Todavía resuenan los ecos y la alegría contenida de una noche espléndida en la que, por primera vez en su dilatada historia, el equipo nacional español de fútbol ha conquistado su primera copa de campeones del mundo de selecciones nacionales.
Durante este largo mes en que el juego de la selección ha hecho vibrar a chicos y grandes, hombres y mujeres, una cosa ha llamado mi atención y no ha sido otra que la profusión de banderas nacionales por doquier. Los balcones de las casas, las antenas de los coches, un palo a la entrada o cualquier sitio era bueno para ubicar una bandera con los colores rojo y gualda. Hay paises, como por ejemplo Estados Unidos, en los que el uso de la bandera es mucho más corriente y en cualquier acto, por poco importante que sea, salen a relucir banderas de todas formas y tamaños que impregnan de patriotismo el sentir de sus portadores y dan colorido y sentido patriótico al acto.
Pero en España el uso de la bandera está como cohibido. Recuerdo de niño que cada casa tenía tantas banderas como balcones o ventanas daban a la calle y era común situarlas durante días especiales del año y especialmente si alguna procesión religiosa iba a discurrir bajo las ventanas. Pero luego hubo años en que al igual que los corazones de los españoles, las banderas aún conservando su base, estaban divididas y había las que se llamaban constitucionales y las otras, las que no. Ciertos usos partidistas de la bandera detrayeron su uso a los que no querían ser considerados como miembros de aquel partido. Desgraciadamente la palabra “facha” se asoció con mucha ligereza a aquellos que lucían la bandera en pulseras, polos o simplemente fijada en la trasera de los coches.
Pasó el tiempo y estas divisiones fueron cayendo en el olvido pero el uso público de la bandera por parte de los españolitos de a pié no se recuperó. Empezaron también los problemas y encontronazos en ciertas zonas de España, donde el uso de banderas más locales se superponía cuando no anulaba a la enseña nacional. Como no, en algunas manifestaciones públicas de exaltados, profusamente recogidas por los medios escritos y televisivos, se utilizaba la bandera para quemarla y con ello ejemplificar el odio y el rechazo a todo lo que significa.
Pero en estos días, con motivo de un espectáculo como es el fútbol, la bandera ha salido a relucir por todos lados. El ingenio de la gente a la hora de “decorarse” con la bandera no ha tenido límites. La pintura roja y amarilla ha impregnado caras, brazos, frentes, torsos, pechos y supongo que algunas otras partes no mostrables en público, que gente hay para todo. Las imágenes televisivas de concentraciones de personas para ver los partidos en espacios públicos de ciudades de la geografía nacional eran un espectáculo de algarabía y color donde el rojo y el gualda eran los colores de base.
También personas de la vida pública española han dejado un poco de lado su recato y en esta fase final del campeonato hemos podido ver a la Reina de España ataviada, con gran clase como siempre en ella, con vestidos y bufandas que representaban los colores nacionales, como así mismo el príncipe Felipe y la princesa Letizia, cuya “zeta” me sigue rechinando pero cada uno es muy libre de escribir su nombre como quiera. Uno que ayer llamó mi atención y que es un personaje que me cae muy bien y que siempre ha dado muestras de su españolidad por encima de todo es Nadal, nuestro tenista campeonísimo, ataviado de rojos y amarillos hasta las cejas, acompañando “in situ” a la selección y disfrutando como todos por sus triunfos. Por los líos en los que andamos metidos, los políticos se han dejado ver poco lo cual entre otras cosas habrá sido bueno para nuestros bolsillos, aunque todos sabemos que estos viajecitos institucionales son el chocolate del loro en todos los dislates a los que nos han sometido en estos últimos tiempos.
Me alegro por esta consecución del campeonato, que uno no es de piedra y también tiene su corazoncito. Mi relación con el fútbol ha sido un poco de amor y odio a lo largo de mi vida: lo he practicado en determinadas épocas y a pesar de pecar de inmodesto no se me daba nada mal, pero lo que nunca me ha gustado es todo lo que le rodea. Por cierto, no puedo dejar de hacer constar aquí que el rival en la final, Holanda o Paises Bajos como ponía en los rótulos, hicieron un poco honor a este último nombre practicando un juego bronco y “barriobajero” donde nos cosieron a patadas ante el “dejar hacer” del árbitro. No sé el número de tarjetas amarillas que sacó al final del partido pero debió de ser un record Guiness. Tan solo una roja para un holandés, al final de la prórroga, fue su pobre respuesta a las agresiones continuadas de los futbolistas que parecía que no lo eran y solo se dedicaban a protestar y destrozar con malas artes el juego de los nuestros.
Enhorabuena a todos estos jugadores y especialmente a Vicente del Bosque, gran entrenador y mucho mejor persona, que nos ha dado un ejemplo de trabajo, seriedad y caballerosidad en todas sus escasas intervenciones públicas, donde no ha entrado al trapo de comentarios tendenciosos y preguntas malintencionadas.
Y ya que estamos hablando de banderas, un pequeño acto final, que solo es como una mueca, empañó el uso de la enseña, cuando un par de jugadores de cierta autonomía española sacaron a relucir la que estaba fuera de lugar en esos momentos. Pero como hemos dicho, tiene que haber de todo en todas partes.