domingo, 10 de junio de 2012
HIDROMITOS
Me sale hoy la vena “geek” aderezada con un poco de nostalgia, que los años van pasando y no en balde. Desde que aparecieron los ordenadores personales o PC’s allá por el año 1981 he andado teniendo relación estrecha con ellos en dos vertientes: la profesional o de la oficina y la personal o de casa. El hecho de tener información en los dos sitios planteaba en los primeros tiempos un problema interesante que no era otro que trasegar con la información entre casa y oficina y tener mucho cuidado, de forma manual, para no perder datos por cualquiera de las muchas formas posibles; borrado, copiado, machacado, etc. etc. cuando iban y venían a diario del ordenador de casa a la oficina.
Al principio el medio eran los “floppys”, aquellos discos flexibles de 5 y 1/4 pulgadas que permitían almacenar nada menos que la friolera de 180 Kilobytes de información. Los datos eran por lo general documentos de texto y cabían bastantes en un solo “floppy”. Pero a medida que fue pasando el tiempo y a principios de los noventa empezaron a trabajarse las imágenes, los 180 KB se quedaron insuficientes a todas luces, lo que motivó la aparición de los ya olvidados “diskettes” que en su versión de densidad alta llegaron a tener 1,44 Megabytes con lo que equivalían casi a 10 de los floppys. Hablando de imágenes en aquellos tiempos ¿nos acordamos del “storyboard”?, todo un descubrimiento en el procesamiento, retoque y creación de imágenes, muy simples, pero imágenes al fin y al cabo y encima animadas. Un lujo.
A medida que fue pasando el tiempo, la cantidad de información que íbamos alojando en nuestros ordenadores iba creciendo vertiginosamente, por lo que a principios de los dos mil ya andaba con varios diskettes para allá y para acá todos los días, un verdadero incordio. Y entonces aparecieron las memorias USB, viniendo a solucionar nuestros problemas, eso sí, a un precio desorbitado, pero es como todo con la tecnología, si la quieres empezar a disfrutar desde sus inicios no queda otra que rascarse el bolsillo. No recuerdo a ciencia cierta cuanto me costó mi primer “pen-drive”, ese que puede verse en la fotografía con tan solo 64 Mb y que por tanto equivalía a cuarenta y cuatro diskettes. Pero la comodidad y la fiabilidad en el transporte de datos de un sitio a otro no tenían parangón.
El paso del tiempo ha ido dando más capacidad y mejores prestaciones a un coste muy inferior, pues hoy en día se pueden encontrar memorias de 32 Gb por menos de veinte euros e incluso jugándosela un poco algunas de 256 Gb, repito la cifra que parece errónea, 256 Gb, como la que ven en la imagen y que me ha costado 30 euros en una de esas tiendas de internet que se alojan en Asia y que mandan cosas a precios increíbles y que además funcionan. Equivalente a ciento ochenta mil diskettes, por hacer una equivakencia.
Ahora todo esto está ya pasado de moda, pues podemos disponer de discos duros de capacidades por encima de 1 Terabyte por precios razonables y del tamaño de un paquete de tabaco. E incluso esto está fuera de lugar si disponemos de una conexión a internet con servicios en la “nube” como Dropbox, Sugarsync, Box, Skydrive o Goole Docs, cada uno con sus características pero que nos permiten disponer de toda o gran parte de nuestra información en cualquier ordenador e incluso en nuestro teléfono, ya digo, siempre que haya conexión a internet.
Pero se preguntarán que tiene todo esto que ver con el título de esta entrada, una palabra que no existe en el diccionario pero de la que podemos deducir que se refiere a mitos del agua. A estos artilugios de los que hemos estado hablando se les llama de muchas maneras: memoria usb, pen-drive, lápiz, pincho, rana, achiperre ...… A lo mejor hay alguien por ahí que les llama hidromitos, que de todo hay por el mundo.