sábado, 29 de mayo de 2010

MONASTERIOS


Hace años tuve la oportunidad de visitar el monasterio de Santo Domingo de Silos. No era la primera vez que pasaba por allí, atraído por el canto de los monjes y sobre todo por su singular claustro. En aquella ocasión se daba la circunstancia de que estaba convaleciente de una operación de rodilla, por lo que andaba con cierta dificultad ayudado por unas muletas. Durante la visita guiada al claustro y con ocasión de que el resto del grupo visitara una dependencia-museo anexa, a la que se accedía por escaleras, obtuve el especial permiso del guía de quedarme un momento en el claustro, a solas.
Las sensaciones de aquel momento especial han quedado grabadas en mi mente para siempre y suelo recurrir a ellas en momentos de tranquilidad y sosiego. Es díficil de describir la paz, el recogimiento y el silencio, tan solo roto por el piar de los pajarillos y el gorgoteo de la fuente, que me inundaron en aquellos momentos. Por unos instantes me imaginé los cientos y cientos de monjes que habrían dado paseos alrededor del claustro a lo largo de los siglos elevando sus oraciones. Una sensación única. Los monjes, benedictinos, siguen la regla de San Benito que se resume en pocas palabras: “Ora et Labora”. La oración es fundamental y se mantiene por la llamada Liturgia de las Horas, en las que a lo largo del día el monje reza sus oraciones: Maitines, Laudes, Prima, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas.
Tengo entendido que es posible hospedarse en el monasterio y pasar unos días de recogimiento, haciendo una vida todo lo parecida que deseemos a la de los propios monjes. La sociedad actual nos afixia en muchas más ocasiones de las que desearíamos y no siempre salimos airosos de ellas. Un retiro en un remanso de paz como puede ser un monasterio es un asunto que tengo pendiente pero pasan los días sin encontrar el momento oportuno para llevarlo a cabo.
La fotografía que ilustra este apunte no es de Silos. Esta semana he realizado una excursión a otro remanso de paz que se encuentra enclavado en los comienzas del madileño valle del Lozoya, cercano al pueblo de Rascafría: el monasterio de El Paular. Si bien rodeado por algunos aditamentos comerciales, el monasterio de yergue orgulloso en medio de un vergel, con sus más de seiscientos años de antigüedad resistiendo los embates de la naturaleza y de los hombres, que han dotado de vicisitudes y mermado las bellezas y el contenido del monasterio. Abandonos, incendios y desamortizaciones han escrito su particular historia.
La visita al monasterio es gratuita si bien un poco estricta. Hay que estar en el atrio de la iglesia a unas determinadas horas en punto, donde te recoge un benedictino que durante cuarenta o cincuenta minutos te conduce por iglesia, capillas y salas mostrándote las riquezas que conserva todavía el monasterio, que son muchas y bellísimas, dignas de ver y admirar. Aunque yo ya lo conocía, sorprende a todos los visitantes la zona existente tras el retablo y que no desvelaré para incitar la visita. Merece la pena.
Esta visita que refiero fue conducida por el hermano Jose Eulogio, un dechado de humanidad, simpatía, alegría y conocimiento que nos hizo pasar a las cinco personas que constituíamos la visita cincuenta minutos de agradable paseo, plagado de anécdotas y chascarrillos de todo tipo. Recuerdo un chiste que el mismo nos contó y que dejo escrito aquí para que no se me olvide. Era más o menos así:
“Resulta que una persona ingresó en un monasterio contemplativo con la intención de pasar allí el resto de sus días. El prior le dijo las normas entre las que se encontraba una de las más díficiles de seguir: No se podía hablar nada, tan solo dos palabras cada diez años para comunicarse con el prior. Destinado a una ermita, el hombre pasa sus diez primeros años y tras ellos comunica sus dos palabras permitidas: “mucha hambre”. Tras otros diez años comunica: “mucho frío”. Pasan otros diez y dice: “cama dura”. El hombre sigue aguantando y en la oportunidad siguiente refiere al prior: “me voy”. Este le contesta que ya le extrañaba a él que siguiera en la orden cuando llevaba cuarenta años quejándose sin parar".
El hermano Jose Eulogio ha celebrado su cincuenta aniversario como benedictino, lo cual significa que tiene unos años, pero no se le notan por ningún lado. Lo que no es seguro es que la visita nos la haga él.
Como todo no podía ser dichoso, el claustro no se podía visitar: estaba en obras. El monasterio ha recuperado una colección de cuadros de gran tamaño que van a ser ubicados en el claustro, para lo cual tienen que dotar al mismo de cierta calefacción para su conservación. Este será un motivo para volver a hacer la visita de nuevo dentro de un tiempo, cuando el claustro esté listo.
Como en Silos, el sistema de hospedería funciona también aquí, más o menos con las mismas reglas. Se admite un mínimo de tres días de estancia y un máximo de siete y el precio por todo incluído en estos momentos es de 35 euros día. La tranquilidad en la vida monacal está asegurada y los paseos por la zona son muchos y atractivos. Solo falta animarse y tener en cuenta que solo admiten varones.
Y ya que estamos hablando de San Benito me viene a la memoria una regla, no sé si cierta, que me vino muy bien en mi época de trabajador cuando intentaba entender lo que me mandaban mis jefes.
¿Qué deben hacer los monjes si les mandan cosas imposibles?
“Si por acaso mandaren a algún monje cosas muy difíciles o imposibles, reciba con toda mansedumbre y sumisión el precepto que se le haga. Y si viere que lo mandado excede absolutamente de sus fuerzas, representará a su prelado las causas de su imposibilidad, sin alterarse, y con la circunspección posible, no con ademanes de contradicción, resistencia o altivez; pero si después de su representación insistiere el prelado en que obedezca, tenga por cierto el monje que así le conviene; y confiando en el favor de Dios, haga lo que le manda, por caridad”.

