miércoles, 24 de junio de 2009

MODERNIDADES


Justo cuando empiezo a escribir unas apreciaciones acerca de los tiempos modernos en que nos ha tocado vivir, me llega por correo electrónico una frase que resume de un plumazo y con gran maestría las incongruencias que nos van invadiendo día tras día y a las que nos es imposible mostrar siquiera una pequeña resistencia.
La frase en cuestión dice lo siguiente:
“En el mundo actual, se está invirtiendo cinco veces más en medicamentos para la virilidad masculina y silicona para mujeres, que en la cura del Alzheimer. De aquí algunos años, tendremos viejas de tetas grandes y viejos con pene duro, pero ninguno de ellos se acordará para que sirven”
No se puede resumir de manera más certera la pérdida del norte que tiene la sociedad en este tema de la medicina y en otros muchos aspectos. El negocio prima por encima de otros muchos conceptos y el grado de permisividad que genera la oferta y la demanda hace que tendamos a dar mucha importancia a aspectos que en realidad no son fundamentales, y lo que es peor, ciudadanos y sus dirigentes olviden de poner el énfasis correspondiente en cuestiones vitales para una buena supervivencia, no solo física sino mental.
Retomo la cuestión de la modernidad. Imagino que siempre estaremos hablando de tiempos modernos y si no que se lo digan al españolito que hace cincuenta años se puso al volante de un “seiscientos” o al que a principios de los ochenta insertó su primer CD tras muchos años de situar la aguja con mucho cuidado encima de los vinilos.
Ayer celebrábamos la fiesta de cumpleaños de mi hija. Otra modernidad esto de los cumpleaños, donde hay que juntar a prácticamente toda la clase y organizar dos horas de juegos y merienda. Asistieron dieciocho niños y la cosa en general fue bien, aunque siempre hay dos que se pegan, tres que no hacen caso y cuatro que se montan su fiesta particular y pasan de todo. Lo normal. Huyendo de sitios cerrados y estereotipados que de dedican de forma profesional a organizar este tipo de fiestas, nos metimos en el jaleo de organizarla en el campo. Aparte de preparar toda la parafernalia correspondiente de globos, cadenetas, manteles, platos, vasos, servilletas, bocadillos y “sandwiches”, tarta, etc. etc. el problema era enfriar la bebida. La solución fueron dos grandes barreños con hielo. Calculé que dos horas serían suficientes para que la bebida estuviera fría o al menos fresquita, ya que estamos en verano y el calor aprieta aunque la fiesta empezara a las seis de la tarde. El día anterior había comentado con mis amigos donde se compraba el hielo y había dos opciones, la gasolinera de Mariano o la tienda de Javi. Como iba a ir a eso de las cuatro mencioné que la mejor opción era la gasolinera pero me dijeron que no, hombre, que lo comprara en la tienda que le hacía un favor. Así que me dirigí a la tienda a eso de las cuatro muy poco convencido que pudiera comprar el hielo, pensando que a continuación me tendría que ir a la gasolinera.
Al llegar a la tienda, estaba cerrada, pero un gran cartel en el frontal de la misma rezaba “HIELO” y a continuación un número de teléfono móvil. Por probar no se pierde nada, con lo que llamé al teléfono y allí que me salió Javi, diciéndome que en dos minutos estaba ahí, como así fue. Realmente vive a dos pasos, así que una forma de no tener la tienda abierta pero atenderla pasa por que el cliente se sepa de qué va la cosa y utilice su teléfono para llamarle. Supongo que le fastidiaría la siesta pero habrá decidido que será mejor estar en su casa descansando aunque le molesten que estar en la tienda.
Así que ya lo saben, se imponen este tipo de comercios, semi-abiertos o semi-cerrados, donde podrá ver un cartelito con un móvil al que deberá llamar si quiere ser atendido. Así pues, al coste del producto habrá que añadir el coste de la llamada, que no es gratis.
Otra modernidad puede ser apreciada hoy día con frecuencia cuando entramos a una tienda aunque a mí también me ocurrió en otro tipo de comercio más peculiar, cual es un bar. Habíamos quedado un grupo de amigos para tratar unos temas en un bar, al que yo llegué puntual, cosa que no suele hacer el resto. Pues bien, el bar estaba vacío excepto el camarero que estaba en la barra, no mirando al cielo o a la puerta, sino enfrascado en ….. un ordenador portátil conectado a internet. Me saludó y me pidió por favor que le dejara un momentito, que estaba mandando un correo electrónico que era muy importante.
Qué cosas tendremos que ver en el tiempo que nos quede de transitar por este mundo.