domingo, 28 de junio de 2009
FRASEOLOGIA
No tenía muy claro si la palabra elegida para título de esta entrada en el blog era correcta y además significaba lo que yo creía. Una rápida consulta al diccionario nos muestra diversas acepciones de las cuales una de ellas, la número cuatro, representa la idea que yo tenía: “Conjunto de frases hechas, locuciones figuradas, metáforas y comparaciones fijadas, modismos y refranes, existentes en una lengua, en el uso individual o en el de algún grupo”.Hilando un poco más fino, la acepción segunda también anda cerca: “Conjunto de expresiones intrincadas, pretenciosas o falaces.”
Desde hace algunos años me he aficionado a coleccionar frases hechas. Selecciono y apunto las que me gustan, en el sentido de que dan que pensar y pueden ser motivo de algún comentario o intercambio de opiniones, ya que se prestan a diferentes interpretaciones, empezando por si se está de acuerdo o no con la misma y con el significado que cada cual otorga. En muchos sitios aparecen frases, como por ejemplo en la cabecera de algún diario nacional como “El Mundo” o en una sección fija de alguna revista mensual como “Muy Interesante”. Por ejemplo, la frase que aparece en la cabecera del diario El Mundo de hoy es la siguiente: “Un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema”, Winston Churchill.
Como no podía ser de otra manera, Internet es también una fuente inagotable de referencias a frases. De entre algunas que le localizado, suelo consultar en alguna ocasión www.mundocitas.com. Ahí se pueden encontrar un sinfín de frases, clasificadas por temas o por autores y con algún valor añadido, que yo utilizo, cual es que te envíen un correo electrónico diario con una frase escogida al azar. Con este correo electrónico consigo dos fines, uno la lectura de la propia frase y otro es que me llegue un correo diario, bueno, en mi caso son tres, a cada una de las cuentas de correo que utilizo, lo cual es una forma de probar que las cuentas funcionan. Ya he detectado en un par de ocasiones fallos en una de ellas, curiosamente la que es de pago. A modo de referencia, la frase que me ha llegado hoy en uno de los correos es “La fama es un trozo de nada que el artista agarra al vuelo sin saber por qué.” Fernando Arrabal.
En esta web es posible también el acceso a la colección de frases de un autor determinado. Uno de los autores que tiene muchas frases y en general muy buenas, y que ya he comentado en otra entrada en este blog es Benjamin Franklin. No solo podemos leer todas las frases que están recopiladas de él, sino generar un documento en formato "pdf" con una breve historia y sus frases para guardarlo en nuestro ordenador o enviarlo a los amigos, para que reflexionen, en lugar o además de tanta basurilla como circula por ahí, mientras el correo electrónico sea más o menos gratuito y no genera costes añadidos. Cuando haya que abonar algo, ya no circularan tantos correos, muchos de ellos spam y basura, y el personal se cuidará muy mucho de enviar cosas de forma masiva. El enlace directo a la entrada específica de Franklin en la web de Mundocitas es http://www.mundocitas.com/autor/Benjamin/Franklin.
Otra de mis fuentes diarias es el Taco Calendario del Corazón de Jesús, ese calendario que preside mi escritorio y que requiere atención diaria para ir cortando una a una las páginas que representan cada día. Amén de otras informaciones interesantes y curiosas, cada día, excepto los domingos y fiestas señaladas, contiene una frase. Hoy por ser Domingo no hay, pero podemos dejar constancia aquí de la de ayer sábado cuya hoja acabo de arrancar: “Abrirse camino es sencillo; lo difícil es mantener el rumbo” Cecilia Bartoli.
