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Cuando hoy día llega a nuestras manos cualquier aparato con una cierta complejidad, lo primero que deberíamos hacer es leer, detenidamente, su libro de instrucciones para poderlo manejar sin problemas y además conocer todas sus posibilidades, vayamos a hacer uso de ellas o no. De forma proporcional a la edad, la consulta al folleto va desde cero en los extremos, juventud o senectud, hasta una proporción variable en las edades intermedias. Yo soy de los que gusta leerlo al completo un par de veces antes de empezar a manipular, pero también conozco a personas de mi edad que no lo hacen y les gusta trastear, probar y perder mucho tiempo antes de acudir al libro de instrucciones donde lo más probable es encontrar la solución a sus desvelos y de paso descubrir nuevas y desconocidas posibilidades.
Salvo elementos muy elementales, pongamos por ejemplo un sacacorchos o un vaso de los de vino, los productos que adquirimos suelen llevar algún “x” de instrucciones. Nunca sabré si la traducción de “x” es manual, folleto, guía, libro, prospecto, etc. etc. pues todas estas acepciones hacen alusión a las notas e instrucciones necesarias para conocer el producto adquirido y manipularlo con seguridad y acierto a la vez que obtener el máximo partido posible.
Una cuestión importante es como conservar y tener a mano, de forma ordenada, todas las guías de los aparatos que tenemos en funcionamiento alrededor nuestro. Son de variados y múltiples formatos, desde los mínimos libritos que acompañan por ejemplo a un reloj digital hasta los gruesos libros que se adjuntan a una cámara de fotos o una televisión. Por otro lado, hoy en día los aparatos son distribuidos a cualquier lugar del mundo, por lo que muchos de ellos incluyen su libro de instrucciones en multitud de idiomas. En estos casos, lo primero que hago es seleccionar el que me corresponde en castellano y en algunos casos conservo también el que está en inglés, pues ya se me ha dado el caso de que la traducción no está muy bien realizada y una lectura rápida al inglés suele aportar claridad cuando en castellano no se entiende bien.
Con la supuesta implantación masiva de internet en los hogares, algunas empresas optaron hace tiempo por una política de ofrecer un pequeño galimatías de guía rápida en varios idiomas y adjuntar un CD o bien una dirección de internet donde consultar o descargarse el manual en formato pdf, de forma que ya se rompía la limitación de espacio que los formatos en papel sin duda presentaban. Con todo ello, nos podemos encontrar en nuestras casas, si guardamos estas instrucciones, con todo tipo de formatos. También ocurre que con el paso del tiempo, las instrucciones en papel han sido digitalizadas y puestas en internet.
Esto último está siendo aprovechado para una práctica comercial con la que hay que tener sumo cuidado. Hay sitios especializados en “contener” toda suerte de manuales y guías, pero que no ponen a tu disposición de forma gratuita sino que con engaños y triquiñuelas te pueden sacar unos euros como no andes listo. Relato aquí el caso que me ha surgido para ilustrar esto.
Ando recuperando mi bicicleta de montaña que adquirí hace ahora veinte años y que llevaba un tiempo en el olvido, almacenada en el trastero. Dos años más tarde, con ocasión de la realización del tramo desde León del Camino de Santiago, compré para ella una computadora digital de las que sirven para medir distancias, velocidad y demás parámetros en una bicicleta. Tras tantos años, el computador estaba apagado y no funcionaba; lo más lógico era pensar que se había agotado la pila, por lo que compré una nueva, se la puse, y que si quieres arroz catalina, aquello no funcionaba. Lo lógico sería acudir al libro de instrucciones, que repito tengo en casa, a pesar de ser un aparato comprado, como digo, en 1993, hace dieciocho años. Pero ahora no estoy en casa, con lo que la opción era la consulta por internet, sin muchas esperanzas por el tiempo transcurrido. Al poner en Google la marca del aparato y su modelo, encuentro multitud de referencias a él, pero curiosamente las cinco o seis primeras no son de la marca sino de tipo general, donde me dicen disponer del manual pero me lo ofrecen con un pago a través de tarjeta de crédito, mensajes especiales vía móvil y otras maneras torticeras de sacarme un dinero por un manual que ni siquiera tengo garantías de que lo tengan. Sigo indagando y en la web oficial de la marca, que sigue existiendo, el modelo del que dispongo ya ni existe, pero con paciencia y un poco de suerte, encuentro un apartado referente a modelos antiguos donde obtengo, de forma gratuita, el manual en pdf que me permite activar y poner en marcha mi computador de bicicleta, que sigue funcionando a la perfección dieciocho años después.
Una buena práctica, que yo realizo de vez en cuando y recomiendo, es revisar nuestra carpeta o cajón de folletos, desechar aquellos cuyos aparatos ya no tengamos e intentar buscar en la web los equivalentes electrónicos del resto, que siempre en el ordenador se pueden consultar y manipular con más rapidez y comodidad. Igualmente, ante la compra de un aparato nuevo, es interesante buscar su manual electrónico y conservarle, siendo en este caso lo mejor, casi me atrevería a asegurarlo, prescindir directamente del de papel. Hay que tener en cuenta que los usuarios de un hogar son variados y no todos pueden estar duchos en la consulta electrónica, pero siempre habrá alguno que pueda echar una mano.
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