domingo, 23 de mayo de 2010

DESECHOS


Pudiera ser que uno de los índices de progreso de un país se estableciera en función de la cantidad de desechos que genera cada habitante. En mi infancia tuve la oportunidad de vivir en dos ambientes por aquello de ir a pasar una parte amplia de las vacaciones de verano al pueblo de mi madre, un pueblo eminentemente agrícola por aquellas fechas de la provincia de Toledo. Si en aquel pueblo el índice de progreso hubiera estado en función de la basura que cada familia generaba, el progreso estaría por venir. Nada iba a la basura en el sentido en que lo entendemos hoy. Envoltorios, envases y bricks no existían, de las mondas y residuos orgánicos daban buena cuenta los marranos y las gallinas, del aceite usado se hacía jabón y el resto era buen abono para que en la huerta crecieran las hortalizas sin los abonos y pesticidas que poco a poco nos están matando a todos. Residuros cero.
En la otra vivencia, un pueblo más o menos adelantado, sí que se producía basura, pero en una cantidad mínima, fundamentalmente por lo ya comentado de que los envoltorios y envases brillaban por su ausencia. El lechero vertía directamente la leche en la cazuela casera, el aceite se compraba a granel en la tienda de ultramarinos y los yogures y bebidas tenían su preceptivo cambio de casco en la venta. La fruta se despachaba envuelta en papel de periódico que luego servía para forrar el cubo de la basura y que no se manchara mucho. ¿Qué era eso de las bolsas de plástico, y de colores, en los cubos de basura? Mejor dicho, ¿Qué era eso de las bolsas de plástico?
Hace tiempo tuve la oportunidad de hacer una visita a Valdemingómez, el vertedero de la capital. Quedé impresionado de lo que se maneja allí y como se maneja y hacia donde vamos. Debería ser una visita obligada para que todos tomaramos conciencia de lo que estamos haciendo y como no podemos seguir así, incrementando día tras día nuestros desechos. Ahora la cosa se ha invertido, las ciudades más progresistas del mundo lo que están haciendo es reducir la tasa de basura por habitante. Es curioso que lo que en una época fue signo progreso ahora lo es de des-progreso.
Las ciudades y pueblos de cierta envergadura se enfrentan ahora al problema de la recogida de la basura. En los tiempos en que antes he comentado la recogida se hacía desde un camión que llevaba los detritus al aire y que pasaba a una hora fija más o menos por los barrios. Tocaba una campanilla y las mujeres, generalmente las mujeres que vivían en casa y no trabajaban, bajaban prestas a librarse de su basura del día anterior, ya que la recogida según recuerdo era por la mañana. Con el tiempo esto del camión no era operativo y se instaba a dejar la basura en bolsas bien cerradas, ya aparecieron las bolsas, a una hora determinada en la que pasaba el servicio de basuras y las recogía. Pero esto tenía el inconveniente de la existencia de algunos animales sueltos que deshacían las bolsas en busca de sustento dejando imágenes deplorables a la puerta de las casas.
