domingo, 29 de marzo de 2020

«neglINGencia»



Ayer sábado 28 de marzo de 2020 realicé a primera hora de la mañana, mientras desayunaba, mi rutinario vistazo a mis dos cuentas bancarias para ver su situación y sacar mis también rutinarios pantallazos. Desconozco si muchas personas son conscientes de que, con los cambios realizados en los últimos años, no tenemos una constancia fidedigna de la situación de nuestras cuentas bancarias; el papel ha desaparecido en la mayoría de los casos y todo lo que tenemos es una relación electrónica que en un momento concreto puede desaparecer. No sirve de mucho el guardar pantallazos de la situación diaria, porque ya se sabe que todo lo electrónico tiene poca validez dado que es muy susceptible de ser falsificado, pero algo hay que tener al menos como una base por si fuera necesario. Un pantallazo de la situación diaria al principio de la mañana y guardar en nuestro disco duro los extractos mensuales de nuestras cuentas es lo menos que todos deberíamos hacer. 

En uno de los bancos con los que trabajo, ING, ayer por la mañana todo estaba normal. En esta época de confinamiento por el SARs-COV-2 —este es el verdadero nombre del virus y no COVID-19 que es la enfermedad que provoca— las cuentas bancarias tienen poco movimiento salvo por los recibos cargados, de los que también guardo una copia en mi ordenador. Pero a eso de las 13:27 de ayer recibo un wasap de mi buen amigo José María, escueto, que decía: «No funciona ING, parece que les ha expirado el certificado». Efectivamente, ni el acceso a la página web ni la APP de los teléfonos móviles funcionaba.

Pasaba el tiempo y ninguna noticia hasta que a tres minutos de las 16:00 horas, un trino en Twitter informaba de una «incidencia técnica»...



Lo de os mantendremos informados es un eufemismo, porque no todos los clientes tienen Twitter ni son seguidores de ING ¿Cómo se informa entonces?


Como bien había detectado mi buen amigo José María, el problema es que les había caducado el certificado que permite el acceso seguro a la página web y a la App de los teléfonos móviles. En la imagen que figura al principio de esta entrada se constata que a las 13:00 del sábado caducaba el certificado.


Estamos en una situación excepcional. Las rutinas de muchos de nosotros, tanto en nuestro aspecto personal como profesional se han visto tremendamente alteradas y cuestiones que eran básicas y que funcionaban por si mismas están sufriendo problemas. Un ejemplo que todavía no se ha producido. El conserje de mi urbanización verifica el estado de llenado del depósito de gasoil para avisar a la compañía encargada de su reposición cuando baja de un determinado nivel en previsión de quedarnos sin gasoil. Al estar en la situación que estamos, dudo mucho que esa revisión se siga produciendo con lo cual podemos quedarnos sin suministro en cualquier momento. Son daños colaterales que emergen debido a la situación anómala en la que nos encontramos.


¿Qué departamento o qué persona era la encargada de renovar el certificado digital de ING antes de su vencimiento? ¿Lo tenía apuntado en el dietario en papel en su mesa? ¿Hay una agenda electrónica en ING para estos casos que avise a diestro y siniestro de un asunto tan importante? Sea como sea… el certificado caducó ayer y dejó a un montón de clientes sin poder operar normalmente con sus dineros.


Soy capaz de ponerme en la piel de los empleados de ING que tuvieran que lidiar con el asunto ayer. Yo lo he sufrido varias veces en mi vida de informático en situaciones en que todos están tratando de solucionar el problema, pero la chispa no surge y la situación se va deteriorando a medida que pasa el tiempo. Aunque parezca mentira, un cortar de lleno la situación, un chiste por ejemplo, es muchas veces la solución ¿verdad Miguel Ángel? La peor ocasión que recuerdo es a mediados de los 90 laborando en un gran banco español, ya engullido por otro, en que estuvimos con toda la operativa parada desde las 05:00 hasta las 23:30 de un lunes fatídico de Semana Santa. Al final descubrimos casi por casualidad y con ayuda de un californiano empleado de IBM lo que estaba ocurriendo, una situación estrambótica realizada por un compañero el viernes anterior, que se había quedado latente y dio la cara en la parada y arranque del ordenador del lunes a las 05:00 y que no estaba recogida en los sistemas de copia. Siempre hay situaciones excepcionales no previstas por mucho que nos empeñemos en prever todas las contingencias. Esta fue una de ellas.


