domingo, 6 de enero de 2008

ENVOLTORIOS

Este año sus Majestades han dejado los regalos sin envolver. Bueno, lo de sin envolver es un decir. Lo que no ha habido es el envoltorio final, de papel de colores y “papel cello” en abundancia, que todos, sobre todos los niños, nos tiramos a romper y deshacer toda velocidad para acceder al contenido. Este papel tiene la magia de ocultar hasta el último momento lo que nos han regalado.

En reuniones multitudinarias, alguien de la familia tiene que tomar una bolsa grande para ir guardando el batiburrillo de papeles y cartones que se produce. Los niños muchas veces prestan más atención a la caja que al contenido, consecuencia lógica en estos tiempos de recibir un sin número de regalos, desde luego más de uno, muchos de los cuales acabarán en una estantería recibiendo poca o ninguna atención.

Aún así, sin ese envoltorio final, multitud de cajas, bolsitas de plástico, porexpanes, cablecitos, plastiquitos ….. cubren el producto final. Todo esto, que recordemos tiene un coste, acaba en la basura. Hace años me dijeron que el coste de una lata de refresco, de esas tan corrientes y extendidas hoy en día, costaba 13 pesetas. Supongamos que hoy ronda los 10 cts. de euro y que va a la basura con cada refresco que se toma. Y no es lo malo el precio, sino que el hecho de ir a la basura deriva un nuevo coste en transporte, reciclado y en caso de llegar al basurero, un problema para la madre naturaleza que no sabe como absorber e integrar tanta basura como producimos hoy en día.

No hace mucho tiempo, las casas no generaban casi basura. En la ciudad algo más, pero en el campo todo se utilizaba, las sobras de comida para los animales, los restos orgánicos como abono en los sembrados. El brick, la botella de plástico y las bolsas de plástico inexistían. El simple hecho de ir a comprar yogurt a la panadería de la esquina implicaba el coger una cestita de alambre con los cuatro cascos vacíos y cambiarlos por los llenos. La cestilla era similar al ir por huevos. Los cascos de cristal iban y venían como moneda de trueque para obtener los productos. Y tenían un coste, que había que abonar la primera vez o cuando se rompía alguno. Otros productos, tales como la leche y el aceite no generaban residuos. La leche era vertida directamente por el lechero en casa todos los días desde su cántara al cazo donde se hervía a continuación. El aceite era dispensado en las tiendas y economatos, en la cantidad que se solicitase, desde unos émbolos gigantescos a modo de surtidores de gasolina, que succionaban el aceite desde un depósito oculto bajo el suelo y lo servían en el recipiente aportado por el cliente.

Los supermercados y la prisa han traído los envoltorios. Y los envoltorios ya no son sencillos, hay toda una industria detrás de ellos, en su fabricación y marketing, en hacer su diseño más atractivo a los ojos del comprador. AL final todos acaban en la basura o en el reciclaje, pero mientras cumplen su función y se pavonean de contener lo que realmente hemos ido a comprar.

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