domingo, 21 de diciembre de 2014

DESAYUNOS



Uno de los grandes problemas de las empresas, tanto fabricantes como distribuidoras y vendedoras, es hacer llegar información a todos los públicos de forma que les permita conocer, y si es posible adquirir, sus productos. La dinámica de la publicidad ha progresado y se ha diversificado mucho con la irrupción de internet y la posibilidad de disponer de ella en nuestros teléfonos móviles. Con todo, es relativamente fácil que tengamos necesidad de algún archiperre y no estemos enterados de su existencia. No sé qué tiene que ver esto con los desayunos…

Durante la mitad de mi vida laboral he tenido la gran suerte de disfrutar de lo que antes se llamaba jornada continua. Fue uno de los grandes logros de los empleados de banca en las movilizaciones de comienzos de los años setenta del siglo pasado. La posibilidad de salir del trabajo a las 15:00, de lunes a sábados, abría ante mí un sinfín de posibilidades en el empleo del tiempo libre por las tardes que me permitieron realizar muchas actividades que hacían que la vida no solo fuera trabajar. Por otro lado, el alternar en la cabeza otras cosas tenía la consecuencia de que al volver al día siguiente al trabajo se tenían los pensamientos más claros y la actitud más fresca que si todo fuera solo trabajar y trabajar; aquello que mi buen amigo Luis decía de "curro-como-curro-duermo», vamos, solo trabajar, comer y dormir, lo que implicaba una vida plana en otras actividades y que es la tónica general de hoy en día. Las jornadas laborales actuales son de lunes a viernes con una hora para la tartera y los calzoncillos/bragas preparados por si hay que quedarse a dormir, estas historias del pasado reciente parecen ciencia ficción. Pero no nos engañemos, se trata de estar «estando» en el trabajo, porque otra cosa es estar «trabajando».

Tanto antaño como hogaño, lo que sí que parece que se mantiene es el tiempo del desayuno o el bocadillo, esos veinte minutos que podemos compartir con aquellos que siendo amigos a pesar de ser compañeros y que si seguimos la regla fundamental de no hablar de trabajo nos puede resultar de lo más agradable. Me vienen en estos momentos los desayunos del BHE, pilotados en la parte alimenticia por ese maestro de la restauración que era Rodri, y en la que seguíamos escrupulosamente la regla de no hablar en ningún momento de trabajo para alimentar nuestros espíritus con chascarrillos y sucedidos. Además había otra norma y era que no podíamos volver al trabajo sin haber contado un chiste, «manque» fuera repetido. Fruto de aquellos desayunos se creó una recopilación de ellos que realizó uno de los componentes, Carlomaño, y que debe estar guardada por algún sitio de mi disco duro. Ya se sabe que hay un abismo entre los chistes escritos y los chistes contados, pero la lista servía de evocador para rememorarlos. Me vienen a la memoria tiempos posteriores en los que en esto de los chistes contábamos con Javier O., que era capaz de contarte el mismo chiste siete veces seguidas, con pequeños toques y variaciones y te partías de risa desde el primer momento aunque ya supieras el final. Un maestro este Javier O. que sigue en activo aunque hace mucho tiempo que no coincido con él.

El asunto de los desayunos continúa y al menos en los que yo participo procuro mantener viva la regla de no hablar de trabajo. Y aunque no haya chistes, lo que si se cuentan son experiencias personales, historias que vengan o no a cuento, amén de otro asunto fundamental, que yo llamo peticiones del oyente, y que no es otra cosa que comentar las necesidades que tiene uno sobre diferentes aspectos en su mundo personal. En un desayuno de la semana pasada surgió, sin pedirlo, una solución a un problema que me rondaba la cabeza desde hacía mucho tiempo y que procrastinaba una y otra vez ante la envergadura del mismo.

Lo que puede verse en la imagen que acompaña esta entrada es uno de los laterales de la campana extractora de humos en mi cocina. Hubiera sido bueno tener la imagen del «antes» porque la que figura es la del «después». Se trata de ese lateral del mueble de cocina alto que se ve atacado día tras día por humos, vapores y calores que rebotan en él camino del extractor y de la calle a través de la chimenea. Estos como digo ataques continuados, verdaderos asedios en los momentos de cocinar, dejan su huella. Muchos sabrán de lo que hablo si su cocina cuenta ya con unos añitos y se ponen manos a los fogones: la madera de contrachapado y la melamina que la recubre se abomban y deterioran, dejando ver los interiores y presentando un aspecto desolador. La alternativa es… cambiar el mueble, dos muebles, uno a cada lado, y esperar unos años a que vuelva a ocurrir de nuevo. El problema en mi caso es que esos muebles ya no se fabrican, tienen sus añitos, por lo que la alternativa era desmontarlos y sustituir con mucho bricolaje las paredes laterales.

La solución estaba, como nos comentó nuestra compañera Carmen a los desayunantes, en comprar el producto adecuado en este caso en el Leroy Merlín. Dos chapas especialmente preparadas con sus cantos y sus adhesivos, rematadas en blanco o en metalizado, que dan una solución de lo más agradable al asunto y casi sin mancharse las manos. Bueno, advierto a los que quieran ponerse manos a la obra, que pueden ocurrir dos casos. El mío, en el que la campana está colgada del mueble superior y que por lo tanto no tiene enganches a los muebles laterales y el caso de Carmen, que lo pone un poco más difícil al estar la campana atornillada a los laterales, lo que nos pone en la diatriba de desmontar la campana para poner los protectores, o bien cortar estos a nuestra medida. En ambos casos, un trabajo mucho menor que el inicialmente pensado de cambiar todo el mueble o sustituir el lateral.

Suelo darme vueltas de vez en cuando por comercios de bricolaje para ver novedades que me son desconocidas y que pueden solucionar problemas actuales o futuros. Pero por mucho que hubiera pasado por delante de estos protectores, nunca los hubiera visto, pues tuve que requerir la ayuda de un dependiente para que me señalara cuales eran. Vienen perfectamente envueltos y protegidos y al que no los vaya buscando seguramente le pasan desapercibidos. Por catorce euros he solucionado un problema y me ha quedado la cocina de lo más aparente. Supongo que la chapa, con su reborde por abajo que cubre también el canto, aguantará más que la madera y en todo caso será más fácil de sustituir con el tiempo si sigue existiendo esta maravilla que al menos a mí me ha salvado la vida.


¿Tiene Vd. el problema o prevé que lo tenga en el futuro? ¿Conocía la existencia de estas piezas? Si no llega a ser por las conversaciones en un desayuno…