Pero de lo que estamos hablado que ocurrió ayer es una, con mayúsculas, NEGLIGENCIA, con perdón por alterar un poco el título y poner «neglINGencia» para adaptarlo a la situación. La RAE define negligencia como «descuido, falta de cuidado, falta de aplicación». Pues eso, no había mucho que hacer aquí, tan solo renovar el certificado. ¿Qué ocurrió? Nunca lo sabremos, pero no quisiera estar en la piel del responsable de este fallo.



Pero las desgracias nunca vienen solas. Volvemos a lo de la previsión. Pasadas las 19:00 horas de ayer sábado se conoce que se había renovado el certificado y la página web volvía a funcionar. ¿Seguro? Pues no del todo. En el mes de septiembre de 2019 se implantó un nuevo «mecanismo» que se conoce como de doble autentificación, para prevenir el fraude. Con ello es necesaria no solo la palabra clave de acceso a la página web sino una segunda verificación que se recibe en el teléfono móvil a través de la APP instalada en el mismo. La APP no funcionaba —y sigue sin funcionar a las 09:00 horas de hoy domingo cuando escribo estas líneas— por lo que el acceso a la página web no es para todos sino solo los que, es mi caso, siguen esta recomendación de la segunda autentificación de forma parcial (cada cierto tiempo).


Yo me he apuntado en mi agenda personal, para mediados de marzo de 2022, avisar a ING de que renueven el certificado. No sé si me hará falta porque las «incidencias técnicas» de ING están siendo demasiado frecuentes para el nivel que se debería exigir a una entidad bancaria de cierta categoría, y más cuando su funcionamiento está basado casi al cien por cien en internet y tecnologías informáticas. Eso por no mencionar un par de encontronazos que he tenido con los procedimientos administrativos de ING en el último año en los que me han respondido con lo de «ajo, agua y resina». Demasiados puntos de fricción al que se añade ahora con los vientos que corren, la vergonzosa actuación del gobierno holandés —ING es un banco de matriz holandesa— en la comisión europea planteando una investigación a España sobre los recursos médicos como excusa para no aprobar medidas económicas especiales de ayuda a España e Italia. Vergonzosa la actuación de Holanda y otros países del Norte de Europa. Solo han quedado como unos caballeros los portugueses. ¡Chapó por ellos! Cada vez estoy más convencido de que deberíamos dejarnos invadir por Portugal y ponernos en sus manos por unos años para olvidarnos de nuestras tonterías (políticas) internas y ponernos a trabajar todos a una en una misma dirección, y sobre todo con humildad y menos mala baba, que está aflorando como la espuma en estos días tan especiales.


Lo de «incidencia técnica» se aplica a cualquier supuesto, pero alguien debería explicar con más detalle el asunto. Hoy en día las redes sociales dejan como se suele decir vulgarmente «con el culo al aire» muchas incidencias porque se comparte información fuera de los controles oficiales, una información que no siempre es verdadera pero que se puede analizar para decidir qué es lo que se cree o lo que no se cree. Yo no me hubiera enterado casi con toda seguridad del asunto si no me avisa mi amigo José María. Aunque hoy, en mi comprobación rutinaria sí que me habría dado cuenta de que la aplicación del móvil no funciona (los pantallazos los guardo desde y en el móvil). Como es (menos que) imprescindible hoy en día, seguiré operando con dos entidades bancarias. O quizá tres para tener un poco de cobertura en casos como este. Lo que no estoy seguro es que ING sea una de ellas dentro de algunos meses.







domingo, 22 de marzo de 2020

RESTRINGIDOS



 
La foto encima de estas líneas está tomada en el último paseo de un día que se antoja muy lejano, aunque tuvo lugar tan solo hace ocho días. En la situación de patas arriba en que nos ha puesto a prácticamente todos los ciudadanos del Mundo la brutal expansión del coronavirus COVID-19, el recuerdo de esta imagen es un anhelo que me temo tardaremos muchos días todavía en poder volver a disfrutar. El Estado de Alerta impuesto por el Gobierno nos ha confinado en nuestras casas por un tiempo que inicialmente era de quince días pero que todos presumimos se va a alargar bastante más. Y ese confinamiento implica restringir nuestros movimientos lo máximo posible para evitar la propagación del contagio.