Pero la idea de escribir este apartado tengo que reconocer que ha venido por una frase que el profesor recordó en un curso al que he asistido hace unos días. Yo la había oído con anterioridad aunque no sabía su autor, así que le pregunté. Me dió como referencia un libro que sin más dilación estoy leyendo, encontrándome en estos momentos en su ecuador. Otro modo de capturar frases para la colección es a partir de textos que llamen la atención en libros o artículos, como es este caso. Yo conocía la siguiente versión de esta frase: “Hasta los hombres más opacos emiten algún resplandor; pocos hay que no puedan enseñarnos alguna cosa”. Una vez localizada en el libro, la frase completa reza así: “Los hombres más opacos emiten algún resplandor: este asesino toca bien la flauta, ese contramaestre que desgarra a latigazos la espalda de los esclavos es quizá un buen hijo, ese idiota compartiría conmigo su último mendrugo. Y pocos hay que no puedan enseñarnos alguna cosa. Nuestro gran error está en tratar de obtener de cada uno en particular las virtudes que no posee, descuidando cultivar aquellas que posee”.
Podemos estar de acuerdo o no con esta u otra frase, pero de lo que no cabe duda es que nos da que pensar y nos puede aportar nuevos puntos de vista acerca de variadas cuestiones, que sin duda pasarán a engrosar y enriquecer nuestra mochila de conocimientos para seguir transitando y “trans-accionando” por la vida.
Otra frase de las que he entresacado del libro comentado es la siguiente, que me parece muy de actualidad: “Toda ley demasiado transgredida es mala; corresponde al legislador abrogarla o cambiarla, a fin de que el desprecio en que ha caído esa ordenanza insensata no se extienda a leyes más justas.” Revísese esta frase en el tema del tráfico, donde se ha llegado a tal relajación en el cumplimiento de las normas que el jarabe de palo que nos están aplicando ahora a base de multas y radares es desproporcionado pero que es la única manera de volvernos al redil.
Puedo intuir en que está pensando el lector, que no es otra cosa que voy a acabar este escrito sin mencionar el libro. Lo dejo para el final, con lo que intento mantener el interés. El libro es duro, interesante, para leer con tranquilidad, una joya de libro con muchas enseñanzas: “Memorias de Adriano”, de Marguerite Yourcenar. Según dicen los entendidos, una de las joyas del pasado siglo XX.
miércoles, 24 de junio de 2009
MODERNIDADES
Justo cuando empiezo a escribir unas apreciaciones acerca de los tiempos modernos en que nos ha tocado vivir, me llega por correo electrónico una frase que resume de un plumazo y con gran maestría las incongruencias que nos van invadiendo día tras día y a las que nos es imposible mostrar siquiera una pequeña resistencia.
La frase en cuestión dice lo siguiente:
“En el mundo actual, se está invirtiendo cinco veces más en medicamentos para la virilidad masculina y silicona para mujeres, que en la cura del Alzheimer. De aquí algunos años, tendremos viejas de tetas grandes y viejos con pene duro, pero ninguno de ellos se acordará para que sirven”No se puede resumir de manera más certera la pérdida del norte que tiene la sociedad en este tema de la medicina y en otros muchos aspectos. El negocio prima por encima de otros muchos conceptos y el grado de permisividad que genera la oferta y la demanda hace que tendamos a dar mucha importancia a aspectos que en realidad no son fundamentales, y lo que es peor, ciudadanos y sus dirigentes olviden de poner el énfasis correspondiente en cuestiones vitales para una buena supervivencia, no solo física sino mental.
Retomo la cuestión de la modernidad. Imagino que siempre estaremos hablando de tiempos modernos y si no que se lo digan al españolito que hace cincuenta años se puso al volante de un “seiscientos” o al que a principios de los ochenta insertó su primer CD tras muchos años de situar la aguja con mucho cuidado encima de los vinilos.
