domingo, 9 de octubre de 2016

IGNOMINIA




Hace justamente dos años escribía en este blog la entrada «CHORIZOS» con mis opiniones sobre el asunto conocido por «Tarjetas black» que sigue en plena actualidad con el inicio esta semana del juicio multitudinario a varias decenas de aspirantes a próceres que no tenían bastante con su abultado sueldo y obtenían menudencias extraordinarias con este sistema. Desde tiempos inmemoriales, la medicina ha tenido que buscar nuevos términos para describir enfermedades al ser los suyos secuestrados por el vulgo para utilizarlos como insultos. Así, locura o esquizofrenia son términos que en sus inicios fueron puramente médicos pero que se han convertido en insultos cuando se dirigen a gente sana. Sería este un tema interesante para desarrollar pero lo traigo a colación porque lo que verdaderamente ha producido en mí esta noticia aparecida en el diario El Mundo el pasado miércoles 5 de octubre de 2016 es una indignación supina. Pero hay que tener mucho cuidado porque el término indignado tiene en nuestro país España, y también en alguno vecino, connotaciones adicionales, no reflejadas en el diccionario, desde las manifestaciones del 15-M.

La noticia reza, como puede verse en la imagen adjunta, «Acusados del PP, PSOE e IU atribuyen a un gestor fallecido el origen de las tarjetas "black"». Con demasiada frecuencia, sospechosa e insultantemente, la responsabilidad de un accidente aéreo, ferroviario o de autobús recae respectivamente en el piloto, el maquinista o el conductor especialmente cuando se da la circunstancia de que hayan fallecido. Lo de «echarle la culpa al muerto» se utiliza profusamente y en algunos casos me da en la nariz que habría más responsabilidades que investigar y depurar. Claro, como los muertos no hablan ni pueden defenderse, asunto cerrado.

Como digo, la bilirrubina se me ha puesto por las nubes cuando he leído el nombre del fallecido al que atribuyen el comienzo del entramado de las tarjetas: Ángel Montero. Como dicen ahora los políticos aunque luego no lo hacen, yo pongo la mano en el fuego por Ángel Montero porque me parece imposible que participara en hechos como estos. A b s o l u t a m e n t e  imposible como dicen ahora.

A finales de los setenta del siglo pasado, el señor Montero era uno de los cinco subdirectores que había en la fenecida Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid, esa empresa que fundara el Padre Piquer en 1702 y que se han cargado directivos como estos que nos ocupan. Yo trabajaba allí como un incipiente técnico informático que fue adscrito a una comisión de negociación salarial para sacarnos de las asimilaciones administrativas y crear una escala técnica específica para nosotros. Ante una de nuestras propuestas, don Ángel nos contestó, y valoró fehacientemente con datos y hechos, que nuestros planteamientos eran inasumibles porque colapsarían en 2015 y serían imposibles de mantener por la Entidad. ¡Una persona, un directivo, pensando en sucesos a más de treinta años vista!, cuando ahora se planta un jardín y la única preocupación es que llegue en estado de revista a la foto de inauguración aunque se agoste al día siguiente. Ángel Montero era muy aficionado a los temas informáticos y yo recuerdo muchas conversaciones amistosas sobre el particular e incluso liarme para desarrollar ciertas aplicaciones informáticas para su departamento previo «convencimiento» de mis jefes para que me autorizaran a realizarlas ya que se trataban claramente de cometidos fuera de mis funciones.

Yo dejé la Caja a principios de los noventa para buscar nuevos rumbos y pasé personalmente a despedirme de él. Se echó las manos a la cabeza ante mi marcha y trató por todos los medios de convencerme para que no me marchara, cosa que no consiguió y le rogué que no intentara porque mi marcha era un hecho consumado. Desde la nueva empresa en la recalé, continué mi participación en unas reuniones técnicas mensuales inter empresas en las que participaban empleados de grandes centros informáticos de empresas de alto nivel. A finales de los noventa tuvo lugar una reunión de estas en León. Lo normal era que, tras la reunión que duraba toda la mañana, fuéramos a comer todos juntos de forma que podíamos seguir tratando temas y hablando de lo divino y de lo humano. En León nos llevaban a un restaurante que era de tipo escuela de hostelería donde nos habían atendido muy bien en años anteriores. Cuando íbamos a salir para el restaurante una vez finalizada la reunión, el anfitrión de CajaEspaña, Paco, me dijo que yo no iba a comer con ellos y que le acompañase. Tras quedarme estupefacto me condujo al despacho del director general de CajaEspaña en aquellas fechas, que no era otro que Ángel Montero, que se había enterado de que yo asistiría a la reunión y modificó según me dijo su agenda para recibirme y comer conmigo.

Al verme y ante mi sorpresa, pues yo no sabía que él estaba allí, me dió un abrazo efusivo y estuvimos hablando y recordando tiempos pasados y formas y maneras de actuar. Me contó cómo se había tenido que marchar de lo que ya era CajaMadrid antes de que lo echaran, pues los nuevos tiempos y los nuevos dirigentes no eran «trigo limpio» en sus propias palabras y él no hubiera podido mantener sus principios ante los desaguisados que un día sí y otro también se empezaban a propiciar. Su valía personal y profesional le llevó a la dirección de CajaEspaña.

Si participó o no en el inicio de las tarjetas es un hecho que desconozco pero sí que estoy seguro de que en caso de ser cierto, ni los modos ni los funcionamientos de las tarjetas hubieran sido consentidas por don Ángel Montero, un señor íntegro y cabal, un caballero, un profesional como la copa de un pino al que esta banda de «indesharrapados», alguno de los cuales ha llegado a llorar en el juicio en su declaración ante el fiscal, se permite mancillar y vilipendiar con tal de salvar sus distinguidos culos. No tienen ni la más mínima vergüenza ni respeto, y estos personajes y adláteres son el prototipo de lo que tenemos rigiendo los destinos de España.

Apañados estamos en manos de tanto sinvergüenza que, no tengo ninguna duda, escaparán a la mano de la justicia y el resto de sus vidas se mofarán de todos nosotros gastando en un desayuno con caviar y champán lo un obrero no alcanzará a ganar trabajando todo un año.