Muy dado a refranes, recupero aquel de «Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar». Vimos las de chinos e italianos y no lo hicimos… o lo hicimos tarde. En estos días cobra sentido mi teoría del (maldito) condicional, un tiempo verbal demasiado presente en las relaciones humanas. El «deberíamos hacer» se ha convertido con el paso de los días en «deberíamos haber hecho». Claro, a toro pasado es muy fácil opinar y todos nos llenamos la boca con nuestros comentarios una vez que los crueles hechos han tenido y están teniendo lugar. No quisiera estar en la piel de los que toman decisiones tan controvertidas como las que se relacionan con este maldito asunto: hagan lo que hagan, para unos de equivocarán y para otros acertarán. Ya se sabe, dos españoles, cuatro o cinco opiniones.

A medida que avanzan los días, la letra pequeña se va aclarando. Si salimos, a realizar cuestiones imprescindibles para nuestra supervivencia, no podemos ir dos en el coche, no podemos utilizar las zonas comunes de casas o urbanizaciones, podemos desplazarnos a ciertos sitios como supermercados o farmacias… Pero por encima de todo está la recomendación de QUEDARNOS EN CASA, una recomendación muy clara que algunos se resisten a entender y asumir. Es verdad que cada ciudadano tendrá una situación, una manera y unas posibilidades de enfrentarse a este confinamiento, pero lo que llama la atención es la picaresca para utilizar situaciones esperpénticas entre las permitidas que bordean la estulticia en grado supino. 

Cuando yo era niño, las familias hacían la vida el mayor tiempo posible en la calle. Entre otras cosas porque era difícil hacerla en casa, unas casas pequeñas, sin aparatos más allá de una radio y donde el hacinamiento familiar era más que patente. Ahora las cosas han cambiado y, como término medio que para todo hay excepciones, disponemos de nuestra propia habitación, conexión a internet, teléfonos móviles y tabletas, oferta televisiva… y un montón de posibilidades inexistentes antaño que pueden permitirnos hogaño llevar este arrinconamiento con mayor facilidad. Aun así, la falta de libertad de movimientos a la que estamos acostumbrados es difícil de sobrellevar. No es lo mismo tomarse una cerveza con un amigo a través de Skype, Hangouts, Wasap, Telegram, Zoom, Instagram u otras que hacerlo en el bar cara a cara y después de un apretón de manos.  

Yo solo he salido de casa en estos días una vez para hacer compra imprescindible, imprescindible y no voluminosa-acaparadora, y volví horrorizado. No entiendo los comportamientos de la gente ignorando las cuestiones elementales que nos están diciendo por activa y por pasiva y lo que es peor, no sabiendo leer e ignorando las señales establecidas en el supermercado —único sitio al que fui—, lo que pone en riesgo a los dependientes que se la están jugando por nosotros. No se puede generalizar, pero con que uno se salte las recomendaciones, y lo hace más de uno, la cosa no funciona. Es como estar en una sala doscientas personas calladas con prohibición de hacer ruido. Con que uno
a persona, solo una, dé un chillido o le suene el teléfono, el silencio ha quedado roto. No sabemos comportamos por lo general, y en la situación que estamos viviendo, esto es simple y llanamente peligroso, muy peligroso.

Haciendo memoria, en mi vida solo he estado confinado en dos ocasiones, ambas de una semana de duración, por motivos médicos. La primera, en mi adolescencia al comienzo de los años setenta, ocurrió por una operación de apendicitis en la habitación compartida por tres enfermos en un hospital. Y sin televisión. Mi profesor de filosofía me hizo llegar un libro para que progresara en la asignatura de filosofía. Lo recuerdo nítidamente, el profesor se llamaba Octavio Uña Juárez y el libro era de Pierre Teilhard de Chardin, un paleontólogo y filósofo francés. Me leí el libro de cabo a rabo e hice un trabajo sobre este filósofo que me reportó una buena nota final en la asignatura. El otro confinamiento tuvo un transcurso más agradable, porque coincidió con las olimpiadas de Barcelona 92 y me di un atracón de deporte por televisión.
 
