domingo, 29 de abril de 2018

NOTAS


Cuando voy a comprarme una camisa, sea de manga larga o corta, lo primero que compruebo es que disponga de bolsillo. Algunas tengo sin él, pero porque me las compra mi mujer y, mira que se lo tengo dicho, se olvida de esta «tontería» del bolsillo. Posiblemente ello implique ir o no a la moda, pero pongo por encima mi comodidad. Lo más seguro es que sea una costumbre heredada de mi padre, que siempre llevaba el bolsillo de la camisa lleno de cachivaches se supone que útiles para él, como las señoras llevan los bolsos llenos hasta los topes de archiperres que sin duda les hacen falta, pero que dificultan encontrar las cosas cuando las necesitan.

Mi padre siempre llevaba en el bolsillo un bolígrafo y alguna libretilla o papel donde poder apuntar cosas que iban surgiendo y que no convenía confiar a la memoria, pues lo más probable es que la vorágine del día las relegara a un segundo plano cuando no al olvido. Cuando alguien le comentaba algo, o simplemente veía o leía en algún periódico alguna noticia que le impelía a hacer o recordar algo, lo anotaba en su libreta y luego ya repasaría más tarde esas anotaciones.

Yo heredé la costumbre y durante muchos años llevaba el bolígrafo en el bolsillo de la camisa. Buscaba con ahínco bolígrafos cortos y delgados que cupieran en el bolsillo y no sobresalieran ni abultaran mucho. En algunos hoteles como en la red de Paradores se podían encontrar y también en alguna farmacia los tenían de propaganda. Con el tiempo llegó a las papelerías uno de la marca PaperMate, de plástico, fino, muy ligero y retráctil. Como ya desde hace mucho tiempo todo es de usar y tirar, no existían recambios por lo que, aunque compré una decena de golpe, con el tiempo se fueron gastando. Desaparecidos del mercado, solo quedaba la opción de echar un poco de ingenio y auto fabricarse los recambios, a base de utilizar de otras marcas y complementar la longitud con un trozo de palillo, como puede verse en la siguiente imagen.


Para el asunto del papel en el que tomar las notas, y con el fin de que no abultara, me fabricaba unas cartulinas a la medida con restos de un trabajo que me hacían en la imprenta para otros asuntos profesionales. Como ya le ocurriera a mi padre, muchas camisas quedaron desgraciadas y para la basura por «escapes» de tinta de los bolígrafos cuando de forma inadvertida los ponía en el bolsillo abiertos. Aunque al final yo tenía mucho cuidado, surgió otro problema con las cartulinas: en verano, con el sudor, desteñían un tinte amarillo que también mandaba las camisas a la basura. Al final las llevaba dentro de un sobrecito de plástico.

Aquella época ya pasó y ahora utilizo el bolsillo para llevar el teléfono móvil. Algunas veces haría falta el bolígrafo, pero las prestaciones de los móviles actuales le suplen con eficiencia. Bien tomando fotografías bien tomando notas directamente en alguna aplicación de las muchas que hay, el bolígrafo y los papeles han pasado a mejor vida. Y además las maravillas tecnológicas de las nubes esas te ponen directamente en el ordenador de casa las fotografías o notas tomadas de forma que puedas empezar a hacer directamente lo que desees con ellas: consultar algo o tirarlas a la papelera.

Pero nunca se está libre de volver a caer en la trampa y desgraciar alguna camisa, y si no vean la imagen que encabeza esta entrada. Unas de mis camisas favoritas en la actualidad ha quedado convertida en trapos para la limpieza casera. El domingo pasado asistí a un concurso de relatos en el que era preceptivo escribir, a mano, en un papel y además en un tiempo limitado. Ya escribimos poco, por lo que se me ocurrió llevarme un rotulador de gel que permite una escritura más fluida y de paso se evitan los esguinces de codo. Craso error. Se ve que por las prisas no tuve cuidado al introducir el rotulador en el bolsillo de la camisa. El resultado salta la vista.