Con el tiempo llegaron contenedores donde depositar las bolsas, contenedores enormes que estaban todo el día en las esquinas y que ningún vecino quería tener delante de su casa. Contenedores sucios, llenos, con basura por fuera y que no daban una imagen agradable. Y buscando soluciones hemos llegado hoy en día a los contenedores soterrados, que cumplen la función sin aportar visiones desagradables.
Los ayuntamientos intentan mejorar día a día la vida de los ciudadanos, pero para eso tiene que haber ciudadanos que se dejen mejorar, que sean educados y que cumplan las normas. En cuanto uno o unos pocos no lo hagan, los esfuerzos serán baldíos y, en este caso, la basura volverá a florecer en calles y avenidas. No podemos tener un policía cada uno a nuestro lado las veinticuatro horas del día que nos recuerde lo que debemos y lo que no debemos hacer.
Hay un servicio de recogida de muebles y trastos viejos. Dos días al mes. Se trata de llamar a un teléfono y avisar donde vamos a dejar, esos días concretos, un mueble o trasto voluminoso para que sea retirado. La imagen, mala por ser de un teléfono móvil, que ilustra esta entrada está tomada un sábado a las ocho de la mañana, un día en el que no hay servicio de recogida. El vecino habrá cambiado su lavadora, el servicio que le trajo la nueva no ha retirado la vieja y el mejor sitio para poner el desecho es en la puerta de la calle. ¿Será un vecino de esa casa? Lo más probable es que sí, porque las lavadoras pesan lo suyo, así que no estaría de más que la policía municipal se diera una vuelta y caso de averiguar quién ha sido el depositador le infringiera una multa de tomo y lomo para que él y los demás nos lo pensáramos la próxima vez.
En el día a día, cuando vamos desde nuestra casa con la bolsa a depositarlas en los contenedores enterrados, también nos asaltan malas intenciones. Desde dejarlas fuera para evitar el abrir la tapa hasta ahorrarnos el paseo si encontramos en nuestro camino un contenedor de obra. Cualquier sitio es bueno para deshacerse cuanto antes de tan molesta compañía.

lunes, 17 de mayo de 2010

GULUSMEROS


En algún momento se ha achacado al género femenino la cualidad de ser cotilla, pero no me negarán que un poquito de ello llevamos todos dentro. Y por poner un ejemplo se me ocurre el atasco que se produce en una autopista cuando tiene lugar un accidente en el carril contrario. Los conductores, féminas y no féminas, ralentizan su velocidad hasta casi detenerse para poder olisquear lo ocurrido, a riesgo de generar un nuevo accidente y congestionando la marcha en un carril en el que no ha ocurrido nada. En otros paises, como el Reino Unido, la policía despliega unas grandes mamparas para disuadir a los curiosones.

Ciertas profesiones tienen igualmente asociada la etiqueta de husmeadoras. Pongamos por caso a los porteros de fincas, aunque es parte de su misión eso de estar al tanto de todo lo que ocurre. También es misión de los jefes estar vigilantes de las tareas con las que se entretienen sus empleados.