Ayer celebrábamos la fiesta de cumpleaños de mi hija. Otra modernidad esto de los cumpleaños, donde hay que juntar a prácticamente toda la clase y organizar dos horas de juegos y merienda. Asistieron dieciocho niños y la cosa en general fue bien, aunque siempre hay dos que se pegan, tres que no hacen caso y cuatro que se montan su fiesta particular y pasan de todo. Lo normal. Huyendo de sitios cerrados y estereotipados que de dedican de forma profesional a organizar este tipo de fiestas, nos metimos en el jaleo de organizarla en el campo. Aparte de preparar toda la parafernalia correspondiente de globos, cadenetas, manteles, platos, vasos, servilletas, bocadillos y “sandwiches”, tarta, etc. etc. el problema era enfriar la bebida. La solución fueron dos grandes barreños con hielo. Calculé que dos horas serían suficientes para que la bebida estuviera fría o al menos fresquita, ya que estamos en verano y el calor aprieta aunque la fiesta empezara a las seis de la tarde. El día anterior había comentado con mis amigos donde se compraba el hielo y había dos opciones, la gasolinera de Mariano o la tienda de Javi. Como iba a ir a eso de las cuatro mencioné que la mejor opción era la gasolinera pero me dijeron que no, hombre, que lo comprara en la tienda que le hacía un favor. Así que me dirigí a la tienda a eso de las cuatro muy poco convencido que pudiera comprar el hielo, pensando que a continuación me tendría que ir a la gasolinera.
Al llegar a la tienda, estaba cerrada, pero un gran cartel en el frontal de la misma rezaba “HIELO” y a continuación un número de teléfono móvil. Por probar no se pierde nada, con lo que llamé al teléfono y allí que me salió Javi, diciéndome que en dos minutos estaba ahí, como así fue. Realmente vive a dos pasos, así que una forma de no tener la tienda abierta pero atenderla pasa por que el cliente se sepa de qué va la cosa y utilice su teléfono para llamarle. Supongo que le fastidiaría la siesta pero habrá decidido que será mejor estar en su casa descansando aunque le molesten que estar en la tienda.
Así que ya lo saben, se imponen este tipo de comercios, semi-abiertos o semi-cerrados, donde podrá ver un cartelito con un móvil al que deberá llamar si quiere ser atendido. Así pues, al coste del producto habrá que añadir el coste de la llamada, que no es gratis.
Otra modernidad puede ser apreciada hoy día con frecuencia cuando entramos a una tienda aunque a mí también me ocurrió en otro tipo de comercio más peculiar, cual es un bar. Habíamos quedado un grupo de amigos para tratar unos temas en un bar, al que yo llegué puntual, cosa que no suele hacer el resto. Pues bien, el bar estaba vacío excepto el camarero que estaba en la barra, no mirando al cielo o a la puerta, sino enfrascado en ….. un ordenador portátil conectado a internet. Me saludó y me pidió por favor que le dejara un momentito, que estaba mandando un correo electrónico que era muy importante.
Qué cosas tendremos que ver en el tiempo que nos quede de transitar por este mundo.
domingo, 14 de junio de 2009
TURISTAS
Ayer sábado nos encontramos mi mujer y yo con dos horas libres cuando estábamos situados en la madrileña Puerta del Sol. Tratamos de pensar como simples turistas que no habían preparado el viaje y que algo deberían de ver en ese tiempo. Para ninguno de los dos era posible convertirse así de un plumazo en turistas ya que hemos transitado muchas veces por este enclave, pero tomamos la decisión de acercarnos a uno de los cafés más emblemáticos como es “La Mallorquina”. Yo estuve trabajando a cien metros durante casi seis años y en alguna ocasión, de vuelta al tren cuando ya apretaba el hambre, he pasado por allí a comprar sus famosas napolitanas, pero directamente en el mostrador, para llevar, como se dice ahora con la comida que no se consume en el mismo local donde se compra.
Aunque nunca había subido arriba, el local dispone de un salón en el piso superior, al que se accede por una retorcida escalera. Aunque la capa de pintura parece relativamente nueva, el aspecto que se recibe al acceder a este salón es como de haber retrocedido unos cuantos años en el tiempo, ya que debe de seguir igual que hace muchos y muchos años. A pesar de ser cerca del mediodía, tuvimos la suerte de encontrar una mesa libre, pues se encontraba atestado de gente, prueba de que sigue teniendo su tiro entre el público que visita o vive en la capital.
