jueves, 13 de marzo de 2014

GRANUJAS



No es la primera vez que utilizo este blog para recoger en él escritos no propios que me parecen interesantes como una forma de archivarlos y tenerlos controlados «para siempre». No he sido capaz de encontrar en la red un enlace a este texto a pesar de haberlo buscado con ahínco: o no existe o estoy perdiendo facultades. En todo caso he recuperado mi anquilosada versión de mecanógrafo para poder incorporarlo aquí.

Se trata de un artículo del profesor de Ciencia Política de la universidad de Santiago de Compostela Antón Losada, inserto en el número 4 de una publicación más que interesante de «eldiario.es» de su serie «Cuadernos» titulada «Retrato del Poder», un monográfico íntegramente dedicado a los tejemanejes de Miguel y sus colaboradores en Cajamadrid, Bankia o como queramos llamarlo en la actualidad. El artículo, conciso y contundente, lleva por título «El capitalismo granuja» y es para mí un ejemplo claro de que «más valen quintaesencias que fárragos» que ya dijera nuestro mordaz Baltasar Gracián acerca de contar en pocas líneas muchas y muy interesantes verdades que tenemos delante de las narices y no vemos. Lo que sí he encontrado es un libro publicado el pasado año por Antón titulado «Piratas de lo público», que habrá que hacerse con él para leerlo con detenimiento así como numerosos artículos suyos en este enlace o en su blog.

Opino modestamente que estas setecientas ochenta y dos palabras deberían ser como un catecismo de obligada lectura diaria nada más levantarnos, para tenerlas bien presentes a lo largo del día en todas nuestras actuaciones. Aunque lo he revisado concienzudamente respetando el original, pido disculpas si se me ha escapado algún gazapo en la transcripción.
La economía de mercado en España siempre ha sido una ficción. Representa un teatrillo donde a ciudadanos y consumidores se nos ha engañado una y otra vez igual que se estafaba a los indios sioux vendiéndoles cuentas de colores por joyas; mosquetones inservibles por rifles; o garrafón, por agua de fuego de la buena. En general, faltan grandes empresarios y sobran buhoneros. La gran reforma pendiente en la economía española no reside en otra vuelta de tuerca al mercado laboral, sino en una reforma empresarial radical. España soporta, sin duda, la élite empresarial mejor pagada, peor preparada y más incompetente de la OCDE. Miguel Blesa, los hijos de Aznar, Alejandro Agag o Díaz Ferrán no representan una excepción, constituyen la norma general. 
Su mejor currículum es la amistad, su mayor formación la aporta el colegueo y su negocio consiste en saquearnos a todos pirateando empresas y concesiones públicas con una inagotable exhibición de mal gusto. 
Las grandes corporaciones que se pasean por el IBEX como si hubieran inventado la economía de mercado y la libre competencia son en su mayoría aquellos viejos monopolios públicos edificados durante el franquismo a base del sudor y las lágrimas de las clases media y baja, las sufragadoras del bienestar de la oligarquía del régimen. Esos monopolios fueron privatizados en procesos opacos y a comprador seleccionado por una brigadilla de burócratas y altos cargos de la Administración al servicio de la misma casta económica que los financia y apadrina primero y les recoloca después. Son piratas de lo público con licencia para abordar, como los corsarios. 

Los socialistas abrieron la puerta cegados por la brillantez del discurso que anunciaba la verdad revelada de la superioridad de lo privado sobre lo público y la urgencia de desmontar los resortes del franquismo. O no se enteraron, o no se quisieron enterar, de que en realidad estaban vendiendo a precio de saldo las grandes empresas públicas a las mismas élites franquistas que pretendían desactivar. Los gobiernos de José María Aznar completaron el asalto. Cautivo y desarmado, el Estado quedó despojado de cualquier capacidad de intervención activa en la economía. Los grandes sectores estratégicos, como la energía o las comunicaciones, quedaron en manos de las mismas castas que los depredaron como caladeros privados a través del corporativismo franquista. 

Todo el proceso se enmascaró con la mística del llamado "capitalismo popular". A través de las privatizaciones, todos íbamos a ser clientes libres para elegir en mercados competitivos que traerían mejores precios y mejores productos y servicios. Incluso cual-quiera podría acceder a la propiedad comprando acciones en la bolsa. Telefónica, Repsol o Endesa podían ser nuestras. La gran recesión y la voracidad incontrolable de nuestros piratas de lo público han revelado poco a poco la verdad, que a veces tarda, pero siempre acaba apareciendo, incluso en economía. 

No somos clientes, somos rehenes de grandes oligopolios privados que no solo burlan cualquier control, sino que someten a gobiernos y ciudadanos a su férrea ley del ordeno y mando. A los millones de ciudadanos accionistas que supuestamente trajo aquel capitalismo popular apenas se les permite actuar como un ejército de figurantes, útil para dar solemnidad y pompa a asambleas y consejos de administración donde mandan los de siempre y como lo han hecho siempre: porque esto es suyo y están en su derecho. 

España entera es su cortijo. No solo Caja Madrid. Los depredadores, piratas, pícaros y parientes tontos que suelen conformar eso que Stiglitz llama acertadamente "capitalismo granuja" han encontrado en la burbuja empresarial, producto de la gran privatización española, un hábitat perfecto para su reproducción. Lo que manda en España es el capitalismo de amiguetes. Las grandes empresas estratégicas han primado la inversión especulativa y la ganancia rápida. El único mandato sagrado reside en asegurar el reparto rápido y masivo de beneficios entre equipos directivos y consejos de administración integrados por caballeros y, sobre todo, amigos para siempre. La inversión más rentable consiste en probar fidelidad al responsable político que reparte concesiones públicas o supuestamente debiera vigilar. Los beneficios se duplican si además se devuelven los favores o se contribuye generosamente a la campaña electoral. Los negocios funcionan como tapaderas del expolio. España es el país de los mil amiguetes. Cuantos más accionistas, contribuyentes, trabajadores o clientes caigan desplumados, mejor y más grande será el botín. 

Se privatizaron antes las empresas públicas y se privatizan ahora los servicios públicos a beneficio de los amigos y porque resulta rentable para los amigos. Lo único que cuenta es ganar mucho y rápido porque mañana, cuando pasen la factura, nuestros amiguetes y piratas de lo público ya estarán cazando muy lejos. Y solo hay una manera de ganar tanto y tan rápido: arrebatárselo a los demás.
@antonlosada, Profesor de Ciencia Política, USC