A lo largo de mi vida profesional siempre he sido un trabajador de último nivel. Nunca, salvo dos únicos días en bastantes años, he tenido personas bajo mi mando o dirección. Con ello quiero manifestar que jefes, coordinadores, encargados o como queramos llamarlos si que he tenido unos cuantos. En este apartado de los fisgoneos en el que estamos inmersos, recuerdo especialmente a tres de ellos que llevaban el control de sus empleados mucho más alla de lo que parece que debería ser: eran unos auténticos gulusmeros. El haber sido mi principal profesión la de informático en centros de proceso de datos de grandes dimensiones, donde siempre trabajamos conectados al ordenador y dejando rastro preciso de nuestras acciones, ha facilitado el seguimiento.

Mi buen amigo Félix dice, con mucha razón, que lo que importa son los hechos. Las palabras se las lleva el viento. Del primero de los tres que voy a comentar no puedo demostrar nada porque por aquellos tiempos los ordenadores en casa no estaban al mismo nivel que hoy en día. Pero de los dos últimos guardo información probatoria que puede servir para demostrar el relato que viene a continuación.

El primero de ellos empleaba buena parte de las primeras horas de la mañana en fisgar nuestros ficheros de datos y trabajos para deducir en que habíamos empleado el tiempo el día anterior. No había internet ni correo electrónico por aquel entonces con lo que nuestras pantallas solo podían arrojar datos de trabajo. Nunca comentaba nada, pero con el tiempo, en alguna reunión aparecía una alusión a eso que hiciste y de lo que no te acordabas, algunas veces porque había deducido cosas que ni siquiera habían tenido lugar o habían sido empleadas para otros menesteres. De él me libré cambiandome de empresa, como hicimos cuatro de las cinco personas que por aquel entonces constituíamos el departamento bajo su mando.

El segundo jefe con personalidad entrometida que me tocó en suerte algunos años después era más un preguntón que otra cosa. Nuestras mesas estaban juntas, físicamente juntas. Cuando alguien me llamaba por teléfono, mientras estaba hablando, me pasaba notas escritas en papel con mensajes del tipo ¿quién es? ¿qué quiere? ¿dile que venga a verme a mí? y sutilezas por el estilo. Le hubiera gustado tener una orden del juez para pincharme el teléfono. No se contentaba con eso sino que en alguna ocasión en que me llegó un fax a mi nombre se permitió el lujo de decirme que lo había cogido él y lo había contestado, sin ni siquiera dejármelo ver. De este segundo jefe me libré yendo al jefe superior y planteando mi dimisión irrevocable del departamento por incompatibilidad con semejante curiosón, lo que me costó estar casi dos años en un rincón sin trabajo efectivo real al que dedicarme. Por lo menos me seguían pagando puntualmente el sueldo hasta que el fisgón fue relevado de sus funciones y su sustituto, una persona normal, me recuperó para el departamento.

El tercero ya fue peor. Era enfermizo. El sistema informático lleva un “log” donde registra línea a línea lo que todos los eventos que van ocurriendo y los usuarios que los realizan. Se lo leía entero, de cabo a rabo, y cuando algo o alguien le llamaba la atención, no solo yo, se ponía manos a la obra a enterarse hasta la última coma de lo que estaba haciendo. Cuando se quedaba satisfecho volvía al “log” y retomaba su husmeo en el punto donde lo había dejado y así prácticamente durante todo el día. Debería tener poco trabajo o no lo hacía, dada la gran cantidad de horas que dedicaba a hacer de aprendiz de pacotilla de Sherlock Holmes. Lo que él nunca supo es que yo disponía de un programa que habíamos hecho entre varios hacía algunos años y que denominabamos “mirón” y que servía para ver en tiempo real en mi pantalla una copia exacta de lo que estaba viendo en su pantalla cualquier otro usuario. De vez en cuanto activaba el “mirón” con la clave de usuario de este jefe y veía, y guardaba en mi disco duro, ahora sí, los fisgoneos que a mi o a otros realizaba. Si este hombre hubiera tenido el “mirón” hubiera sido el “rey del mambo” y hubiera disfrutado como un enano con una herramienta que parecía hecha para él y solo para él. Sigue de jefe allí por donde le dejé y supongo que seguirá fisgando a todo fisgar. Nuevamente me libré de él cambiando de departamento, aunque aguanté algunos años bajo su “controladora” dirección. Guardo montones de pantallazos y correos electrónicos que dan fé de sus actividades olfativas.

