domingo, 16 de agosto de 2009

BOTELLÓN



Es la misma cancamusa de siempre. A medida que se van cumpliendo años dejamos de entender las actuaciones de las generaciones más jóvenes. Así les pasó a nuestros padres con nosotros mismos y les pasará a nuestros hijos con los suyos mientras el mundo siga dando vueltas.

Pero con independencia de entender o no entender las cosas, hay ciertas actuaciones que no deberían permitirse, no tanto el uso individual del libre albedrío de cada uno, allá cada cual, como las consecuencias que ciertas actuaciones producen en lo público.

Hace ya algunos años el Ayuntamiento de la localidad donde resido procedió a cerrar con vallas todos los parques. Aparte del gasto económico en euros que supuso la medida, no se entendía muy bien el porqué había que cerrar los parques unas determinadas horas por la noche, privando a los vecinos de su disfrute a cualquier hora del día.

Como siempre, pagan justos por pecadores. Un buen día algún descerebrado rajó con una navaja los asientos de “sky” de los trenes de cercanías y en lugar de dar con él, ponerle en orden el cerebro y crujirle bien crujidas las entretelas, ahora los trenes de cercanías llevan unos asientos que parecen de hormigón armado. Algo parecido debe ocurrir con los parques: algunos los utilizan para cosas que no deben y por eso hay que cerrarlos, que se fastidie todo el mundo. Reconozco que a las horas que están cerrados yo no los utilizo, pero si lo hacía hace años, bien por ir a correr por la noche o bien por atravesar uno a primera hora de la mañana camino de la estación a tomar el tren para ir a trabajar.

La semana pasada se han celebrado las fiestas de la localidad. En “ese” parque han estado instaladas por las tardes atracciones hinchables en las que los más pequeños de la localidad se han divertido de lo lindo, llenando de saltos y alegría todos los rincones del parque.

Ese parque es lugar de encuentro con un amigo para salir los sábados y domingos a primera hora de la mañana, cuando aparece el sol en el horizonte, a darnos una carrerita o un paseo, según ande el cuerpo. Ayer sábado, llegué un poco antes de la hora y el espectáculo que pude comprobar era ….. bueno, mejor no calificarlo. En lugar de un parque parecía un estercolero, más bien, parecía que había nevado. Por todos lados, incluso encima de las colchonetas de los hinchables plegadas, había bolsas de plástico, vasos, botellas de cristal hechas añicos …. En fin, no hace falta describirlo. Una verdadera porquería, subproducto o consecuencia de eso que ahora de conoce por el “botellón”. Parece que los jóvenes y no tan jóvenes lo utilizan como forma de esparcimiento, como una queja por los precios en los establecimientos apropiados para consumo de bebidas. Primero empezaron a consumirlo en la calle, con ruidos y molestias a los vecinos, ahora lo hacen en los sitios públicos. Emborracharse, incluso emborracharse con hora, está de moda.

Debería de haber vuelto a casa a coger la cámara fotográfica para dejar plasmado para el recuerdo lo que allí se podía contemplar. No daba crédito a los ojos. Un equipo de empleados del Servicio Público de Limpieza se afanaba en poner a buen recaudo toda aquella inmundicia, en dejar el parque adecentado, para que por la tarde los pequeños, sin zapatos y solo con calcetines, pudieran esparcirse en sus colchonetas. Me parece un verdadero milagro. Los ángeles de la guarda habrán tenido trabajo extra para conseguir que nadie saliera con los pies llenos de cortes o plagados de cristales de aquella botella que, no olvidemos, se puede beber quien quiera, pero lo que no puede es tirarla en cualquier lado y mucho menos romperla. También habrá ayudado la profesionalidad de los empleados de limpieza en su cometido.

Ayer por la noche se celebraban os fuegos artificiales de fin de fiesta. Entre el público asistente, se podía apreciar a gran cantidad de personas cargadas con sus bolsas de alcohol y refrescos, pendientes de que acabaran las luminarias para dirigirse a, además de charlar y beber con moderación, dejar el parque hecho una guarrería, un sitio donde con toda seguridad ni los cerdos, con perdón, podrían entrar.

Hoy domingo a la misma hora que ayer he acudido con la cámara, pero me he llevado una gran desilusión: no era ni siquiera parecido con lo de ayer. Las fotos que acompañan este escrito no son nada comparado con lo del sábado, casi se podía decir que estaba limpio.

No voy a entrar en el debate de si una persona mayor, o menor autorizada o ignorada por sus padres, puede beber en un sitio público, con moderación o sin ella. Pero lo que no se puede tolerar, de ninguna de las maneras, y menos en un parque público que va ser utilizado por niños, son semejantes actitudes de desprecio a lo público o por decirlo de una manera educada, de mala educación. Que se vayan a beber al salón de su casa y tiren allí los plásticos y los restos y estrellen las botellas contra el parquet, de forma que ellos o sus familias se lo encuentren al día siguiente y nos den su opinión.

Tolerando estas actitudes, estemos en fiestas o no estemos en fiestas, se relajan las costumbres y se fomentan actitudes poco recomendables. Parece que lo olvidamos y cuando se quiere poner remedio, la intensidad de las medidas tiene que ser desproporcionada.