domingo, 31 de octubre de 2021

PRESENCIALmente

Durante este último año hemos aprendido muchas cosas nuevas por mor de la pandemia. El impactante cambio que ha supuesto la reducción de la movilidad de los individuos ha motivado la aparición de nuevas formas y usos en las relaciones personales. Muchas de las interacciones que antaño eran presenciales han pasado a ser hogaño ausenciales, por lo general utilizando métodos telemáticos. Planteamientos que hace un año eran teóricos — el trabajo desde casa, por ejemplo— han quedado verificados y requeteprobados en estos últimos meses. Ahora ya se sabe que se puede. Pero no todo es miel sobre hojuelas porque han aparecido situaciones no contempladas que a la luz de los últimos acontecimientos requieren una pensada en profundidad.

Asisto a cursos telemáticos, planteados como tales desde su concepción. Con cierta frecuencia se escucha a los alumnos de estos cursos intervenir a través del micrófono o del chat para manifestar su deseo —ahora que ya parece que es viable— de volver a las clases presenciales. Deberíamos tener claro que una actividad que se ha planteado como «a distancia» debe empezar y terminar en esa modalidad. Los próximos que se planteen… ya se verá, dependiendo de la situación. Pero los que abogan por la vuelta a la presencialidad lo hacen hablando desde su particular punto de vista, asumiendo que la ubicación física del curso será en un lugar relativamente cercano a su domicilio al que se podrán desplazar. En mi caso, algunos de los cursos que sigo me serían imposibles de atender si fueran presenciales, simplemente por la distancia de mi domicilio a las previsibles aulas. Y sé de algunos alumnos que están siguiendo los cursos —estos cursos telemáticos— desde el extranjero.

En diferentes actividades estos meses han dejado huella y planteado nuevos problemas. Voy a comentar tres que conozco bien en los mundos laboral, formativo y divulgativo.

En el mundo laboral voy a referirme al caso de mi buen amigo José María. Empleado informático, sus desplazamientos diarios al trabajo desde su domicilio suponían un verdadero dolor al laborar a turnos y tener que emplear autobús y metro para recorren una gran distancia. Desde marzo de 2020 lleva realizando su labor desde su domicilio sin ningún problema, básicamente con la misma intensidad que si estuviera en su oficina. Se ha demostrado que se puede. Volver a la presencialidad supone un cambio radical —a peor— en su conciliación familiar y tener que volver a unos desplazamientos que suponen mucho tiempo e incomodidades.

En el mundo formativo yo asistía a cursos de humanidades para mayores en el campus de una universidad. Está bien lo del café antes o después de las clases o charlar con los compañeros, pero había un gasto de tiempo y dinero en el desplazamiento a las aulas. En lo que se refiere estrictamente a la clase, yo la sigo mucho mejor desde mi casa, con la pantalla y la voz del profesor nítida y clara, sin cuchicheos, teléfonos que suenan, toses, gente que entra y sale durante la clase… Es verdad que se pierde interacción con el profesor, pero se gana en claridad, intensidad y limpieza de las clases. Ahora se está planteando el pasar a modalidades híbridas como paso previo a volver a las presenciales como antaño. Veremos en estas híbridas si no se encuentra el profesor solo en clase o con cuatro amiguetes que aprovechen para quedar a tomar un café con la excusa. Yo, por mi parte, en casita, que estoy mejor.

Y en el mundo divulgativo ha sido una revolución. Se ha podido asistir a multitud de conferencias en estos últimos meses a través de la pantalla del ordenador, tableta o teléfono. Por referirme a una que ha tenido lugar estas dos últimas semanas, hablaré de «Getafe Negro», conferencias y charlas alrededor de la novela negra que se llevan celebrando en Getafe desde hace más de una decena de años. Yo asistí en el pasado, presencialmente, a alguna de ellas, pero el desplazamiento a Getafe desde mi domicilio me echa para atrás. En la imagen pueden ver un pantallazo de la sesión celebrada el pasado viernes 29 de octubre de 2021 en el Espacio Mercado, sito en la Plaza de la Constitución de Getafe, pero que yo pude seguir en directo a través del canal de Youtube. Uno de los ponentes, Paul Preston, participaba desde su domicilio en el Reino Unido. Y la cuestión no es que yo pudiera pensar en asistir, sino que muchos asistentes lo hacían desde Suramérica u otros países del mundo. Y con otra ventaja adicional: las conferencias quedan grabadas y pueden visualizarse posteriormente, porque no siempre se puede asistir a todo lo que se desea, ya que algunas veces coinciden con otras actividades. Por mencionar otro ejemplo de la miríada de ellos que hay, invito al curioso lector a asomarse a este enlace.

