domingo, 20 de mayo de 2012

EFECTIVIDAD


Ya hacíamos disquisiciones en una entrada anterior titulada EFI.....QUÉ? AMAZON sobre la diferencia existente entre los términos eficacia, eficiencia y efectividad. De nuevo he tenido que repasarme sus definiciones para recuperar los matices. En todo caso, el término “efectividad” alude al grado de satisfacción producido en la persona que recibe un servicio, atención o producto. Esta definición es la que yo pude aprender en mis estudios relacionados con el tema de la salud y no coincide con la que nos brinda el diccionario de la RAE: “Capacidad de lograr el efecto que se desea o se espera”.

Hace unos días, observé la cara compungida de mi hija al salir de su colegio. Rápidamente me enseñó dos dedos de su mano literalmente pegados con esparadrapo, entablillados, y me dijo que jugando se había enganchado uno en un radiador y se lo había dislocado. El enfermero del colegio recomendaba que le viera un especialista y la realización de una radiografía para descartar cualquier tipo de problema.

“Todo lo que puede suceder, sucede”

De todos son conocidas las famosas leyes de Murphy basadas y condensadas en la siguiente frase: “Si algo puede salir mal, saldrá mal”. Enfatizando en lo negativo tendremos motivos para justificar todo lo que nos pase. El hecho es ese día precisamente tenía una reunión importante dos horas y media después a la que tenía que asistir, siendo vital mi presencia en la misma. Tenía todo preparado pero el hecho de tener que llevar a mi hija a un hospital, a un servicio de urgencias, trastocaba todos los planes y ponía en peligro mi asistencia a la reunión, pues ya sabemos lo que ocurre, normalmente, en los colapsados servicios de urgencia a los que acudimos todos por cuestiones que no son realmente urgentes. En este caso no se trataba de la urgencia sino de la alternativa: por los cauces legales del médico de cabecera, especialista y demás, la radiografía se la podían hacer a la niña el día de su jubilación, que recordemos está en estos momentos prevista para los sesenta y siete años.

Según me dirigía en el coche al hospital más cercano tuve de pronto la idea de cambiar de destino y poner proa a uno más lejano, situado a treinta kilómetros de mi domicilio. Ya había acudido anteriormente y aunque no me iba a suponer un ahorro de tiempo, además de la distancia, la atención podía ser diferente, digamos, mejor. Fue una idea de lo más acertado, como detallo a continuación. Seguramente fue un caso excepcional, pero tuvo lugar, por lo que aquí lo cuento. Según conducía hacia el centro sanitario fui poniendo en orden mi imaginación a ver de qué manera podía resolver mi presencia en la reunión, llamando a alguien que se desplazara al hospital, lejano hospital, para quedarse con mi hija si no habíamos acabado el proceso.

El aparcamiento situado enfrente, un poco o un mucho caro, nos permitió acceder enseguida a la recepción de urgencias. Primera sorpresa: el empleado estaba hablando por teléfono y dejó el aparato a un lado para atendernos a pesar de indicarle yo que continuara la conversación. “Es privada” me contestó y ustedes tienen prioridad. Como quiera que en el sistema informatizado de ese hospital disponían de los datos de mi hija por atenciones anteriores, pasamos a la sala de espera donde no habíamos estado sentados ni cinco minutos, atentos a las pantallas, cuando fuimos llamados por el sistema de megafonía.

La especialista, cariñosísima en todo momento con la niña, exploró los huesecillos y quitando importancia al asunto nos indicó que iba a realizar una radiografía para quedarse tranquila. Cuatro teclas en el ordenador y nos dijo que nos dirigiéramos a la sala de espera de rayos donde nos llamarían. No nos habíamos sentado cuando un enfermero se llevó a la niña para realizar la placa. Cuando salió con la niña nos dijo que volviéramos a la sala de espera de urgencias. Ante mi extrañeza de que no nos diera el sobre con la radiografía, como hasta ahora se hacía siempre, nos dijo que se transmitía por la “intranet” al ordenador del especialista.

Cuando nos dirigíamos de nuevo a la sala de espera de la zona de urgencias, antes de llegar, oímos la llamada por la megafonía. Al llegar al despacho de la especialista, esta ya había comprobado los resultados y había preparado e impreso el informe. Entablilló nuevamente el dedo, recomendó diez días de inmovilización y dió por finalizada la intervención.

De vuelta al aparcamiento, el ticket justificativo del pago me brindó la oportunidad de comprobar el tiempo total empleado: 39 minutos. Es de suponer que se dieron una serie de circunstancias que posibilitaron este “record” pero así ocurrió y así lo cuento. La informatización de ese hospital es para descubrirse, al servicio, muy buen servicio, de los pacientes-clientes y por ende del propio personal, facultativo y administrativo, que posibilitan un mejor desempeño en sus funciones.

¿De qué hospital estamos hablando?. Del ubicado en Torrelodones del Grupo Hospital Madrid. Desde aquí mi agradecimiento por la atención recibida.