El número de personas presente era inversamente proporcional al número de camareros que había para atender. Dos o tres iban y venían pero claramente no daban abasto para cubrir la demanda. Tras veinticinco minutos de espera, cuando ya nos íbamos a marchar, uno de ellos se dirigió a nosotros y empezó a limpiar la mesa de los restos que habían dejado los que nos habían precedido. Las mesas están dotadas de mantel de tela y fue curioso como se procedió a la limpieza: una vez retiradas las tazas y platos, volteó el mantel en el aire cual torero en tarde de faena y lo volvió a colocar en la mesa. Las migas y algún que otro resto más fue a parar al suelo, donde ya sería harina de otro costal el barrerlo.
En la mesa no había ninguna carta con las posibilidades que teníamos de elegir nuestra consumición. Cuando el camarero nos prestó atención y le hicimos saber este extremo, hizo ademán de marcharse a por una carta pero rápidamente le retuvimos, claramente presas del pánico de que no volviera en otros veinticinco minutos, y nos limitamos a pedirle una cosa fácil y de poca elaboración: dos cafés y dos napolitanas. Menos mal porque aún así tardó como otros diez minutos en llegar con ellas. Aprovechamos para pagar la cuenta, que fue lo único rápido pues llevaba al cinto un monedero portátil y nos dio la vuelta en el momento.
En esta operación habíamos consumido casi la primera de las dos horas de las que disponíamos. Se imponía un paseo hasta la Plaza Mayor atravesando callejuelas llenas de figurantes que demandaban la atención, y algún dinerillo, de los viandantes. Me llamó la atención un señor, con una bandeja llena de copas con diferentes niveles de agua, que mediante suaves toques en los bordes interpretaba una melodía con una calidad de sonido impresionante para provenir de un roce entre mano y cristal. La Plaza Mayor, sobre la una, estaba llena de gente que ocupaba las terrazas, paseaba, se hacía fotos y deambulaba por allí. Intentamos entrar a la Oficina de Turismo, por aquello de pedir un folleto y preguntar algo, como verdaderos nuevos visitantes de la ciudad, pero desistimos debido a la cola tan impresionante. Por último nos acercamos al remodelado mercado de San Miguel, donde las antiguas tiendas han cedido su sitio a una atmósfera moderna de “delicatesen” y productos de calidad con bares y espacios para consumirlos. Merece la pena la visita pero habremos de hacerla en otra ocasión, más adelante, cuando haya pasado el furor de la reciente inauguración y haya menos gente.
El remate no podía ser otro que el ya clásico bocadillo de calamares en uno de los callejones que dan a la plaza mayor, con su correspondiente cerveza, en un ambiente de los de antes, sucio, grasiento, con el suelo lleno de papeles y restos, pero que rescatan el viejo sabor de los bares de los años setenta, donde todo iba al suelo. Me viene a la memoria, no sé si seguirá funcionando el denominado “El Abuelo” cerca de la calle de la Cruz, donde era típico ir a consumir sus famosas gambas a la plancha, gambas cuyo envoltorio acababa en el suelo.
Aunque nunca había subido arriba, el local dispone de un salón en el piso superior, al que se accede por una retorcida escalera. Aunque la capa de pintura parece relativamente nueva, el aspecto que se recibe al acceder a este salón es como de haber retrocedido unos cuantos años en el tiempo, ya que debe de seguir igual que hace muchos y muchos años. A pesar de ser cerca del mediodía, tuvimos la suerte de encontrar una mesa libre, pues se encontraba atestado de gente, prueba de que sigue teniendo su tiro entre el público que visita o vive en la capital.
El número de personas presente era inversamente proporcional al número de camareros que había para atender. Dos o tres iban y venían pero claramente no daban abasto para cubrir la demanda. Tras veinticinco minutos de espera, cuando ya nos íbamos a marchar, uno de ellos se dirigió a nosotros y empezó a limpiar la mesa de los restos que habían dejado los que nos habían precedido. Las mesas están dotadas de mantel de tela y fue curioso como se procedió a la limpieza: una vez retiradas las tazas y platos, volteó el mantel en el aire cual torero en tarde de faena y lo volvió a colocar en la mesa. Las migas y algún que otro resto más fue a parar al suelo, donde ya sería harina de otro costal el barrerlo.
