sábado, 19 de marzo de 2011
COMPARACIONES
Había pensado titular esta entrada del blog con la palabra “gambarimasu”, desgraciadamente muy de moda en estos últimos días, pero he optado por la de “comparaciones” que es más castellana y por lo general no obligará a nadie a acercarse al diccionario para saber su significado.
Disfrutamos de varias frases hechas sobre el asunto, siendo la más frecuente aquella de que “todas las comparaciones son odiosas”. Sin embargo yo prefiero ver la parte positiva de ella y recurro con mucha frecuencia a una que me da mucho juego, tanto para mí como para arrojársela a los demás, y no es otra que la de “comparado con qué o quién”.
A final queramos o no todo es relativo, y su valor e impacto para nosotros siempre dependerá de los parámetros que utilicemos en nuestra valoración. Los ejemplos pueden aclarar esto y se me ocurren multitud de ellos. Si yo comparo mi coche, un utilitario de gama media con el cochazo que mi vecino aparca al lado en el garaje o el que acabo de ver anunciado en televisión, pues mi coche es más bien poca cosa. Pero si le comparo con el “carro” de 1963 que se le cae a pedazos a un médico cubano que nos hizo de taxista para poder tener coche, además de hacerse las piezas el mismo a mano para repararle, quizá nuestra apreciación varíe sustancialmente.
Un compañero de trabajo lleva años en un estado catatónico viendo las cosas mal en el trabajo por donde quiera que mire. Son muchos empleados y cada uno tiene una percepción diferente de cómo le van las cosas en el trabajo y como le podrían ir, mejor o peor, si la situación cambiase. Simplificando el asunto, él dispone de un buen sueldo, quizá mejor que bueno y además desde hace años y lo más previsible es que siga así. Si se comparase con uno cualquiera de los más de cuatro millones de españoles que engrosan en estos días las listas del paro, o ampliáramos la comparación a muchos ciudadanos de países subsaharianos que salen huyendo en busca de algo no se sabe qué, la cosa se vería de otro color.
Y es que las cosas dependen del color del cristal con que se las mira. Pero por toda lógica tendemos a poner el foco de nuestras comparaciones con los que creemos que están por encima de nosotros y se nos olvida con mucha frecuencia variar el rumbo ciento ochenta grados y saber valorar de forma ecuánime lo que tenemos y alegrarnos por ello. En una bonita y acertada frase, Caritat de Condorcet nos transmite que “gocemos de la vida sin comprarla con la de los demás”. Cierto que otros tienen más y mejor y que quizá no se lo merezcan, pero mejor sería esforzarnos en conseguirlo que solo limitarnos a pensar en ello, lo que a buen seguro no va mejorar nuestra situación y seguramente la empeorará con alguna que otra bilis en nuestro interior.
“Gambarimasu” es una palabra japonesa. Desgraciadamente se ha puesto de moda en esta última semana tras el tremendo maremoto y terremoto que ha tenido lugar en Japón, con el consiguiente tsunami que ha arrasado y convertido en escombros ciudades enteras de la costa norte el país. De paso, la madre naturaleza nos ha dado un toque de atención, no solo a los japoneses sino a todos los ciudadanos del mundo de los peligros que supone utilizar la energía nuclear para generar esa electricidad que gastamos a raudales la mayoría de las veces sin preocuparnos de donde viene. Yo soy de los que tiene broncas con sus hijos por conseguir que se apaguen las luces de las habitaciones donde no se está e incluso en mi manía persecutoria de no gastar electricidad sin necesidad, tengo instaladas regletas de enchufes con interruptor al lado de televisores, videos u hornos microondas para cortar todo suministro cuando no se está utilizando, por pequeño que sea. Siempre que puedo voy del garaje al piso a oscuras para evitar el minuto y veinte segundos que permanece encendida la luz de seis plantas de escalera y del portal. No se trata de que yo pueda pagarlo a los buenos precios en que está la luz y peores que se van a poner sino de que no hay necesidad de despilfarrar aquello que no se usa por ahorrarse la molestia de darle a un interruptor cuando acabamos de ver la televisión o calentar la leche del desayuno.
“Gambarimasu” significa dar lo mejor de sí mismo en todo momento, algo en lo que los seres humanos somos tremendamente cicateros incluso cuando se trata de aplicárselo a uno mismo. El pueblo japonés está dando sobradas muestras de señorío en el transporte de esta pesada carga con que les ha dotado la naturaleza y mantienen su fe en el futuro y en la creencia de que van a salir de esta como ya lo hicieron en ocasiones anteriores. No les queda otro remedio, y mientras tanto mucho "gambarimasu" a todas las horas del día. El que una persona esté en la cola de una gasolinera con dos garrafas y cuando le toca el turno llene una y se ponga de nuevo a la cola para llenar la segunda es un hecho que impresiona y mucho más si lo comparamos con los que aquí se cuelan en las colas del autobús o de sacar las entradas del cine.
Cuando hago un intento de ponerme en el lugar de uno de los que han perdido todo lo material e incluso algún familiar, de los que no les queda nada salvo conservar la vida que no es poco, me doy cuenta de lo tremendamente insignificantes que somos cada uno de los seres humanos, que a pesar de lo que nos podamos creer, no somos nada hoy en día y que ni siquiera tenemos la certeza de que mañana podamos contar la nada que somos hoy.