Probablemente yo sea un rara avis pero mucho me temo que cuando pueda elegir entre presencialidad o ausencialidad me decante en la mayoría de las ocasiones por esta última opción. Los cafés, comidas o abrazos con los amigos o compañeros se pueden realizar sin la excusa de asistir a clases o conferencias. Ya sé que la individualidad y la falta de relaciones personales físicas pueden suponer un problema, pero trataré de lidiar con él y compensarlo con actividades específicas.



 


 

domingo, 24 de octubre de 2021

O.S.H.

El tiempo transcurre a una endiablada velocidad especialmente cuando se tienen muchos años cumplidos. Tenía la sensación de que hacía menos años que escribí en este blog la entrada «INEFABLE», pero ya han transcurrido algo más de once años de ella. En esta semana de octubre de 2021 he vuelto a repetir la experiencia que allí se relataba, pero en otro lugar.

En un curso sobre la Historia del Real Sitio de San Lorenzo del Escorial se mencionó la Comunidad Jerónima como la elegida por Felipe II para hacerse cargo de la construcción y mantenimiento de su monasterio de El Escorial allá por el siglo XVI. Los Jerónimos es una orden monástica fundada dos siglos antes, en el siglo XIV, y que llegó a tener «muy buena sintonía» con los reyes españoles en los primeros siglos de su fundación. Solo se implantó en la península Ibérica, España y Portugal, renunciando a expandirse fuera de estas fronteras, lo que puede ser uno de los determinantes de su próxima desaparición en su versión masculina. Llegaron a tener alrededor de 60 monasterios de gran importancia como los de Guisando, Guadalupe, Yuste, San Jerónimo el Real de Madrid, Belem en Lisboa… además del ya citado de San Lorenzo del Escorial.

En el citado curso se hizo referencia al último sitio monacal de los jerónimos en la actualidad: El monasterio de Santa María del Parral, en Segovia. Mira que he ido veces y veces a Segovia y no conocía ese monasterio. Indagando para efectuar una visita al mismo, pude constatar que por la pandemia las visitas están canceladas en estos momentos, octubre de 2021, pero en su magnífica página web pude ver que estaba abierta otra posibilidad: la hospedería monástica.

La entrada «INEFABLE» antes aludida relataba mi magnífica experiencia en 2010 en otra hospedería monástica, la de la Abadía de Santo Domingo de Silos, a la que remito al lector como complemento a esta. ¿Por qué no repetirla? Una llamada telefónica me permitió contactar con el monasterio y acordar mi estancia en él durante tres días. Mi experiencia anterior me sirvió para ya tener una idea, pero ha pasado el tiempo y al ser otro el lugar y otra la orden monástica, las condiciones eran algo diferentes y sobre todo más restrictivas en algunos aspectos, como por ejemplo no poder salir del monasterio en los días que durara la estancia, cosa que, en Silos, en aquellos años, no era así. Un aspecto a resaltar es, en estos tiempos, que la estancia es completamente gratuita, quedando a juicio del visitante el aportar un óbolo de ayuda a los monjes si lo estima oportuno, pero sin ninguna obligación.

