cada uno lleva el suyo y no sirven los de unos para los otros.
Entiendo que es muy difícil ponerse de acuerdo para disponer de uno universal, con multitud de conectores si se quiere, que nos sirviera para todos los aparatos y no tener que almacenar la cantidad de ellos que almacenamos.
Puestos a sentir nostalgia, desde hace mucho tiempo recuerdo utilizar a diario la maquinilla de afeitar eléctrica… sin transformador. Todas las que he tenido a lo largo de mi vida, que han sido tres, se enchufan directamente a la corriente con un simple cable y sin ningún trasto añadido. No tienen un tamaño grande y parece que desde tiempos inmemoriales han sido capaces de albergar en su interior los correspondientes mecanismos y equipos para “aceptar” directamente la corriente de 220 voltios, sin transformadores. Por tanto no parece difícil el que el resto de “aparatejos” que nos pululan por las casas hoy en día tuvieran esa misma tecnología para evitarnos tan engorrosos cachivaches como son los transformadores.
Hace algunos años se habló de que estaban desarrollando un cargador de baterías por inducción. Iba a ser tan sencillo como llegar a casa y dejar encima de una especie de plato el aparato cuya batería quisiéramos recargar. Como por arte de magia, sin tener que enchufar nada, con solo dejarlo encima, se produciría la recarga. No he vuelto a oir hablar de ello pero sería muy de agradecer un invento de este tipo, que nos haría la vida más fácil y nos liberaría de trastos y cachivaches en nuestros cajones.
Muchas veces uno se piensa si no podría existir una directiva que pusiera algo de orden en este aspecto, pero parece que la moderna economía se dedica a lo contrario, cuantos más y diferentes mejor.
Hace poco tuve que cambiar de teléfono móvil. Como no soy un fanático de este tipo de tecnología, fui con la idea de comprar uno de la misma marca que el de mi mujer, al objeto de tener por ahí un solo transformador que sirviera para cargar las baterías de los dos teléfonos. Pues bien, han cambiado el “pincho” que se inserta en el teléfono, con lo cual el transformador de uno no sirve para el otro. Por supuesto tampoco sirve para el de mi hijo, que es de otra marca. Tres teléfonos móviles, tres transformadores para recargar sus baterías. Transformadores que irán a la basura en el momento que el teléfono quede inservible por uso o por cambio a otro más moderno, aún funcionando correctamente.
De un tiempo a esta parte parece que todo viene con su transformador para cargar la batería. Desde una simple máquina de cortar el pelo hasta la consola de juegos de los niños pasando por ordenadores portátiles, discos duros externos o cargadores de baterías de las cámaras fotográficas, eso sin ser exhaustivos, todos necesitan ese trasto o cachivache añadido que es el transformador. Cada uno lleva el suyo y no sirven los de unos para los otros.
Entiendo que es muy difícil ponerse de acuerdo para disponer de uno universal, con multitud de conectores si se quiere, que nos sirviera para todos los aparatos y no tener que almacenar la cantidad de ellos que almacenamos.
Puestos a sentir nostalgia, desde hace mucho tiempo recuerdo utilizar a diario la maquinilla de afeitar eléctrica… sin transformador. Todas las que he tenido a lo largo de mi vida, que han sido tres, se enchufan directamente a la corriente con un simple cable y sin ningún trasto añadido. No tienen un tamaño grande y parece que desde tiempos inmemoriales han sido capaces de albergar en su interior los correspondientes mecanismos y equipos para “aceptar” directamente la corriente de 220 voltios, sin transformadores. Por tanto no parece difícil el que el resto de “aparatejos” que nos pululan por las casas hoy en día tuvieran esa misma tecnología para evitarnos tan engorrosos cachivaches como son los transformadores.
Hace algunos años se habló de que estaban desarrollando un cargador de baterías por inducción. Iba a ser tan sencillo como llegar a casa y dejar encima de una especie de plato el aparato cuya batería quisiéramos recargar. Como por arte de magia, sin tener que enchufar nada, con solo dejarlo encima, se produciría la recarga. No he vuelto a oir hablar de ello pero sería muy de agradecer un invento de este tipo, que nos haría la vida más fácil y nos liberaría de trastos y cachivaches en nuestros cajones.