En la mesa no había ninguna carta con las posibilidades que teníamos de elegir nuestra consumición. Cuando el camarero nos prestó atención y le hicimos saber este extremo, hizo ademán de marcharse a por una carta pero rápidamente le retuvimos, claramente presas del pánico de que no volviera en otros veinticinco minutos, y nos limitamos a pedirle una cosa fácil y de poca elaboración: dos cafés y dos napolitanas. Menos mal porque aún así tardó como otros diez minutos en llegar con ellas. Aprovechamos para pagar la cuenta, que fue lo único rápido pues llevaba al cinto un monedero portátil y nos dio la vuelta en el momento.
En esta operación habíamos consumido casi la primera de las dos horas de las que disponíamos. Se imponía un paseo hasta la Plaza Mayor atravesando callejuelas llenas de figurantes que demandaban la atención, y algún dinerillo, de los viandantes. Me llamó la atención un señor, con una bandeja llena de copas con diferentes niveles de agua, que mediante suaves toques en los bordes interpretaba una melodía con una calidad de sonido impresionante para provenir de un roce entre mano y cristal. La Plaza Mayor, sobre la una, estaba llena de gente que ocupaba las terrazas, paseaba, se hacía fotos y deambulaba por allí. Intentamos entrar a la Oficina de Turismo, por aquello de pedir un folleto y preguntar algo, como verdaderos nuevos visitantes de la ciudad, pero desistimos debido a la cola tan impresionante. Por último nos acercamos al remodelado mercado de San Miguel, donde las antiguas tiendas han cedido su sitio a una atmósfera moderna de “delicatesen” y productos de calidad con bares y espacios para consumirlos. Merece la pena la visita pero habremos de hacerla en otra ocasión, más adelante, cuando haya pasado el furor de la reciente inauguración y haya menos gente.
El remate no podía ser otro que el ya clásico bocadillo de calamares en uno de los callejones que dan a la plaza mayor, con su correspondiente cerveza, en un ambiente de los de antes, sucio, grasiento, con el suelo lleno de papeles y restos, pero que rescatan el viejo sabor de los bares de los años setenta, donde todo iba al suelo. Me viene a la memoria, no sé si seguirá funcionando el denominado “El Abuelo” cerca de la calle de la Cruz, donde era típico ir a consumir sus famosas gambas a la plancha, gambas cuyo envoltorio acababa en el suelo.
miércoles, 3 de junio de 2009
DESFACHATEZ
La persona que haya seguido las entradas de este blog en los últimos apartados pensará que tengo una especial fijación con la empresa que me suministraba hasta hace unos días los servicios de telefonía móvil. Yo creía que esto era un asunto olvidado, pero una vez más, por sorpresa, me activan mis neuronas mediante una comunicación de despedida, que motiva una nueva reflexión por mi parte.
Ya esperaba recibir la última factura sin respetar los compromisos, por supuesto verbales, que adquirió conmigo un componente del departamento comercial de esta empresa, de no cobrarme los nueve euros de mínimo consumo mensual. Esto me ha costado este mes, por última vez, más de cinco euros que se llevan por todo el morro, como consecuencia del cambio de tarifas que entró en vigor el pasado Febrero. Ya en aquel momento inicié mi marcha de esta estupenda compañía, pero entonces un comercial me dijo que podía seguir un año sin que me fuera de aplicación esa clausula. Insisto en que estas comunicaciones son verbales y telefónicas, por lo que no queda nada registrado que pueda demostrarlo.
Mentiras y más mentiras, eso sí, siempre por teléfono, para que no quede constancia escrita que pueda demostrar la veracidad de lo manifestado. Esta es la técnica, no solo de esta empresa sino de otras muchas que han hecho desaparecer las oficinas de atención al cliente, cara a cara, con papeles y sellos, y las han sustituido por una línea telefónica donde al otro lado colocan una serie de personas que, más que para ayudarte y solucionarte problemas, están para darte pases largos y tendidos e incluso generarte algún problema adicional.