Han sido tres días de gran sosiego, de infinita paz, de meditación y reencuentro con uno mismo, deambulando por los espacios permitidos del monasterio, compartiendo con los monjes sus rezos —todos ellos, de forma voluntaria—, paseando por el claustro y la huerta, disfrutando de la misma comida y en el mismo refectorio que los monjes, y compartiendo no todos los espacios del monasterio pues algunos de ellos son de clausura y están reservados e inaccesibles a los huéspedes. Curiosamente, uno de los espacios no accesibles es la propia iglesia del monasterio. Comentado el hecho con fray Alfonso, mi hospedero y único al que podía dirigirme, se brindó a enseñarme la iglesia y también, por añadidura, la biblioteca, ambas magníficas; espero volver en algún momento como mero visitante turístico cuando se reabran las visitas para poder contemplar con más detenimiento y en todo su esplendor la imponente iglesia.

Es de resaltar la riqueza en general del monasterio y eso que sufrió un gran despojo por parte de las tropas francesas a comienzos del siglo XIX que fue seguido en 1837 por la Desamortización de Mendizábal que motivó la expulsión de los monjes. Abandonado y saqueado durante ochenta años, el conjunto monástico recuperó su esplendor al ser declarado monumento nacional en 1914, bastante restaurado y cedido de nuevo a la Orden Jerónima que renació en 1925 de la mano del beato Manuel Sanz.

Lo más resaltable de esta nueva experiencia ha sido el silencio. Aparte de las palabras de bienvenida y despedida por parte de fray Alfonso, en una de las ocasiones que me crucé con el prior en el claustro me dirigió un único vocablo: ¡Bienvenido! Es la norma y me parece bien, no interaccionar con los monjes, que están a sus cosas y no para hacer comentarios y chascarrillos con los huéspedes. Una soledad compartida y un silencio enriquecedor que ha durado tres días. Pero mi aislamiento no ha sido total, ya que en la habitación disponía de elementos de comunicación con el mundo —teléfono, ordenador y una excelente wifi— que me permitieron no desconectar completamente, porque solo a última hora del día, en el retiro nocturno, hablaba por teléfono con mi familia o leía algún periódico digital, amén de algunos correos electrónicos y wasaps con amigos y conocidos, algunos de los cuales sabían, pero otros no, donde me encontraba.

El título de esta entrada, —O.S.H.— llamó mi atención en un primer momento. Yo conocía otras siglas parecidas, O.S.A., por haberlas visto añadidas a los nombres de padres agustinos en artículos o libros. «O.S.H.» significa Ordo Sancti Hieronymi o lo que es lo mismo, Orden de San Jerónimo. La noticia en estos días de octubre de 2021 es que muy pocos monjes vivos pueden utilizar estas siglas: tan solo seis. En el cenobio de Santa María del Parral, último reducto de la Orden Jerónima, solo quedan seis monjes, muchos de ellos ya muy mayores. He podido verlos a todos durante mi estancia en el refectorio, la capilla o paseando por el claustro o la huerta. No parece que haya mucha vocación nueva en esta orden, la más contemplativa después de los Cartujos, por lo que parece condenada a desaparecer en poco tiempo. Es de suponer que el monasterio, propiedad de algún ministerio o comunidad, será ocupado por otra orden cuando esto llegue a suceder. Hay que decir que la parte femenina de la orden, monjas jerónimas, si hay muchas en bastantes monasterios.

Todo lo que rodea a esta historia está referido en numerosos vídeos en la plataforma Youtube, algunos de ellos muy interesantes, por lo que animo al curioso lector a asomarse por allí a algunos de ellos para poder darse una idea de la magnificencia del monasterio y de la «agonía» de la orden jerónima.



domingo, 17 de octubre de 2021

PROFESIONALIDAD

Viejos, ancianos, mayores… La voz de la experiencia silenciada. Érase una vez un (posiblemente muy buen) técnico con 28 años de experiencia en un desempeño técnico muy crítico cuando una fusión empresarial dio al traste con él en un departamento de la empresa resultante, departamento «gobernado» por directivos y personal de la «otra» empresa. Su experiencia no sirvió para incrementar los conocimientos de todos sino que se volvió en su contra y acabó vilipendiado y arrinconado durante cuatro años hasta que por fin salió de allí; toda una experiencia perdida que sin embargo arrojó paradojas en los años posteriores: en cuatro ocasiones, actuando ya como freelance, fue contratado por empresas interpuestas para realizar trabajos en su antiguo departamento dado que sus antaño coincidentes laborales —nunca llegaron a ser compañeros— no tenían ni la más remota idea de hacerlo.

