sábado, 29 de mayo de 2010

MONASTERIOS


Hace años tuve la oportunidad de visitar el monasterio de Santo Domingo de Silos. No era la primera vez que pasaba por allí, atraído por el canto de los monjes y sobre todo por su singular claustro. En aquella ocasión se daba la circunstancia de que estaba convaleciente de una operación de rodilla, por lo que andaba con cierta dificultad ayudado por unas muletas. Durante la visita guiada al claustro y con ocasión de que el resto del grupo visitara una dependencia-museo anexa, a la que se accedía por escaleras, obtuve el especial permiso del guía de quedarme un momento en el claustro, a solas.
Las sensaciones de aquel momento especial han quedado grabadas en mi mente para siempre y suelo recurrir a ellas en momentos de tranquilidad y sosiego. Es díficil de describir la paz, el recogimiento y el silencio, tan solo roto por el piar de los pajarillos y el gorgoteo de la fuente, que me inundaron en aquellos momentos. Por unos instantes me imaginé los cientos y cientos de monjes que habrían dado paseos alrededor del claustro a lo largo de los siglos elevando sus oraciones. Una sensación única. Los monjes, benedictinos, siguen la regla de San Benito que se resume en pocas palabras: “Ora et Labora”. La oración es fundamental y se mantiene por la llamada Liturgia de las Horas, en las que a lo largo del día el monje reza sus oraciones: Maitines, Laudes, Prima, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas.
Tengo entendido que es posible hospedarse en el monasterio y pasar unos días de recogimiento, haciendo una vida todo lo parecida que deseemos a la de los propios monjes. La sociedad actual nos afixia en muchas más ocasiones de las que desearíamos y no siempre salimos airosos de ellas. Un retiro en un remanso de paz como puede ser un monasterio es un asunto que tengo pendiente pero pasan los días sin encontrar el momento oportuno para llevarlo a cabo.
La fotografía que ilustra este apunte no es de Silos. Esta semana he realizado una excursión a otro remanso de paz que se encuentra enclavado en los comienzas del madileño valle del Lozoya, cercano al pueblo de Rascafría: el monasterio de El Paular. Si bien rodeado por algunos aditamentos comerciales, el monasterio de yergue orgulloso en medio de un vergel, con sus más de seiscientos años de antigüedad resistiendo los embates de la naturaleza y de los hombres, que han dotado de vicisitudes y mermado las bellezas y el contenido del monasterio. Abandonos, incendios y desamortizaciones han escrito su particular historia.
La visita al monasterio es gratuita si bien un poco estricta. Hay que estar en el atrio de la iglesia a unas determinadas horas en punto, donde te recoge un benedictino que durante cuarenta o cincuenta minutos te conduce por iglesia, capillas y salas mostrándote las riquezas que conserva todavía el monasterio, que son muchas y bellísimas, dignas de ver y admirar. Aunque yo ya lo conocía, sorprende a todos los visitantes la zona existente tras el retablo y que no desvelaré para incitar la visita. Merece la pena.
Esta visita que refiero fue conducida por el hermano Jose Eulogio, un dechado de humanidad, simpatía, alegría y conocimiento que nos hizo pasar a las cinco personas que constituíamos la visita cincuenta minutos de agradable paseo, plagado de anécdotas y chascarrillos de todo tipo. Recuerdo un chiste que el mismo nos contó y que dejo escrito aquí para que no se me olvide. Era más o menos así:
“Resulta que una persona ingresó en un monasterio contemplativo con la intención de pasar allí el resto de sus días. El prior le dijo las normas entre las que se encontraba una de las más díficiles de seguir: No se podía hablar nada, tan solo dos palabras cada diez años para comunicarse con el prior. Destinado a una ermita, el hombre pasa sus diez primeros años y tras ellos comunica sus dos palabras permitidas: “mucha hambre”. Tras otros diez años comunica: “mucho frío”. Pasan otros diez y dice: “cama dura”. El hombre sigue aguantando y en la oportunidad siguiente refiere al prior: “me voy”. Este le contesta que ya le extrañaba a él que siguiera en la orden cuando llevaba cuarenta años quejándose sin parar".
El hermano Jose Eulogio ha celebrado su cincuenta aniversario como benedictino, lo cual significa que tiene unos años, pero no se le notan por ningún lado. Lo que no es seguro es que la visita nos la haga él.
Como todo no podía ser dichoso, el claustro no se podía visitar: estaba en obras. El monasterio ha recuperado una colección de cuadros de gran tamaño que van a ser ubicados en el claustro, para lo cual tienen que dotar al mismo de cierta calefacción para su conservación. Este será un motivo para volver a hacer la visita de nuevo dentro de un tiempo, cuando el claustro esté listo.
Como en Silos, el sistema de hospedería funciona también aquí, más o menos con las mismas reglas. Se admite un mínimo de tres días de estancia y un máximo de siete y el precio por todo incluído en estos momentos es de 35 euros día. La tranquilidad en la vida monacal está asegurada y los paseos por la zona son muchos y atractivos. Solo falta animarse y tener en cuenta que solo admiten varones.
Y ya que estamos hablando de San Benito me viene a la memoria una regla, no sé si cierta, que me vino muy bien en mi época de trabajador cuando intentaba entender lo que me mandaban mis jefes.
¿Qué deben hacer los monjes si les mandan cosas imposibles?
“Si por acaso mandaren a algún monje cosas muy difíciles o imposibles, reciba con toda mansedumbre y sumisión el precepto que se le haga. Y si viere que lo mandado excede absolutamente de sus fuerzas, representará a su prelado las causas de su imposibilidad, sin alterarse, y con la circunspección posible, no con ademanes de contradicción, resistencia o altivez; pero si después de su representación insistiere el prelado en que obedezca, tenga por cierto el monje que así le conviene; y confiando en el favor de Dios, haga lo que le manda, por caridad”.