Sin embargo, me estoy encontrando con un dilema en este asunto. Cuando asisto a una charla o conferencia y algo de lo que están diciendo me interesa, saco el móvil y tomo la nota correspondiente. Antes cuando lo hacía con el bolígrafo y la cartulina era una cosa normal e incluso hasta bien visto. Pero ahora al hacerlo con el móvil puede surgir la duda. Aunque estoy haciendo lo mismo, tomar una nota, el orador o el resto de asistentes puede pensar que estoy jugando con el móvil, contestando algún mensaje o correo o viendo alguna red social, lo que puede interpretarse como una falta de atención o respeto al hablante. ¿Cómo soslayar este asunto que a mí me incomoda bastante? Y no digamos si estoy en un teatro o en un cine donde el uso del móvil para estos menesteres está totalmente desaconsejado, aunque lo del papel y boli no lo estaba.





domingo, 22 de abril de 2018

RASTREADOS



Lo sabemos todos, pero estamos metidos hasta el cuello y más en una espiral de la que nos costaría mucho salir y por eso continuamos en ella. En la explosión de lo que se ha dado en llamar «Big Data», el valor de los datos hoy en día es enorme; datos de todo tipo, referidos a las personas o las empresas que pueden ser manejados para todo tipo de fines, lícitos o menos.


El sistema no es nuevo. Se trata de crear una necesidad, una dependencia, de forma gratuita al principio para luego dejar de serlo. Recuerdo a finales de los ochenta del siglo pasado cuando las entidades bancarias españolas empezaron a instalar los primeros cajeros automáticos, una cuestión novedosa en aquellos años y sin la que no podríamos vivir hoy en día muchos ciudadanos del mundo. Para usarlos era necesario disponer de una tarjeta que nadie iba a solicitar voluntariamente. En la entidad en la que yo trabajaba se emitieron cerca de dos millones de tarjetas y se enviaron a los clientes sin haberlas pedido. Gratis total. Se trataba de meterlos en el sistema hasta llegar a conseguir que fueran dependientes de él. Con el paso de los años, la gran mayoría no podemos vivir sin el llamado dinero de plástico y es en ese momento cuando podía dejar de ser gratis y cobrar por ello.


En otros mundos ha pasado lo mismo. Usamos correos electrónicos gratuitos de grandes empresas como Google, Yahoo o Microsoft. En una vuelta de tuerca mayor, esos usuarios de correo han llegado a ser la clave para acceder y disponer de otros servicios, como, por ejemplo, el teléfono móvil y las redes sociales. Salvo algunos sistemas residuales, los millones de teléfonos inteligentes que circulan por el mundo o bien son Apple o bien Android, es decir, de Google.


Hace unas semanas ha saltado a los medios la noticia del uso indebido de los datos de los usuarios de Facebook por una empresa privada que hacía prospecciones de mercado para asuntos electorales. Sin duda habrá muchos otros casos que no se sepan de esta u otras redes sociales. Este es el «pago» que hacemos por la gratuidad de los servicios que utilizamos: nuestros datos, nuestras andanzas, nuestros contactos, nuestra vida.


Y aunque nos imaginamos que es mucho lo que conocen de nosotros, se nos pueden poner los pelos como escarpias si realmente nos ponemos a indagar un poco. En la imagen que acompaña esta entrada puede verse el trino de un usuario en Twitter donde contaba la forma que cualquier usuario de Google tiene de obtener toda la información que esta empresa guarda de nosotros. Simplemente se trata de acceder a esta dirección y descargar a uno o varios ficheros en nuestro ordenador lo que Google ha ido almacenando a lo largo de los años. No sé si recomendar que se haga porque desde luego es como para asustarse.


El problema no son los datos. Como dice mi buen amigo Miguel Ángel, los que «no hacemos nada malo» no tenemos problemas. No sé si todos tenemos claro que Google, como Facebook o Whatsapp, son empresas privadas y por añadidura no españolas, con lo cual el uso que hagan de nuestros datos está en el limbo. Y no solo el uso que hagan de forma voluntaria y controlada sino el que puedan hacer otros incontrolados que «hackeen» sus sistemas o se los pidan, o compren, para una cosa y la utilicen para otra.