Como digo, ya estaba dispuesto a asumir ese coste extra de la última factura. Podía haber hecho el gasto, ya que me lo iban a cobrar, pero no he querido. Lo que ya me ha sacado de mis casillas es la “cartita”, cuya imagen se adjunta, donde se pueden leer un sinfín de marramachadas, por no emplear alguna otra palabra más contundente.
Esto demuestra que en empresas “grandes” los diferentes departamentos van cada uno por su lado, sin una coordinación mínima que les lave la cara ante el cliente. Desde que lo fundamental para las empresas solo es el tema económico, la imagen les importa un bledo. Los beneficios es lo que cuenta, aquello de “que hablen de mí aunque sea mal”, mientras la caja siga engrosando y engrosando.
Me dicen que me agradecen el tiempo que he pasado con ellos. Será por los disgustos que me han dado, especialmente en estos tres últimos meses, con corte, cargo por conexión y otras cosas incluidas, como el no respetar el compromiso adquirido, que no han sido explicadas ni lo más mínimo por sus servicios de atención telefónica. En este caso, hasta un chiste del famoso Forges hacía alusión a la calidad y atención de los mismos no hace poco en la prensa. Eso sí, me dicen que están a mi disposición, que siempre que los necesite podré volver a contar con ellos, que vuelva pronto, que me esperan y que me envían un cordial saludo.
¡Váyanse al guano, hombre!
Supongo que la dirección que escribe este tipo de misivas prefijadas, cuidadosamente estudiadas por empresas de imagen y propaganda, no sabe nada de toda mi historia. Simplemente el ordenador ha detectado un baja y…. zás, cartita que te crió. Eso sí, tengo que reconocer que la carta es muy mona, dice cosas muy bonitas, pero eso no concuerda con el trato recibido en otros departamentos, concretamente en el servicio de atención al cliente. ¿Por qué no les manda también una carta a ellos pidiéndoles explicaciones por esta baja? No, claro, ese no es su cometido.
Me dicen, que se esfuerzan por ofrecerme servicios innovadores que hagan mi vida más fácil. Podrían empezar por aplicar esas innovaciones a sus servicios de atención telefónica. Y no se trata de cargar las culpas a la persona que está al otro lado, que bastante hace son soportar una jornada laboral dura, sin medios, por seguramente cuatro euros, suponiendo que estén en España y no algún país por ahí donde los cuatro euros será una fortuna. Para empezar, es tan difícil hablar con ellos, que muchas veces cuesta trabajo entenderlos. No digo oírles, que se les oye, sino entender lo que dicen. En varias ocasiones he colgado y he vuelto a llamar para ver si tenía más suerte con el operador u operadora que me tocaba en suerte.
Un poquito de sincronización, por favor. No se puede estar dando palos al cliente por un lado y luego por otro poner la cara de sonrisa como si fuera la comida de Navidad. Esto me recuerda esas otras empresas, supongo que esta también, cuyos directivos se pasan la vida diciendo que lo mejor de la empresa es su capital humano mientras que por detrás y sin que se enteren, sus directores de Recursos Humanos como se dice ahora, se propasan dando palos a diestro y siniestro entre esos mismos empleados, que se quedan pasmados, al no observar una mínima coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.
Aunque sigan a mi disposición para todo lo que necesite, espero no verme forzado por las circunstancias a necesitarles nunca más.
Hasta nunca.
Ya esperaba recibir la última factura sin respetar los compromisos, por supuesto verbales, que adquirió conmigo un componente del departamento comercial de esta empresa, de no cobrarme los nueve euros de mínimo consumo mensual. Esto me ha costado este mes, por última vez, más de cinco euros que se llevan por todo el morro, como consecuencia del cambio de tarifas que entró en vigor el pasado Febrero. Ya en aquel momento inicié mi marcha de esta estupenda compañía, pero entonces un comercial me dijo que podía seguir un año sin que me fuera de aplicación esa clausula. Insisto en que estas comunicaciones son verbales y telefónicas, por lo que no queda nada registrado que pueda demostrarlo.