Claro que al fisgarle yo a él también me convertí en un fisgón. Pero dice el refrán, adaptado, “que quién fisga a un fisgón tiene cien años de perdón”. Otros refranes, un poco irreverentes rezan “al fisgón, cuando menos, patada en los cojones” y otro de nuestros hermanos mejicanos “al fisgón, cuando menos, un trompón”. Pues eso.

sábado, 8 de mayo de 2010

HORRORES


Quien haya seguido alguna de las entradas de este blog habrá deducido una cierta debilidad por mi parte hacia los temas del lenguaje. En estos tiempos en que se habla mal y se escribe peor, el intentar expresarse de una manera correcta se tacha con mucha frecuencia de pedantería. Con el tiempo he aprendido y cuando oigo alguna expresión incorrecta, me cuido muy mucho de informar a quién la haya manifestado, salvo que sea un buen amigo o amiga y tenga muy claro que no va a resultar una ofensa.
Podíamos explicar, que no justificar, el mal empleo que se hace de la palabra en el lenguaje escrito. El hecho de escribir en teclados de dispositivos electrónicos, muchas veces de forma rápida y atropellada, hace que se cometan faltas de ortografía o de acentuación. Bien es verdad que los correctores y diccionarios electrónicos que podemos aplicar a nuestros textos son cada vez mejores, pero no llegan al cien por cien en la detección de erorres o de expresiones incorrectamente empleadas. Con esto quiero decir que no nos escapamos de una relectura de lo que hemos escrito si queremos aumentar nuestra seguridad, y aún así nunca estaremos seguros del todo. Traigo a colación una anécdota reciente. En un libro recién publicado de una editorial que se precia y que seguramente tendrá todo tipo de profesionales para evitar sacar al mercado un producto incorrecto, se han colado una serie de erratas de las que voy a mencionar dos. Una de ellas es un párrafo completo repetido, de unas cinco o seis líneas. Si el corrector solo va corrigiendo y no siguiendo el hilo, dejará dos párrafos perfectos, pero iguales. El otro error fue la utilización de la palabra “sabia”. Estaba hablando de la “sangre” de un árbol, con lo que lo correcto sería “savia”. Ambas son correctas desde un punto de vista sintáctico pero con significados bien distintos. Empezando por el propio autor del libro, más aquellas personas a las que se haya dado a leer el libro antes de mandarlo a la editorial, a todos se les pasaron estas erratas.
El uso de mensajes cortos en los teléfonos móviles ha sido otra de las puñaladas traperas al lenguaje escrito. La verdad es que es difícil escribir a la velocidad que algunos desarrollan en esas teclas tan minúsculas, que además sirven para tres o cuatro letras a la vez. No solo los acentos, las mayúsculas, signos de puntuación, artículos o preposiciones han prácticamente desaparecido sino que por abreviar se utilizan términos como “q”, “tb” o “x” en lugar de “que”, “también” o “por”. Y si esto se quedara en los mensajes, bien estaría. Pero ya es frecuente ver apuntes de estudiantes y algun que otro correo electrónico donde se emplean estas “abreviaturas”.
