sábado, 22 de agosto de 2015

REVERSIÓN




Por mucho que intentemos con todo nuestro empeño vivir tranquilos y sin sobresaltos, la sinrazón que nos rodea por doquier se ocupa de asaltar nuestra paz y darnos motivos para tener que estar ojo avizor a todo lo que se menea. Esta reflexión y las que siguen vienen a cuento de una propaganda recibida por correo en esta semana y que a priori parece inofensiva, una de tantas que recibimos. Pero antes hagamos un poco de historia.

Los más entrados en años recordarán el advenimiento en España del dinero de plástico allá a finales de los años setenta del siglo pasado. Yo lo recuerdo perfectamente dado que por aquellas fechas me ganaba el pan laborando en el denominado “Equipo electrónico” de la extinta Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid. Ahora se llamaría centro de cálculo, informática, C.P.D., o cualquier otra denominación similar. Tras un intenso trabajo con un tema novedoso y para el que estábamos en contacto con americanos e italianos, la «Caja», sin consultar a sus clientes, generó y envió cerca de dos millones de tarjetas de plástico cuya primera finalidad era que los clientes comenzaran a operar en los cajeros automáticos que empezaban a instalarse en las oficinas. Los dos primeros cajeros, con los que hicimos las pruebas para poner en marcha el sistema, estaban ubicados en Madrid, uno en la mismísima Puerta del Sol y otro en la cercana calle de Barquillo, bueno, lo de cercana hablando en términos de distancias en Madrid, pues no sería tan cercana en pueblos o ciudades más pequeñas.

Con el paso del tiempo, el llamado dinero de plástico se generalizó y pudimos utilizarlo en tiendas y comercios, si bien en aquellos momentos, si mi memoria no me traiciona, realizando operaciones de crédito, esto es, los importes se iban acumulando y a principios del mes siguiente nos venía la sorpresa de golpe. Con el incremento de las operaciones, resultaba muy difícil llevar la cuenta de los dineros que nos íbamos gastando a lo largo del mes, con lo que surgió la figura de las operaciones de débito, esto es, que los gastos eran debitados al instante en nuestra cuenta, con lo que en todo momento teníamos control de lo que nos quedaba para el resto del mes. Yo no tuve ninguna duda y desde el primer momento en que fue posible puse mis tarjetas en la modalidad de débito, con lo que o tenía dinero o no había operación. Lo aprendí de mi abuela: si lo tengo lo gasto y si no, me aguanto y ahorro.

De esto debe de hacer una treintena de años que han sido de relativa tranquilidad en estos asuntos pero que pueden acabarse a poco que no prestemos atención a la propaganda que recibimos. ¿Propaganda? Eso es al menos lo que parece, una información más de las muchas que caen en nuestro buzón, pero que conviene leer, y además muy atentamente, para no verse inmerso en una vuelta al pasado que puede traer consecuencias, especialmente para personas no tan jóvenes que no controlan estos cambios que se nos imponen a traición y con agostía.

Los sesudos pensantes de esta entidad bancaria han decidido, por nosotros y sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, que se ha terminado el asunto de las operaciones de débito y que nuestras tarjetas tienen que ser de crédito. Al menos eso pone en la propaganda y si no leemos atentamente así les ocurrirá a gran parte de sus clientes dentro de pocos días, concretamente el uno de septiembre. ¿Cabe en la cabeza mayor despropósito?

Lo lógico sería que me ofertaran algo, insisto, me ofertaran, y tras estudiarlo y valorarlo por mi parte, tuviera que hacer yo alguna acción para obtenerlo. Pero no, aplican la oración por pasiva, que hace años se implantó entre las empresas, que es que LO VAN A HACER y si quiero que no lo hagan, soy yo el que tengo que mover ficha y emplear mi tiempo en preocuparme de hacerles llegar mi disconformidad para evitarlo. Y todo ello si me entero, porque ya sabemos lo que solemos hacer con aquellas cosas que parecen propaganda, que sin leerlas las arrojamos directamente al cubo de la basura o del papel para los que lo llevamos a reciclar. La frase del final del folleto no tiene desperdicio: «Aprovecha todas tus ventajas de la tarjeta... No obstante, si no estás interesado en las nuevas condiciones, llama ahora al 900 20...».

Menos mal que tengo que reconocer que la atención telefónica, en un número 900 gratuito, fue rápida y casi casi inmediata. Pero no quiero ni pensar en lo que puede pasar si los cientos de miles de clientes se lían a llamar en estos escasos diez días que quedan de agosto, que por otra parte es lo que se merecían. Me atrevo a aventurar lo que va ocurrir: entre vacaciones, ausencias, no prestar la debida atención a la información y cuestiones similares, una gran parte de los clientes no se enterarán de la medida y la sufrirán en sus carnes si miran sus cuentas y empiezan a ver que sus compras no son cargadas a diario. Entonces si es posible que empiecen las llamadas, como siempre, a tiro pasado.

Me gustaría poder preguntar a la cara al sesudo directivo que ha tomado esta decisión, y a su equipo, y a los que están por encima y por debajo, a ver qué es lo que se pretende con esta medida, que están en su derecho de tomar, pues no olvidemos que en la práctica las empresas pueden hacer lo que les dé la gana con sus clientes, que podrán tomar la decisión de seguir bajo sus designios o mandarlas al guano y hacerse clientes de otra que funcione menos mal, porque que funcione mejor empiezo a pensar que es imposible. Y lo malo es que no las tengo todas conmigo, porque no tengo ningún justificante físico de mi desacuerdo manifestado telefónicamente salvo la información verbal del operador que me atendió por teléfono y que me dijo que quedaba registrada mi petición. Trataré de ver vía internet si en algún sitio aparece como registrada mi negativa rotunda a este cambio.

Así que ya sabe, toca aplicarse aquel dicho popular de «al papel y a la mujer hasta el culo le has de ver» porque «hoy es un buen día, seguro que viene alguien y lo jo…» y aunque nos parezca que es propaganda lo que cae en nuestro buzón, nos vemos obligados a leerla con cierto detenimiento si no queremos tener sorpresas desagradables. Y lo siento, pero para acabar me viene a la mente el caso reciente de un alto directivo de esa empresa que ha dejado de laborar y se ha retirado con un emolumento de CINCO MIL euros DIARIOS hasta que se muera. Por lo menos podían hacer las cosas medianamente bien y dejarnos en paz. Lo particularmente raro es el conformismo que tenemos, que aguantamos con todo.