Mentiras y más mentiras, eso sí, siempre por teléfono, para que no quede constancia escrita que pueda demostrar la veracidad de lo manifestado. Esta es la técnica, no solo de esta empresa sino de otras muchas que han hecho desaparecer las oficinas de atención al cliente, cara a cara, con papeles y sellos, y las han sustituido por una línea telefónica donde al otro lado colocan una serie de personas que, más que para ayudarte y solucionarte problemas, están para darte pases largos y tendidos e incluso generarte algún problema adicional.
Como digo, ya estaba dispuesto a asumir ese coste extra de la última factura. Podía haber hecho el gasto, ya que me lo iban a cobrar, pero no he querido. Lo que ya me ha sacado de mis casillas es la “cartita”, cuya imagen se adjunta, donde se pueden leer un sinfín de marramachadas, por no emplear alguna otra palabra más contundente.
Esto demuestra que en empresas “grandes” los diferentes departamentos van cada uno por su lado, sin una coordinación mínima que les lave la cara ante el cliente. Desde que lo fundamental para las empresas solo es el tema económico, la imagen les importa un bledo. Los beneficios es lo que cuenta, aquello de “que hablen de mí aunque sea mal”, mientras la caja siga engrosando y engrosando.
Me dicen que me agradecen el tiempo que he pasado con ellos. Será por los disgustos que me han dado, especialmente en estos tres últimos meses, con corte, cargo por conexión y otras cosas incluidas, como el no respetar el compromiso adquirido, que no han sido explicadas ni lo más mínimo por sus servicios de atención telefónica. En este caso, hasta un chiste del famoso Forges hacía alusión a la calidad y atención de los mismos no hace poco en la prensa. Eso sí, me dicen que están a mi disposición, que siempre que los necesite podré volver a contar con ellos, que vuelva pronto, que me esperan y que me envían un cordial saludo.
¡Váyanse al guano, hombre!
Supongo que la dirección que escribe este tipo de misivas prefijadas, cuidadosamente estudiadas por empresas de imagen y propaganda, no sabe nada de toda mi historia. Simplemente el ordenador ha detectado un baja y…. zás, cartita que te crió. Eso sí, tengo que reconocer que la carta es muy mona, dice cosas muy bonitas, pero eso no concuerda con el trato recibido en otros departamentos, concretamente en el servicio de atención al cliente. ¿Por qué no les manda también una carta a ellos pidiéndoles explicaciones por esta baja? No, claro, ese no es su cometido.
Me dicen, que se esfuerzan por ofrecerme servicios innovadores que hagan mi vida más fácil. Podrían empezar por aplicar esas innovaciones a sus servicios de atención telefónica. Y no se trata de cargar las culpas a la persona que está al otro lado, que bastante hace son soportar una jornada laboral dura, sin medios, por seguramente cuatro euros, suponiendo que estén en España y no algún país por ahí donde los cuatro euros será una fortuna. Para empezar, es tan difícil hablar con ellos, que muchas veces cuesta trabajo entenderlos. No digo oírles, que se les oye, sino entender lo que dicen. En varias ocasiones he colgado y he vuelto a llamar para ver si tenía más suerte con el operador u operadora que me tocaba en suerte.
Un poquito de sincronización, por favor. No se puede estar dando palos al cliente por un lado y luego por otro poner la cara de sonrisa como si fuera la comida de Navidad. Esto me recuerda esas otras empresas, supongo que esta también, cuyos directivos se pasan la vida diciendo que lo mejor de la empresa es su capital humano mientras que por detrás y sin que se enteren, sus directores de Recursos Humanos como se dice ahora, se propasan dando palos a diestro y siniestro entre esos mismos empleados, que se quedan pasmados, al no observar una mínima coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.
Aunque sigan a mi disposición para todo lo que necesite, espero no verme forzado por las circunstancias a necesitarles nunca más.
Hasta nunca.