Historietas personales aparte, tengo la suerte, por el momento, de no tener necesidad alguna de salir de casa. Mi hijo tiene que trabajar días alternos y puede hacer la compra en su trayecto al trabajo. No entiendo que la gente con la excusa de salir a comprar el pan o pasear al perro salga incluso más de una vez al día poniéndose en riesgo y poniendo a los demás. Las redes sociales y los medios nos hacen llegar situaciones para echarse las manos a la cabeza de gente que yo creo que no está en sus cabales realizando acciones que a buen seguro en su vida normal ni siquiera llevan a cabo.

Las redes sociales son (como) una ventana al mundo en vivo y en directo. A través de ellas vemos muchas conductas ejemplares y otras no tanto, muchas muestras de apoyo a la vez que mucha mala baba que suele ser lo normal pero que tiene poco sentido en estos momentos. Me quedo con un par de ellas, positivas a mi entender. Una es del tuitero @Pedro_Arancon y dice así: «A ver si haciendo un esquema algunos se enteran. Tenemos dos opciones: Opción 1: Salir una vez a la semana para ir al supermercado para superar esto rápido, como en China. Opción 2: Salir a por el pan todos los días y que esto vaya para largo, como en Italia».

Otra, todas las comparaciones son odiosas, de Arturo Pérez Reverte, que en un tuit esta semana decía: «Hablo por teléfono con Márquez: "Chicos de veinte años diciendo que están hartos y aburridos. Joder, llevan una semana. Acuérdate de Sarajevo: cuatro años encerrados en sótanos bajo las bombas, sin luz ni calefacción. Y cuando salían a por agua, los francotiradores los mataban"». Nosotros y nuestros hijos estamos comunicándonos con familia, amigos y compañeros, teniendo clases por internet, disfrutando de más horas de televisión que nunca… pero nos aburrimos, nos falta salir a clase, a la discoteca, al bar, a nuestro rato de deporte…

La sociedad evoluciona, pero no siempre con las espaldas cubiertas. Hechos y situaciones como la que estamos viviendo en vivo y en directo en nuestras propias carnes nos avisan y ponen en tela de juicio nuestro desarrollo desmesurado, rápido, y quizá sin garantías de futuro. Es difícil hacer caso de situaciones posibles que se antojan como muy lejanas como las advertencias de hace pocos meses sobre los efectos del cambio climático. Para algunos, no humanos, no hay mal que por bien no venga. Las aguas de Venecia y sus canales están más limpias que nunca y los delfines se acercan a disfrutar de ellas, hecho que hacía muchos años que no ocurría al estar infestadas de barcos, suciedad y… turistas. La Naturaleza reclama sus espacios, (mal)ocupados por lo general por los homo sapiens, de forma que cuando lo humano se retira, lo natural avanza.

Es muy difícil tomar decisiones drásticas cuando suponen renunciar a ventajas de forma inmediata en aras de situaciones que (quizá) ocurrirán en un periodo muy lejano. No tiene sentido entrenarme hoy en día a comer ortigas y cardos del campo si no es previsible que tenga que hacerlo en un futuro. Pero de todo se puede sacar partido y aprovechar para aprender. Tenemos más tiempo en casa y podemos hacer cosas que la vorágine diaria procrastina una y otra vez. Se me ocurren algunas: descansar, hacer zafarrancho de limpieza, cocinar con tranquilidad, seguir ejercicios de entrenamiento en Youtube, llamar a amigos con los que hace tiempo que no hablamos, hacer un curso MOOC sobre COVID-19 como por ejemplo este que empieza mañana lunes 23 de marzo de 2020, vaciar armarios y cajones para darnos cuenta de que hay en ellos cosas que no recordábamos tener, leer, ordenar estanterías físicas o poner orden en nuestros archivos en las carpetas del ordenador…