No se trata de ahondar en el tema. Yo me he descargado mis datos y hay asuntos que no me gustan un pelo. Están todos los correos electrónicos, todos toditos todos, desde que abrí mi cuenta en Gmail en 2009; los que yo he enviado y, ojo a esto, los que me han enviado a mí. Yo no puedo tener ningún control sobre todo el SPAM que me llega, por lo que vamos a suponer que recibo un correo con algún asunto delicado que yo no he solicitado y además con fotografías y documentos añadidos. El correo, y las fotografías y los documentos quedan archivados y «asociados» a mí en el universo Google. Ya sabemos lo que pasa si alguna cuestión se saca de contexto…


El problema no son los datos, sino el uso que se haga de ellos. Y además hay que tener en cuenta no solo el presente, sino el futuro, donde los contextos y las circunstancias pueden haber cambiado y datos que ahora no significan nada pueden cobrar vida en los años venideros, para bien o para mal. Según el uso que se les dé, insisto. La noticia de que los departamentos de recursos humanos de las empresas husmean en las redes sociales de los candidatos e incluso de sus empleados no es nuevo.


Lo que está archivado en los servidores de Google, y de otros, archivado está. Deben tener una capacidad infinita porque en mi caso han sido cerca de 6 Gb. de información, y somos millones de usuarios. Y como soy muy desconfiado últimamente, seguro que tienen muchos más que no dicen. El rastro electrónico que vamos dejando engorda día tras día con nuevas formas de obtener información. En China ya están probando el reconocimiento facial de los ciudadanos y quizá en el futuro nos den puntos por pasar por un museo y nos los quiten por ir a una manifestación, vaya Vd. a saber.


La solución sería dejar de usar toda esta maraña de correos y redes sociales y volver a las cartas y los sellos y los teléfonos que solo eran teléfonos. Pero… ¿podemos hacerlo?



domingo, 15 de abril de 2018

CLIENTELISMO




Esta vez acudo a la Fundeu para extraer una definición del título de esta entrada. El clientelismo se define como «un sistema de protección y amparo con el que los poderosos patrocinan a quienes se acogen a ellos a cambio de su sumisión y de sus servicios». Existe en muchos ámbitos, tantos como la condición humana pueda llegar a imaginar, siendo unos más flagrantes que otros. El político, el clientelismo político, es de los peores, aunque el laboral no queda a la zaga.

En los albores de este siglo y por sufrir en propias carnes un episodio brutal de acoso psicológico en el trabajo, me recomendaron la lectura de un libro: «Ajuntament, bon dia», de Arnau Ramis i Pericàs. Como puede derivarse del título, está escrito en catalán, bueno, más concretamente en mallorquín. Ardua tarea a la que enfrentarse para un español sin idea de ese idioma, pero todo es ponerse y hoy en día es más sencillo pues contamos con traductores online en la red que son de gran ayuda. Un libro, muy recomendable incluso en los tiempos actuales, que comenzaba con el siguiente texto: 


 Aquest llibre és una novel-la. Tot el que s'hi conta és invenció de l'autor. Encara que en aquest relat pogués haver-hi similituds amb personas i fets reals, això s'hauria de contemplar com remota inspiració i com simple estímul de la imaginació per crear lliurement unes situacions, una història i uns personatges completament ficticis.

 La traducción podría concretarse como

Este libro es una novela. Todo lo que se cuenta es invención del autor. Aunque en este relato pudiera haber similitudes con personas y hechos reales, esto debería contemplarse como remota inspiración y como simple estímulo de la imaginación para crear libremente unas situaciones, una historia y unos personajes completamente ficticios.

La historia se desarrolla en un ayuntamiento ficticio en el que ocurren hechos tremendos que llegan incluso a terminar con una muerte. Pues bien, a pesar de la advertencia inicial, ocho funcionarios, ocho, demandaron al autor pidiendo la intervención de la obra y medio millón de euros de indemnización; la noticia puede leerse todavía en este enlace . El juez les dijo que era una obra de ficción… ¿Se sentían identificados los demandantes con personajes del libro? ¿Hacían ellos esas cosas que ahí se relataban?