Antaño la experiencia y los conocimientos eran transmitidos de unos a otros, pero hogaño eso parece que se ha olvidado en el mundo empresarial: todos sirven para todo. Pero noticias como la que puede verse en la imagen ponen un punto de inflexión de vez en cuando en este mundillo. El telescopio Hubble llevaba muchos años funcionando cuando sobrevino un fallo en uno de sus ordenadores (30 años de antigüedad) que dejó parado su sistema informático. Los actuales responsables de su mantenimiento tuvieron que llamar —menos mal que no les dolieron prendas ni se les cayeron los anillos— a empleados jubilados para aunar sus conocimientos y su experiencia con los actuales y conseguir reparar el problema.

Un caso aislado, sí, pero no tanto. En Estados Unidos e incluso en España se buscan en estos días del año 2021 programadores informáticos de COBOL, un lenguaje de programación que empezó sus andares en 1959. En algún momento se llegó a considerar antediluviano y las empresas no se han cuidado de mantener su legado informático sin observar que hay muchos programas, algunos vitales, funcionando en las instalaciones. Un caso parecido está sucediendo, en menor escala, con otro lenguaje de grandes ordenadores IBM: ASSEMBLER. Cada vez hay menos programadores que lo dominen y todavía quedan algunos programas codificados en ese lenguaje que pueden llegar a ser críticos y que o bien deberían ser sustituidos por otros o bien se debería formar a técnicos que aprendieran y lo mantuvieran. Ni una cosa ni la otra…

La transmisión de la experiencia es una cosa denostada y hasta casi mal vista, casi casi como la enseñanza conocida como de formación profesional por la que optan todavía muy pocos alumnos. En los diarios se pueden ver en estos días peticiones alarmantes de las empresas para contratar camioneros y albañiles sin poderlos encontrar. Un maestro albañil no se hace ni en un año ni en cinco. Y hablando de albañiles, en julio de este año 2021 publicaba en este mismo blog la entrada «ALBAÑILES» haciendo referencia a una calle adoquinada que bordea el monasterio de San Lorenzo de El Escorial. 

En 1963, supongo que expertos albañiles remodelaron la calle, adoquinándola, y lo debieron hacer bien pues estuvieron años pasando por ella vehículos, camiones y autobuses sin que se moviera un solo adoquín. Cuando el tráfico pesado se retiró, alguna mente sesuda decidió volver a adoquinar la calle, pero se conoce que los albañiles contratados al efecto y también sus ingenieros dirigentes no tenían los mismos conocimientos y oficio que aquellos que lo hicieron en 1963. El resultado es que la calle está llena de multitud de hundimientos y baches que han tratado en varias ocasiones de remendar sin éxito. Quizá como los de la NASA podrían haber tratado de encontrar alguno de aquellos albañiles de hace sesenta años que con su experiencia asesorara la forma de hacerlo, pero han debido desistir y reconocer que no saben porque han tirado por la calle de en medio: rellenar con asfalto los baches y agujeros como puede verse en la imagen a continuación.

Un aspecto deplorable, lamentable, un reconocimiento de impotencia, de falta de conocimientos y profesionalidad, que bien puede servir de ejemplo al tema de esta entrada. No se cultiva la transmisión de conocimientos y los resultados a la vista están. Por puro egoísmo, deberíamos respetar la sabiduría de los ancianos, tomar sus consejos y aprender de sus enseñanzas. Pero seguimos con los prejuicios hacia los mayores, creyendo con prepotencia que lo joven es superior.

«Envejecer y saber hacerlo suele ser una obra difícil, admirable. Por eso, sentar en el sillón a esa sabiduría y ponerla a darse balance en soledad y silencio es uno de los mayores e imperdonables desperdicios».