sábado, 28 de noviembre de 2015

COOPERACIÓN




Aunque los números marean y no hay un consenso unánime, podemos establecer que hace unos seis millones de años ciertos primates empezaron a evolucionar muy lentamente hasta convertirse en lo que hoy somos: homo sapiens. En alguna entrada anterior cercana nos hemos referido al descubrimiento de Lucy en 1974 por Donald Johanson, una «australopithecus afarensis» de 3,2 millones de años de antigüedad y que uno de los ancestros de los «homos». Los años pasaban lentamente y se necesitaban cientos de miles de ellos para hacer perceptibles los cambios evolutivos. Hay que recordar que en aquella época, como ocurre hoy en día con las especies animales, el concepto de territorio propio estaba muy marcado pues se vivía en pequeños grupos o manadas que cooperaban entre sí para procurarse el alimento y que rechazaban de forma violenta la invasión de su espacio por otros grupos.

Por decirlo de una forma básica, el que no trabajaba no comía. La cooperación entre los integrantes del grupo estaba centrada en la supervivencia. Con estos planteamientos, la evolución y los cambios eran tremendamente lentos. Pero al decir de los entendidos en la materia, en el alto paleolítico, en tan «sólo» quince mil años se produjeron más cambios que en los tres millones de años anteriores. Una de las claves pudiera estar en el paso del nomadismo derivado de nuestra condición de cazadores-recolectores al sedentarismo de habernos convertido en agricultores. La siembra y cosecha de grandes extensiones de terreno daba para alimentar a más individuos, con lo que los grupos pudieron crecer y crecer al tener el sustento asegurado, incluso algunos más listos tomaron conciencia de podían beneficiarse del trabajo de los demás y comer sin trabajar.

El crecimiento de los grupos sentó las bases de la cooperación. Las ideas de unos y otros se iban intercambiando y sobre estos fundamentos se establecían nuevas herramientas y nuevas formas de hacer las cosas que incrementaban la calidad de vida. Si nos vamos al futuro, de la mano de la ciencia ficción, una estupenda novela de Robert L. Forward titulada «Huevo de dragón» ilustra esta idea. Una nave espacial terrestre está orbitando un planeta lejano para estudiar las formas de vida existentes en él. La nave se estropea y no puede regresar a la Tierra, quedando condenada a estar dando vueltas y vueltas alrededor del planeta con la consiguiente muerte de sus ocupantes. Pero el concepto de tiempo en el planeta es diferente al humano, y en pocas horas humanas tienen lugar varias generaciones de «cheelas», nombre de los habitantes de ese planeta. La acción de toda la novela transcurre en una semana; los humanos consiguen comunicarse con los «cheelas», al tercer día les retransmiten electrónicamente todo el conocimiento de la Tierra, los «cheelas» elaboran y reelaboran ese conocimiento a través de varias de sus generaciones y como consecuencia de ese progreso al quinto día están en condiciones de reparar la nave espacial terrícola que puede regresar a la Tierra. ¿Cuál es el trasfondo de esta historia? Cooperación.

No hace falta llegar a la ciencia ficción para constatar esto. Hoy en día, con el desarrollo de internet, podemos recabar y recibir ayuda para casi cualquier cuestión con sólo navegar por la red. Multitud de foros o páginas web pueden salir en nuestra ayuda con conocimientos de lo más diverso o incluso si no encontramos lo que buscamos podemos dejar nuestra pregunta y muy posiblemente será contestada. Pondré unos ejemplos personales muy rápidos para ilustrar esta idea. Hace un tiempo se me fundió la bombilla de cruce de mi coche. Depende de los modelos, pero en el mío hay que hacer un master, de forma que no hay otro remedio que llevarlo al taller. Como me resistía a ello, en un foro de coches estaba la descripción detallada, con fotografías, paso a paso, de cómo hacerlo. Ahí estaba el master, cambiar la lámpara fue un juego de niños. Cooperación de nuevo.

Otro caso que me sucedió a primeros de este año es más ilustrativo. Necesitaba un programa para acceder a una nube informática y me faltaban conocimientos de las herramientas disponibles. Tras unas búsquedas por la red, me decidí por un lenguaje de programación denominado «python» que no conocía pero además hacía falta también dominar unas estructuras llamadas API's que posibilitan el acceso a la nube desde el lenguaje de programación. Para no extenderme, tomé un desarrollo realizado desde un foro que no conseguía hacer funcionar, pero el propio programador, un ciudadano ruso anónimo y desconocido para mí, estuvo ayudándome de forma desinteresada a través del correo electrónico durante dos semanas hasta que sacamos la aplicación adelante. Nuevamente cooperación entre dos personas que no se conocen de nada y a cambio de nada, solo agradecimiento.

Los casos de este tipo son innumerables hoy en día y una buena prueba la tenemos en los miles de aplicaciones gratuitas desarrolladas por personajes anónimos que ponen al servicio de la comunidad sus conocimientos y su trabajo, lo que hace que el progreso sea meteórico y casi estemos hablando de días para ver como las cosas avanzan a paso agigantado. Otro día desarrollaré esto, pero hace cincuenta años un ordenador de capacidad limitada ocupaba una habitación entera y ahora lo llevamos, mucho más potente que aquellos, en nuestro teléfono en la palma de la mano.

Pero en el asunto este de la cooperación no solo se trata de tecnología. También hay un componente humano y en eso las tradiciones son importantes. Vean el ejemplo entrañable que les propongo mediante la visualización de un vídeo de poco más de quince minutos en la plataforma Youtube en este enlace y al que pertenece la imagen que ilustra esta entrada. Está en inglés pero las entrevistas a los participantes las entenderemos muy bien los hispanohablantes. Las imágenes son elocuentes: en una zona de Perú, las poblaciones de ambos lados de un río se reúnen durante tres días para reconstruir completamente el puente que las une. Tejiendo hierbas de la zona mientras sus hijos juegan, las mujeres construyen sogas que son manejadas por sus maridos hasta convertirlas en un precioso puente. No dejen de ver y disfrutar de esta tradición ancestral deliciosa que pasa de padres a hijos y que lleva teniendo lugar desde hace cientos de años. Un ejemplo actual de cooperación entre las personas, sin tecnología, en una fiesta con resultados prácticos.