domingo, 11 de agosto de 2013

FRACASO


Las sociedades humanas actuales, en mayor o menor medida, van progresando en sus modos de vida si bien habríamos de discutir mucho el concepto de progreso, pues cada uno de nosotros tenemos el nuestro y lo que para unos es mejoría para otros es una marcha atrás. Ya dijo Campoamor aquello de “En este mundo traidor / nada es verdad ni mentira; / todo es según el color / del cristal con que se mira”. Lo que es indudable es que como ya dijera Hilarión en la conocida “Verbena de la Paloma” “los tiempos cambian que es una barbaridad” y cosas y situaciones que eran cotidianas desaparecen y son sustituidas por otras casi sin darnos cuenta ni reparar en ellas. Un ejemplo para asentar esta idea son las máquinas de escribir o calcular, que plagaban domicilios y oficinas hace unos años y que ahora han desaparecido de la faz de la tierra. Hay que decir que se conservan algunas, pero más como piezas de museo que otra cosa, ya que hasta dudo que haya repuestos para mantenerlas al día.

Pero todos estos avances, algunos de ellos espectaculares e impensables hace muy poquitos años, arrostran tras de sí una serie de fracasos en la parte personal y social que vamos sobrellevando como podemos y a los que hemos acabado por acostumbrarnos, como si se tratase de un coste que debemos asumir por estar en esta sociedad, cada uno en la suya, y “disfrutar” de todo lo que se nos brinda, bueno y malo.

Eso que se ve en la imagen que acompaña a esta entrada son unos desagradables archiperres, que no "achiperres", llamados bolardos, desgraciadamente muy conocidos por todos, pues adornan con profusión machacona las aceras de gran parte de nuestros pueblos y ciudades. Bien es verdad que es para mí una alegría cuando visito un pueblo y veo que tiene sus aceras limpias de este desagradable ajuar urbano. Los que hemos obtenido el permiso de conducir, e incluso por sentido común, sabemos que no se puede aparcar en una acera, que está prohibido, que las aceras son para los peatones y las mamás con los carritos de los bebés. Pero con el incremento de los vehículos en pueblos y ciudades, en los que no se pueden ensanchar las calles que ya existían desde hace muchos años, cualquier rinconcito es carne de cañón para el vehículo en busca de aparcamiento.

Primero fueron los “momentitos” para descargar o comprar algo, luego los “no molesta” y así, con el tiempo, acciones que están fuera de lugar se ven como corrientes y, como digo y esto es lo peor, nos hemos acostumbrado a ellas. Como no se puede tener un policía detrás de cada ciudadano, el único sistema para evitar estos actos incívicos es recurrir a barreras físicas que las impidan por la fuerza. Lo que ocurre es que estas barreras tienen un coste económico y un impacto ambiental, además de ser un peligro para los peatones, que muchos tobillos y rodillas se han cobrado e incluso para los coches, que ven con mucha frecuencia abollada su chapa por contacto con ellos.

¿Es tan difícil hacer cumplir las normas? Si desde el principio, cuando se vio el primer coche subido en una acera, se le hubieran crujido las entretelas, con publicidad incluida, habríamos ahorrado muchos dineros, mucha estética, mucha escayola y mucho chapista. Pero quiá, se toleran las cosas hasta que se hacen cotidianas y se asumen cuando ya no queda más remedio. Lo que decimos, un fracaso social.

Fracasos en el tráfico hay muchos. Y el tráfico es un espejo bastante fiable de la educación social, que brilla por su ausencia en muchos aspectos de las relaciones de las personas.

Arrastramos muchos fracasos hoy en día y cada vez cuesta más solucionarlos, pues parece que lo único que entendemos es el “jarabe de palo” y el “cuando las barbas de tus vecinos veas pelar”, que se tienen que emplear a fondo, con contundencia y perseverancia, para que cada uno de nosotros dejemos de ser contumaces y asumamos y cumplamos con las normas que ya sabemos. La convivencia social se basa en esto y no nos damos cuenta que su deterioro no nos conviene.

Hay una lista enorme de fracasos, que crece con el paso del tiempo, pero cada uno tendrá la suya. Para iniciar, apunto otra: las “cacas” de los perritos en la vía pública.