sábado, 9 de agosto de 2014

VIAJAR



De siempre he sido, y aún lo sigo siendo, un viajero impenitente. Me ha vuelto loco el simple hecho de ponerme en marcha aunque sea para ir al pueblo de al lado, especialmente si era novedoso para mí. Cualquier excusa es buena para ponerse al volante y devorar kilómetros, habiendo sido este modo de transporte el que más especialmente utilizo, incluso por encima de lo estrictamente razonable hoy en día en que lo más cómodo, en teoría, es tomar el avión o el tren y alquilar un coche en el punto de destino caso de ser necesario.

El hecho de salir desde tu casa con tu propio coche tiene sus ventajas a la hora de llevar el equipaje y también a la hora de volver, donde es más sencillo transportar cosas que has podido ir adquiriendo por el camino y que solo tienes que dejar en el fondo del maletero y olvidarte de ellas hasta tu regreso. El reloj de cuco que da las horas en la pared de mi salón vino así hace más de treinta años desde una tienda en Triberg, un pueblecito en el corazón de la selva negra alemana. A modo de ejemplo, prefiero ir a Córdoba en mi coche que tomar el tren, aunque sea más cansado, pero no siempre es más rápido o económico, ya que hay que tener en cuenta los desplazamientos hasta y desde las estaciones y el coste del billete según el número de ocupantes. Otro ejemplo de más alcance es un viaje a Munich, distante dos mil quinientos kilómetros de Madrid y por lo tanto dos días de ida y dos de vuelta en coche. Parece que aquí la opción sería el avión más el alquiler frente a tu propio coche. Insisto, en mi caso, prefiero el coche porque me permite conocer ciudades en el itinerario. Incluso para ir a Escocia preferí embarcar mi coche en el ferry en Santander y atravesar todo el Reino Unido, aprovechando para ver sitios emblemáticos como Oxford y Stonehenge por poner un ejemplo, que no hubiera sido posible si hubiera tomado un avión directamente a Edimburgo. 

Empecé a deambular por Europa a principios de los ochenta. El cargar el coche con la tienda de campaña, latas de sardinas, leche y demás alimentos no perecederos y lanzarse a las carreteras europeas en viajes que en algún caso alcanzaron los catorce mil kilómetros fueron experiencias inolvidables. Alcanzar puntos como el Cabo Norte en Noruega o la isla griega de Mikonos en tu propio coche es algo que recomiendo aunque hoy en día se opte por las alternativas que hemos comentado. Y hay que recordar que en aquellos tiempos todo era mucho más complicado que ahora: no existía el euro, no había internet y por no poner más ejemplos había que cambiar el aceite del coche cada cinco mil kilómetros, con lo cual uno o dos cambios había que hacerlos en los talleres de países donde te pillara o en alguna gasolinera como en alguna ocasión hubimos de hacer sin más remedio. 

Siempre me quedé con las ganas de haber conducido mi coche por Rusia. Lo pensamos dos veces, una de ellas entrando desde Polonia y otra desde Finlandia pero la obtención de permisos era tan complicada que desistimos. Con ello ha sido el único país de la Europa continental que no he hollado con las ruedas de mis propios vehículos. En la parte insular, Islandia tampoco e Irlanda sí pero con coche alquilado. 

Otra cosa a la que me resisto es a los viajes organizados. Suelen llevarte a las partes más comunes y más turísticas pero no te permiten, salvo excursiones programadas, salirte de lo establecido, con lo cual puedes estar a un paso de sitios deliciosos y quedarte con las ganas. Por ejemplo, muy cerca de Innsbruck, en el Tirol austríaco hay un pueblecito encantador que conocí a principios de los ochenta que se llama Hall in Tirol. Estaba fuera de todos los planes de agencias pero yo pude visitarle y disfrutar de él al tener mi propio coche y tomar la decisión de ir a él. 

Hoy en día, y ese el quid de la cuestión de esta entrada, el preparar un viaje es casi coser y cantar. Ponerte al teclado del ordenador y empezar a tomar decisiones de vuelos, trenes, hoteles, alquiler de coches e incluso entradas a espectáculos es cosa de tiempo y paciencia. Tengo unos buenos amigos que se marchan dentro de unos días a Corea y se han preparado todo ellos mismos a base de internet, como ya habían hecho en ocasiones anteriores a Israel o Estados Unidos. Cualquier país del Mundo está a nuestro alcance a poco que dispongamos del dinerito suficiente y una conexión a internet que nos permita ir haciendo las reservas correspondientes. Las agencias de viajes son una comodidad pero no siempre resultan adecuadas ni baratas, además que no tenemos ninguna garantía de que la cosa vaya a funcionar bien, cuestión que digo por experiencias personales y de amigos, contratando viajes con agencias reputadas que luego estuvieron llenos de inconvenientes. 

Según con qué aerolíneas, podemos incluso imprimir desde casa los billetes de embarque y las etiquetas para la facturación del equipaje, que incluso algunas ofertan recogértelo de casa el día anterior para que vayas al aeropuerto con las manos en el bolsillo. Eso por no hablar de prescindir totalmente del papel y llevar un código QR en nuestro teléfono móvil que nos permita acceder al avión, tren o barco con solo mostrarlo. Yo lo he probado con las entradas al cine pero con el avión prefiero el papel además del QR por si acaso. Tanta modernidad es buena y encantadora cuando funciona, pero de vez en cuando falla y te quedas con una cara de haba que para qué. 

Siempre que uno se pone de nuevo a la caza y captura de ofertas y posibilidades se pueden descubrir nuevas posibilidades. En los últimos tiempos, por recomendaciones, he conocido dos sitios que me he utilizado y me han parecido eficaces y eficientes, a la par que sencillos: GOLDCAR para el alquiler de coches y BOOKING para la reserva de hoteles y apartamentos. Cada vez tenemos más posibilidades: se trata de explorarlas y usarlas en nuestro beneficio.