A finales de los años setenta del siglo pasado había un departamento de una gran empresa con sesenta empleados. La alta dirección de la empresa decidió potenciar el departamento y lo primero que hizo, en contra de la opinión de todos los empleados, fue descabezar al jefe y poner uno nuevo, que llegó como elefante en cacharrería con nuevas formas y métodos «revolucionarios» que no eran inicialmente compartidos por los empleados. Pero no olvidemos que el que mandaba, con todo el apoyo de la alta dirección, era el nuevo jefe. Había que bajar los humos al personal, así que lo primero que hizo fue afanarse en aplicar la famosa máxima de Julio César: «Divide et impera, divide y vencerás».

Como había que ampliar el departamento y toda la formación era de carácter interno ya que no había expertos en la materia en el mercado, el jefe mandó una carta personalizada a cada uno de los sesenta empleados sugiriendo que presentaran a una persona cercana para incorporarse al departamento. La única condición es que fuera despierta y con ganas de formarse, aprender e integrarse en un departamento en crecimiento de una gran empresa, no era necesaria ninguna titulitis. También sugería en la misiva que se fuera discreto y no se comentara esto entre los propios empleados. Los que entraron en el juego no comentaron nada, pero sí lo hicieron los que no iban a entrar en la propuesta.

La cosa fue prosperando y en esta fase inicial, treinta de los sesenta empleados enfrentados se convirtieron en «tocados». La división estaba en marcha. Como en breve tiempo se incorporaron al departamento los treinta nuevos empleados, se alcanzó la cifra total de noventa trabajadores, pero con cambio muy cualitativo: de estos noventa, solo treinta eran «enfrentados» mientras que sesenta eran… fieles al jefe. Cuando se hablaba de muchos de los nuevos, no se les citaba por su nombre, sino como «el hermano de…», «la cuñada de…» o «el hijo del portero de…».

Como anticipaba, cualquier parecido de esta historia con la realidad es pura coincidencia. Pero según dice el muy sabio refrán, «Quién tiene padrinos se bautiza» y esto ha sido así, me imagino, por lo menos desde que existe el bautizo y quizá desde que el mundo es mundo. Unas épocas más, otras menos, en unos ambientes más, en otros menos, quién tiene un catedrático afín… tiene un master universitario. O más, vaya Vd. a saber.


domingo, 8 de abril de 2018

CORREOS




La empresa pública española Correos lleva ya unos cuantos años, algo más de tres siglos, funcionando según puede verse en la información corporativa en este enlace; en 1716 el rey Felipe V tomó la decisión convertir en Renta Real el servicio postal, que pasó a ser responsabilidad del Estado. Hay que suponer que a lo largo de estos años se ha ido modernizando y adaptando a una sociedad cambiante, que en estos últimos años ha sido espectacular en materia de los envíos.


Las cartas postales entre particulares han debido desaparecer prácticamente sustituidas por las comunicaciones directas de voz, los mensajes a través de mensajería instantánea en los teléfonos inteligentes o el correo electrónico que cada vez se usa menos entre particulares. En lo que a mí respecta, mis remisiones de cartas con sobre y sello son casi inexistentes, porque lo único que mantengo es el envío de cuatro felicitaciones de navidad a los amigos. Las respuestas comerciales por correo a empresas han sido sustituidas por la inmediatez de la red, con lo que aparte de las fechas navideñas no recuerdo haberme acercado desde hace mucho tiempo a saludar ese «león» inmóvil con la boca abierta que ejerce de buzón en muchas oficinas de Correos españolas.


No se ha reducido el número de envíos, sino que ha derivado a otro tipo, como es el de la paquetería. El desarrollo de las ventas a distancia en la red, que se incrementa exponencialmente año tras año a medida que las plataformas son más seguras y los usuarios van tomando confianza, deviene en el trasiego de una montonera de paquetes desde las empresas distribuidoras a los compradores.


El mundo de los servicios de mensajería hizo daño hace muchos años a Correos ya que no supo adaptarse con celeridad, cuestión que ha ocurrido en otros sectores; las empresas grandes, con conocimientos en el negocio y capacidad, desdeñaron en sus comienzos las posibilidades de Internet alegando que los usuarios requerían contacto físico en una oficina. Esto era quizá verdad en otros tiempos por la edad de los clientes, pero ahora incluso muchos de los mayores nos hemos puesto las pilas porque ven que esto es imparable y no queremos renunciar a las enormes posibilidades que conlleva. Un ejemplo, los grandes bancos españoles tardaron muchos años en reaccionar para apostar por plataformas online en la red. Como digo, tenían conocimientos del negocio, capacidad económica, potencial corporativo, pero se dejaron comer un gran trozo del pastel por nuevos bancos como Uno-E e Ing-Direct. Ahora ya prácticamente no hay diferencia en la capacidad de los servicios que ofrecen unos y otros, pero el trozo de tarta que perdieron ahí queda. 


