domingo, 28 de febrero de 2016

DESAFÍOS





Llevamos ya inmersos quince años en siglo XXI que al menos a mí se me han pasado volando. Dada mi profesión de informático, una de ellas, recuerdo como prácticamente hace nada estábamos todos expectantes ante el cambio de milenio por aquello que se denominó «efecto 2000» y que afectó en gran manera a los programas informáticos que manejaban las fechas con los años en dos posiciones y por lo tanto era un problema pasar del «99» al «00», lo que derivó en no pocos quebraderos de cabeza e inversiones millonarias para actualizar los programas de muchas empresas y pasar el año de dos posiciones a cuatro. Hay que decir que cuando pasemos del año 9.999 al 10.000 volverá a ocurrir lo mismo, pero no creo que ninguno de nosotros lo veamos, aunque la Tierra seguirá dando vueltas como lleva haciendo desde hace 4.500 millones de años.

Esta semana ha tenido lugar la primera clase de un curso titulado «Claves y desafíos del siglo XXI», dirigido por el eminente profesor Antonio Rodríguez de las Heras y al que por el momento puedo asistir. Fueron tres horas deliciosas escuchando el verbo ilustrado de este contrastado profesor, que nos despertó los sentidos acerca de unas cuantas claves para enfocar lo que a cada uno le quede de vida en este siglo, pues no veremos ninguno de los que estábamos presentes el cambio del siguiente.

Como indicación de por dónde van los tiros, un párrafo extraído de la presentación  

El curso va a tratar de las principales cuestiones que en esta primera década y media ha habido ya tiempo para que se revelen como claves en este siglo XXI. Son de una magnitud y profundidad excepcionales. Riesgo, incertidumbre y urgencia son las características de estos problemas (geopolíticos, ecológicos, tecnológicos, culturales y sociales) a los que se tiene que enfrentar el mundo de hoy. Y a la vez ocasión para construir un mundo que desarrolle el fascinante potencial evolutivo que contiene.

Sería tedioso transcribir aquí las trece páginas de notas manuscritas que tomé sobre asuntos interesantes, o que al menos a mí me lo parecían, derivados de la comunicación del profesor. Pero desgranaré algunos, aunque solo sea a vuelapluma. Quedan todavía catorce clases más donde a buen seguro disfrutaremos y nos asustaremos ante los planteamientos de este hombre de larga trayectoria académica y comunicativa. Hay multitud de artículos y entrevistas suyos disponibles en la red, pero por mencionar alguno sugeriría ver una entrevista de 2013 en la 2 de TVE bajo el programa «La aventura del saber» a la que puede llegarse haciendo clic en este enlace.

Aunque vivimos siempre en el presente, el pasado es nuestra memoria que nos permite establecer unas bases para un futuro como proyecto. El presente es efímero y contradictorio, se nos escapa entre los dedos, pero vamos construyendo un pasado como patrimonio de garantía para un futuro como deseo en el que imaginamos escenarios a los que nos gustaría viajar y otros que nos gustaría evitar.

Los conceptos de niñez, adolescencia, juventud, adultez y vejez han sufrido cambios drásticos en los últimos años. Muchos de los asistentes a la clase, un curso para mayores en la universidad Carlos III, hemos conocido en propias carnes los ejemplos servidos por el profesor. Por ejemplo, en mi caso, yo pasé de la niñez directamente a la adultez, pues en el verano de mis diez años ya tuve compromisos laborales, que se fijaron a los trece a diario de forma simultánea con los estudios hasta la actualidad. ¿Adolescencia? ¿Juventud? ¿Qué fue eso en mi caso? Al menos entendidas como las entendemos hoy, un tiempo en el que la juventud se alarga años y años y es frecuente ver a personas siendo «jóvenes» hasta alcanzar los treinta entre sus estudios y su búsqueda de trabajo.

Hablando de la niñez, ahora incluso antes de nacer obtenemos ecografías en 3D que nos permiten anticipar como será nuestro hijo y si será niño o niña e incluso y en el caso de posibles deformaciones decidir sobre su venida a este mundo. ¿Qué había de esto hace tan solo cincuenta años? Por no referirnos a que antaño buscábamos el pasar a adulto cuanto antes y hogaño, a los cincuenta, buscamos sentirnos jóvenes y que los demás nos digan aquello de «qué joven te veo», para lo que nos cuidamos físicamente y vestimos con ropas juveniles. A mediados del siglo pasado, una persona de cincuenta años era un señor mayor, muy mayor.

No somos conscientes de avances estratosféricos con los que convivimos a diario y que los ya entrados en algunos años hemos visto aparecer. Por citar algunos, la higiene con el agua corriente en las casas, fibras sintéticas en la ropa, la alimentación con la tecnología del frío y la conservación, la nanotecnología que permite introducir robots dentro de nuestro cuerpo para curar enfermedades, la química y los medicamentos, las comunicaciones, las enormes posibilidades en internet, los viajes en avión cuando hace cien años íbamos en carreta…

Todo se desarrolla de forma explosiva, con cierto descontrol, lo que provoca desajustes que es necesario ir corrigiendo, lo que no siempre es fácil. Los diseños del estado del bienestar de los años ochenta del siglo pasado no tuvieron en cuenta las realidades actuales, ergo están desfasados, no sirven y hay que reajustarlos. Pero… ¿con que criterios? Y esto no es bueno ni es malo, simplemente es así. El problema es que ni nosotros ni la sociedad estamos preparados para estos cambios tan vertiginosos.

Hace quinientos años se inventó la imprenta, con lo que los libros podían ser producidos en serie, aunque pasaron muchos años en los que su coste los dejaba reservados para los poderosos. Con el libro de bolsillo de hace unas décadas, cualquiera prácticamente podía comprar y leer libros y hacerse con una pequeña biblioteca. Hoy en día se ha añadido a esta historia el libro digital, que hace posible, como ya dijera el escritor Jorge Volpi, que «La posibilidad de que cualquier persona pueda leer cualquier libro en cualquier momento resulta tan vertiginosa que aún no aquilatamos su verdadero significado cultural». No se pierdan su interesante artículo titulado «Réquiem por el papel» accesible desde este enlace.

Las desigualdades heredadas del pasado siguen y seguirán estando ahí. Se minimizarán algunas y se crearan nuevas. Es la historia. Los cambios se acumulan y sobreponen en una aceleración brutal. El homo sapiens tardó cerca de 190.000 años en entrar en lo que llamamos la Edad de la Piedra, 6.000 mil más en sentar las bases de la escritura, 5.500 más en alcanzar la Edad Moderna, 500 más en llegar al siglo XXI y en estos 15 últimos años transcurridos de este siglo los cambios son vertiginosos. No se trata de enumerarlos todos, pero pensemos en los móviles, internet, ordenadores y en general la tecnología que ha cambiado nuestra forma de estar y ver el mundo. Un ejemplo es que lo que yo estoy escribiendo en este momento, una vez lo suba a la red, en el mismo instante, lo puede estar leyendo cualquier persona en cualquier lugar de la Tierra. Esto es simplemente alucinante y era ciencia ficción hace muy pocos años. Y al igual que estamos hablando de escritos, podemos hablar de imágenes, vídeos, música…

¿Cuánto tardó en llegar a oídos de Isabel la Católica, que estaba en Segovia, la noticia de la muerte de su hermano el rey Enrique IV que falleció en Madrid un once de diciembre de 1.474?
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