Otro mundo aparte es la prensa escrita, periódicos y revistas. Aunque tienen sus libros de estilo y mucha precaución a la hora de poner en papel sus textos, es frecuente encontrar erratas, palabras mal escritas, expresiones no del todo correctas e incluso algún titular que deja mucho que desear. Tener el carnet de periodista no es garantía de una correcta utilización de los términos.
Otra afición que tengo es el coleccionar frases célebres. Muchas veces encierran grandes pensamientos y mucha filosofía en unas pocas palabras bien escogidas. Tengo varias cuentas de correo electrónico, muchas gratuitas, que procuro ver al menos una vez al día. En algún momento han tenido algún fallo, por lo que una manera de comprobar a diario que funcionan es recibir un correo electrónico en cada una de ellas. El correo debe ser de texto y corto para no sobrecargar la transmisión. Buscando encontré la web http://www.mundocitas.com/ donde puede registrarse uno y recibir a diario la frase del día, que es una forma de comprobar que nuestro correo funciona, al menos en recepción. Bien es verdad que tuve un problema en esta web, que no sé si habrán corregido, y que era que el campo donde escribir mi correo era demasiado corto, con lo que una de mis direcciones no cabía fisicamente. Buscando una solución dí con esta otra web, de similares características, de la que recibo a diario una palabra por lo general poco común y su explicación. Esta es la web http://365palabras.blogspot.com/ donde podemos suscribirnos para enriquecer nuestro acervo a diario. Otra que también utilizo es http://www.proverbia.net/ y supongo que habrá muchos más de este tipo.
A todo esto se habrá pensado que tiene que ver el título de la entrada con su contenido. Las personas con características autodidactas han encontrado en internet todo un mundo de información y posibilidades. Faltan horas en el día para ver todo lo que se puede ver, no digo ya asimilar. Las listas de favoritos se van engrosando día a día con direcciones interesantes sobre las que volver en algún momento. No sé lo que nos estará costando a cada españolito, pero una iniciativa muy sabrosa en estos temas es el Instituto Cervantes, cuya misión es divulgar el uso de nuestra lengua por todos los rincones del mundo. La dirección es http://www.cervantes.es/default.htm y en ella podemos pasarnos horas y horas curioseando y aprendiendo.
Hacia el final de la portada del Instituto, encontramos un enlace al “CVC-Centro Virtual Cervantes, donde vuelve a aparecer antes nosotros todo un mundo de datos, comunicados, foros, etc.. Aunque está un poco díficil de encontrar, dentro hay un apartado que me encanta por que es muy didáctico sobre el uso que hacemos de la lengua. Empleamos con toda naturalidad expresiones como “destornillarse de risa”, “camisa a rayas” o “contra más” entre otras, que son incorrectas. Les recomiendo una visita al “Museo de Los Horrores”, hablando de lengua, en
http://cvc.cervantes.es/ALHABLA/MUSEO_HORRORES/