Intento en primera instancia la compra directa en establecimientos convencionales, pero no siempre es posible y cuando se trata de ir a la red, reconozco me he vuelto cómodo, mi primera opción es Amazon. Desde hace muchos años cuando compraba directamente en Estados Unidos a la actualidad tras su implantación en España, me han venido demostrando que funcionan, no solo en lo que llega a buen término sino cuando hay problemas. Ya he reflejado en este blog diversas vicisitudes y sucedidos con esta empresa que pueden localizarse utilizando el buscador.


Pero no siempre Amazon es la solución. Mi hija necesitaba unas cremas especiales que utilizó con muy buenos resultados cuando estuvo un tiempo en Estados Unidos. Se trajo una buena provisión, pero todo se acaba terminando. La solución estaba en comprarlas a distancia en una nueva plataforma, lo que supone un punto de inseguridad por desconocimiento. Revisé cuidadosamente las características de la plataforma, las condiciones de pago, el sistema de envío y … me decidí. Una cuestión que para mí es fundamental en el envío es que se haga a través de una empresa de mensajería que disponga de un código de seguimiento, «tracking» en inglés, que permita seguir paso a paso por dónde anda el paquete. Esto supone por lo general un coste adicional en el envío, pero no estoy dispuesto a confiar en la suerte, que los diferentes servicios que intervienen cumpla su función y el paquete llegue finalmente a mis manos.


Pero siempre puede surgir la sorpresa. Resulta que, en este caso, el envío con seguimiento a través de la empresa DHL era solo desde EE.UU. a España. Llegado a España, DHL lo entregaba a CORREOS que se encargaba del reparto final. Nuevo sistema, novedad para mí. Como puede verse en las imágenes, el envío sale de Estados Unidos el 13 de febrero de 2018 y en los registros de DHL, y por lo tanto de la empresa remitente, figura como entregado el 21 de febrero de 2018. Pero… ¿Qué pasa con el segundo tramo responsabilidad de Correos? La respuesta es... ¡el limbo!


Tengo que aclarar que el destino final es un Apartado de Correos, en una oficina física, lo que reduce la posibilidad de que el cartero lo deje encima del buzón y algún vecino o visitante se lo lleve. Dejé pasar un tiempo más que prudencial, un mes, y a mediados de marzo inicié la reclamación por el paquete no recibido. La empresa que remite el paquete me dijo lo que yo ya sabía, que el paquete estaba entregado en España a Correos y ya la responsabilidad no era suya. Personado en la oficina de Correos, no sabían nada de nada, no me podían informar, ya que no hay número de seguimiento en Correos, que también dispone de esa funcionalidad pero no para este caso concreto.


Dí por perdidos los algo más de veinte euros que me habían costado las cremas de mi hija y tomé nota de no hacer encargos en esta empresa en el futuro y además tener cuidado con este tipo de envío con dos «transportadores» en los que uno no tiene posibilidad de seguimiento.


Pero, a mediados de esta semana, el martes 2 de abril de 2018, en una visita rutinaria a mi apartado en la oficina de Correos me encuentro el paquete que ya daba por perdido. Correos lo recibió en Barajas, Madrid, el 21 de febrero y ha tardado más de un mes en efectuar la entrega. Todo esto figura en las etiquetas adheridas al paquete que pueden verse en la imagen.


Como dice mi buen amigo Miguel Ángel, todo es susceptible de mejorar. No dudamos de que mejorará, pero tampoco dudamos de que aparecerán nuevos métodos que conllevarán nuevos problemas que habrá que solucionar. Es la rueda de la Historia; nuestros ancestros hace doce mil años no tenían problemas cuando eran cazadores porque no se enviaban paquetes de unos clanes a otros. El progreso acarrea sus inconvenientes que hay que ir solucionando.