domingo, 2 de noviembre de 2014

AUSTERIDAD




Los que ya vamos acumulando algunos añitos en nuestra buchaca recordaremos aquellas revistas que existían en los años setenta con títulos tales como «La Codorniz», «El jueves», «El roto» o «El papus» donde a base de viñetas en blanco y negro y derrochando mucha imaginación se hacía crítica social en unos momentos en que estaba todo muy controlado, especialmente antes de 1975 por causas que no es necesario recordar. Muchas de ellas se pasaban más tiempo cerradas por la autoridad competente que asistiendo al encuentro de sus lectores.

La imagen que acompaña a esta entrada responde a una viñeta publicada en «El Papus» en el año 1977. Es suficientemente auto explicativa. Lo más grave es que se podía haber publicado en la actualidad con la misma vigencia y las mismas lecturas secundarias sin que perdiera un ápice de su enjundia. Bueno, había que haber cambiado alguno de sus textos, ya que a muchos de los que cuentan menos canas les sonaría raro eso del «Banco de Vizcaya», uno de los bancos desaparecidos en las fusiones, compras y adquisiciones bancarias que parecen de ahora y que ya se daban en los años ochenta del siglo pasado: el Banco de Vizcaya se integró en el Banco de Bilbao por esas fechas dando lugar al Banco Bilbao Vizcaya, BBV, que en la actualidad ya no existe como tal, habiendo derivado en el BBVA al añadirse la A de Argentaria, que fue comprada, absorbida, vendida, regalada o lo que sea en los albores de este siglo.

Somos muy desmemoriados y preferimos centrarnos en lo más cercano que nos parece lo más de lo más. Todo se convierte en un acontecimiento del siglo cuando en el siglo han ocurrido esos mismos hechos varias veces y sin duda volverán a ocurrir. La historia se repite machaconamente y ello es principalmente debido a nuestro desinterés por aprender de las cosas para evitar su repetición una y otra vez.

Haciendo un poco de memoria y desde una perspectiva personal, recuerdo varias crisis a lo largo de mi vida. La primera en 1973, aquella que se derivó de la subida brutal de los precios del petróleo y cuyos coletazos son los reflejados en la magistral viñeta que ilustra esta entrada. La siguiente tuvo lugar alrededor de 1983: fue corta pero intensa y recuerdo que se acabó con unas comparecencias del gobierno en la que se nos decía que los malos tiempos habían quedado atrás. Convencidos todos, nos dimos al gasto de lo poco que habíamos atesorado por lo que pudiera pasar, con lo que la economía se disparó y la cosa quedó olvidada de un plumazo. Una nueva versión de crisis nos visitó a mediados de los años 90 del siglo pasado y desde ahí hasta la actual, de la que estamos más que hartos y que está dejando tremendas cicatrices en un elevado número de personas, cicatrices que aunque sanen dejarán una huella que muchos no podrán olvidar en el resto de sus vidas. Y es que ahora, aunque nuestros «des-sesudos» y desmemoriados dirigentes nos digan que todo ha pasado, no les damos un ápice de credibilidad y queremos comprobarlo por nosotros mismos. Queremos tener un trabajo, aunque sea indigno, y posibilidades de desenvolvernos en la vida aunque sea malamente y con penurias. Pero hay muchos que no llegan a eso, especialmente los jóvenes, y lo peor es que, aunque oyen que la economía mejora, eso no se traduce en positivo para sus personales vidas.

Voy a resaltar en negrita la frase central de la viñeta: «… y los obreros que sobrevivan… estarán tan jodidos y acojonaos…que trabajarán sin chistar doce horas seguidas por un mendrugo de pan…». Más claro que el agua. No se podía permitir en el pensamiento del «rico» que el «pobre» viva más o menos bien no vaya a ser que un día coincidan en el mismo restaurante o el mismo hotel.

Y a todo esto hemos llegado por la poca vergüenza de unos pocos, muchos de ellos en puestos de poder y responsabilidad pero también por la dejadez de todos que hemos ido a lo nuestro sin preocuparnos de lo común, del bien general. Ahora, ellos se han fortificado en sus castillos, han cambiado las leyes a su antojo y si ha quedado algún resquicio en ellas basta con usar su poder para amedrentar al juez y como hemos visto en un par de casos en los últimos tiempos apartarle de la carrera judicial, como serio aviso a sus compañeros. Se llenan la boca con la palabra democracia a todas horas. Pero son ellos los primeros que la ignoran de forma continuada y sistemática. Un ejemplo: nos dicen por activa y por pasiva que nos dejemos de manifestaciones para protestar por aquello que no nos parece bien, que los mecanismos democráticos están establecidos en forma de elecciones donde cada cuatro años debemos expresar nuestro parecer. Se acercan elecciones generales y algunas encuestas dan un auge espectacular en la intención de voto a una nueva formación que podría hacer algo de mella a los clásicos e incluso desbancarles del poder después de más de treinta años. Lo democrático sería respetar las decisiones de las urnas, pero ya desde ahora se augura la hecatombe si se produjera este hecho. ¿En qué quedamos pues? Lo democrático es que vayamos a votar y les sigamos votando a ellos. Estamos apañados.

Enrico Berlinguer decía en 1977: «Pero sólo se puede poner en marcha una transformación revolucionaria en las condiciones actuales si se saben afrontar los problemas nuevos planteados en Occidente por el movimiento de liberación de los pueblos del Tercer Mundo, y esto, en nuestra opinión, tiene para Occidente y sobre todo para nuestro país dos implicaciones fundamentales: abrirse a una plena comprensión de las razones de desarrollo y de justicia de estos países y establecer con ellos una política de cooperación sobre bases de igualdad; abandonar la ilusión de que es posible perpetuar un tipo desarrollo, basado en la artificial expansión del consumo individual, que es fuente de derroche, de parasitismo, de privilegios, de dilapidación de los recursos y de desequilibrio financiero».

Para tener muy claras muchas cosas, recomiendo la lectura de un libro en el que estoy enfrascado en estos momentos: «Todo lo que era sólido» de Antonio Muñoz Molina. Muchas enseñanzas y constataciones estoy recibiendo de los vocablos contenidos en sus páginas. Solo mencionar una: el hecho de que un concejal que llegó elegido a un ayuntamiento en 1979 y que entre otras cosas escribía con numerosas faltas de ortografía llegara pocos años después a presidente de una entidad bancaria, a la que por cierto hundió en la miseria. ¿Pues no tenemos a dirigentes que se empeñan en prodigarse en el extranjero haciendo el ridículo sin saber hablar inglés? Patético y lamentable.