martes, 17 de junio de 2008

NEFASTO


Amanecía un día de recados y vicisitudes que prometía ser intenso. El pasado miércoles fue uno de esos días reservados para hacer un montón de cosas, que implicaban relación con otros organismos, empresas o particulares y que ya anticipaba, por la naturaleza de los casos, que iban a surgir sorpresas.
A primera hora de la mañana establezco la conexión vía internet con el centro de Atlanta de IBM para la realización de las prácticas de un curso que estoy preparando. ¿Adivinan lo que pasó? Pues eso, que la clave era incorrecta, correo electrónico al canto dirigido al responsable y a esperar la contestación. El teléfono no sirve pues la generación de claves lleva sus trámites y su tiempo.
Acudo al centro de salud para solicitar un análisis de sangre para mi padre que se encuentra en una residencia y que por ello no puede desplazarse. La persona que me atiende no sabe como es el procedimiento, que ya se ha realizado otras veces. No me da ninguna solución, bueno, sí, que baje al Hospital, distante cuatro kilómetros y pregunte allí, aunque me recomienda ir a primera hora de la mañana que es cuando se están practicando las extracciones y allí me aconsejarán.
Se me ha roto un cristal de un marco de fotografías. Me acerco a la tienda de toda la vida y cuando entro en ella noto que ha cambiado el aspecto, incluso la dependienta de siempre ha cambiado también. Ahora se dedican a más cosas, es otra empresa, pero me pueden hacer el cristalito de marras, eso si, no sabe cúanto cuesta y no sabe lo que tardarán, no menos de diez días. Me recoge el teléfono y “ya me avisará”.
Me dirijo al apartado de Correos pues estoy esperando desde hace tiempo un paquete contra reembolso de unos calcetines que he pedido a una fábrica de Barcelona. No llega lo que espero pero me encuentro un papelito, que por mucho que lo leo no me entero, acerca de nuevas normas del apartado, contrato de nuevos titulares y la típica “amenaza” de que si no se hace no sé qué cosa, que no está claro, a partir del próximo 10 de Julio no podrán depositar …. Etc. etc. Me dirijo a la directora de la oficina pero a la vista del papelito, que se supone ha depositado algún empleado bajo su dirección, no sabe darme explicaciones, me dice que lo rellene de cualquier manera y que ya me avisarán.
Me tengo que desplazar a un pueblo distante diecisiete kilómetros a recoger una pieza de plástico que han enviado desde Bilbao para la silla de ruedas de mi padre. Tras llegar allí, la dependienta que normalmente atiende la tienda se ha tenido que marchar por asunto familiar grave y la persona que se encuentra allí no sabe nada de nada. Busca y rebusca la pieza por mil y un cajones escondidos y al final no la encuentra. Me vuelvo para casa, otros diecisiete kilómetros, al precio que está el gasoil, sin la pieza y con un cabreo que para qué. Vaya día.
Al mediodía, cuando estoy a punto de tomar el tren para asistir a una comida con antiguos compañeros, recibo la llamada telefónica correspondiente al móvil anulando la comida. En el último momento, cinco minutos más tarde habría estado con mi flamante billete montado en el tren camino de Madrid. Se proponen nuevas fechas pero no estoy de humor, con el día que llevo, de pensar en nuevas convocatorias, máxime cuando se anulan una y otra vez.
De vuelta a casa, y eso que no había llegado la una de la tarde, por si no tenía pequeña la historia de fracasos del día, decido hacer la última gestión, consistente en dar de baja el contrato de mis padres con Tele2 para llamadas telefónicas. La cuestión se proponía tan enrevesada que la dije a la señorita que me atendía por teléfono que no estaba de humor y que lo dejaba para otro día.
Menos mal que España va bien y el mundo va mejor. Viva la tuberculosis.