domingo, 2 de mayo de 2010

CORBATAS


Vaya por delante que mi relación con esta prenda ha sido de amor y odio a lo largo de mi vida. Para ser más exactos y hacer honor a la verdad, de odio más que de amor.
Por recuerdos y fotos familiares, porté por primera vez una a los seis años, con motivo de mi confirmación eclesiástica. Antes las cosas eran diferentes y ese
sacramento tenía lugar antes de la comunión, que se hacía a los siete años. No sé si es que ahora los niños son de otro grado de madurez pero en eso la Santa Madre Iglesia si ha cambiado algo y ambos sacramentos tienen lugar de forma invertida, con 16 y 10 años respectivamente.
No recuerdo verme en la tesitura de vestir corbata hasta la edad de diciesiete años, con la que accedí a un puesto de auxiliar administrativo en una oficina bancaria. Por aquellos años, al estar de cara al público era preceptivo según las normas de la entidad el ir adecuadamente vestido. Traduzcamos lo de adecuadamente por llevar chaqueta y corbata. Ya empecé a tomar animadversión a la prenda porque aparte de la imagen lo único que representaba era un estorbo al tener que estar sentado en una mesa o detrás de un mostrador realizando tareas administrativas que no se realizaban mejor ni peor por llevar la dichosa prenda alrededor del cuello.
Al cabo de un año dejé la atención al público y me trasladé a un departamento central de la misma entidad. Recuerdo el primer día en el que me presenté con mi traje y corbata pero enseguida pude apreciar que la vestimenta allí no seguía esos cánones. Algunas personas del departamento, fundamentalmente jefes y “primeros espadas” sí vestían corbata pero era por tener que asistir a reuniones con otros departamentos. Fui viendo el cielo abierto y abandonando progresivamente su uso. Yo me desplazaba en transporte público invirtiendo más de una hora en cada trayecto y la chaqueta y la corbata no eran lo más apropiado. Incluso recuerdo que hubo una vez un conato de intento por parte de nuestros jefes de obligarnos a vestir con la dichosa prenda. Al día siguiente a la perorata asistimos todos debidamente encorbatados pero uno de los compañeros, Antonio, tuvo una idea genial: una chaqueta de colorines y una corbata en tono naranja chillón con lunares de diversos colores más chillones todavía. Un buen y perfecto toque de atención. Aquello fue el determinante para que no hubiera más imposiciones aparte de las que cada uno, en función de su actividad, se quisiera autoimponer, fundamentalmente en el caso de reuniones formales con otros departamentos o incluso con otras empresas.
Con esto llegué a abandonar prácticamente el uso de la prenda, no solo en el ambiente laboral sino en el privado, en que me resitía a ella todo lo que podía. Siempre hay alguna excepción, como por ejemplo la propia boda, donde hubo que pasar por el aro aún habiendo pensado detenidamente en no hacerlo.
Pasaron muchos años hasta que se produjo un cambio de empresa. Al no saber como estaría el tema en la nueva ubicación, me tuve que proveer de chaquetas y corbatas porque a la sazón solo tenía el traje de mi boda que me entraba a duras penas. Pocos días duró la corbata de forma permanente, aunque llegamos al compromiso de disponer de una taquilla donde tenía yo de forma permanente un par de chaquetas y algunas corbatas de forma que en un determinado momento y ocasión podía transformar mi aspecto aunque fuera de forma temporal. Esto del ropero en el trabajo fue un buen invento que permitió poder llevar corbata solo en momentos muy puntuales y cuando era absoluta y estrictamente necesario.
Por aquellas fechas constituímos una asociación gastronómica alrededor del cocidito madrileño. Una vez al mes se celebraba una comida y en ella, por sus estatutos era necesario vestir con corbata. Esos días eran especiales y recuerdo acudir al trabajo de punta en blanco, encorbatado, de forma que ya los compañeros sabían que ese día era día de comida solo por el atuendo que llevaba y que chocaba de forma palpable con mi devenir diario.
Ahora trabajo por libre, haciendo algunas chapucillas por aquí y por allá. De nuevo me asalta el fantasma de la corbata. En la primera reunión de contacto con nuevos clientes no me queda otro remedio que ponerme el lazo al cuello. Pero una de las primeras cosas de las que trato, de forma abierta que sorprende, es de la obligación o no de vestir esta prenda en el desarrollo del trabajo. Hay de todo, pero por el momento me voy escapando casi completamente, aunque siempre hay algún gracioso que hace la alusión correspondiente.
En una de las empresas para las que ultimamente he trabajado tienen la imposición como empleados de vestir traje y corbata. Pero solo de lunes a jueves. El viernes se permite, y gran parte de ellos lo utilizan, el llamado “casual wear”, es decir, ropa informal. Otro asunto que me ha llamado siempre la atención es el uso de corbata con camisas de manga corta, especialmente en verano, cuando en las oficinas el aire acondicionado mantiene una temperatura igual que en invierno o incluso más fresca.
Por mucho que lo pienso solo puedo ver en la corbata una prenda decorativa. No le encuentro ninguna parte práctica, aparte de la estética. Cuando se trata de estar de pié veo bien la chaqueta y la corbata pero en cuanto que la actividad se desarrolla sentado, es más bien un impedimento y un estorbo.