domingo, 13 de noviembre de 2016

SALUD




Desde el preciso instante en que nos asomamos a este mundo no hay mayor responsable directo de nuestra salud que nosotros mismos. En alguna ocasión he dicho que no hay mejor médico personal que la propia persona que no en vano está todo el día presente en las diferentes acciones que llevamos a cabo. Todo requiere una especialización pero la observación directa de las actividades que realizamos a lo largo del día nos compete a nosotros y a poco que nos esforcemos podremos tomar parte activa en condicionar nuestra salud. Ya hace tiempo que se abandonó aquello que la salud es la ausencia de enfermedad para ir mucho más allá. Todos conoceremos personas que no tienen enfermedad alguna diagnosticada pero no por ello gozan de lo que pudiéramos considerar como una buena salud.

Un viejo profesor mío de psicología, dicho lo de viejo con todo el cariño porque ya se ha jubilado, mantenía que era muy difícil asumir conductas de salud cuando no estamos enfermos, mientras que por el contrario tras una enfermedad y mucho más si es especialmente grave, se asumen con toda celeridad. El médico nos puede estar aconsejando que no fumemos, que perdamos peso, que hagamos ejercicio, que cuidemos nuestra alimentación y un sinfín de «cosillas» que hacemos mal con frecuencia pero seguramente atenderemos poco o nada estos consejos. Eso sí, si nos arrea un infarto de miocardio o un ictus y salimos de ello, la observación pulcra de todas estas indicaciones y alguna más será una constante en nuestra vida. Esto por regla general, porque siempre hay excepciones que no hacen caso a los avisos y siguen con su rutina como si nada hubiera pasado.

La profesión médica tiene sus problemas como todas. No hay soluciones técnicas, eminentemente técnicas, a problemas políticos y mucho de esto hay en el mundillo de los hospitales y de los médicos, continuamente acosados por las multinacionales farmacéuticas para que, sin dejar de observar su juramento a Hipócrates, receten tal o cual medicamento en lugar de otro. En este blog he comentado varios pensamientos míos acerca de uno de los males actuales con que más nos bombardean, el colesterol y que pueden verse en este enlace y en este otro.

Una de las enfermedades actuales que más asustan hoy en día son los problemas cardiovasculares, que son la principal causa de muerte en el mundo. Todos conocemos a alguien que los ha sufrido sin que aparentemente estuviera predispuesto a ello. Con ello tenemos la sensación de que cualquier día nos puede ocurrir a nosotros mismos incluso aunque sobre el papel nuestras probabilidades sean bajas.

Nuestro comportamiento en nuestras actividades diarias es vital para incidir en mejorar aspectos básicos de nuestra salud. Ya comentaba en las entradas referidas mi negativa absoluta a tomar ningún tipo de Estatina para bajar mis niveles de colesterol que de toda la vida he tenido altos. En la época en que me dejé convencer por mi médico y los estuve tomando conseguí arreglarme el colesterol –según los índices generales médicos—pero me estropeé todo los demás: sueño, vista, azúcar en sangre con peligro de diabetes, ácido úrico, bilirrubina, triglicéridos, amén de un disparo al alza descomunal en la enzima llamada CK-Creatikinasa que es sinónimo de destrucción muscular y que me tenía todo el día apocado sin ganas de levantarme del sofá. Váyanse al guano las Estatinas y su complementarias Ezetimibas y arriba el colesterol como mi cuerpo decida y por lo menos el resto de mi analítica quedaba en parámetros.

Pero todo esto no quita para que de forma complementaria modificara mis hábitos alimenticios. No hablo de sedentarismo porque es un deporte que no practico a pesar de mis maltrechas rodillas, poniéndome en marcha en cuanto puedo para dar caminatas por el campo o pequeñas carreras suaves. Tampoco puedo hablar de retirarme de la bebida o de fumar porque son actividades que tampoco practico así como de otro tipo de cuestiones peligrosas como la hipertensión arterial que de momento, toquemos madera, no me afecta como puedo comprobar cuando acudo cada cuatro meses a donar sangre. De las que andan flotando por ahí me quedaba la obesidad como uno de los riesgos que se comentan para el asunto de las enfermedades cardiovasculares y con ella ando lidiando, bajando y subiendo kilos con todo el esfuerzo del mundo, pues los que somos de coger peso así que respiremos un fin de semana, el «Michelín» se pone a cien. Cámbiese lo de respirar por engullir más de la cuenta en cualquiera de las muchas actividades sociales en las que participamos, donde todo se realiza o finaliza alrededor de una mesa. Tradición cultural.

Lo ideal sería incorporar conductas de salud desde que somos niños, pero siempre es difícil aunque nunca es tarde para empezar. Los beneficios serán acordes a nuestro estado, a nuestra constancia y a la intensidad con que nos apliquemos a la tarea antes de que ocurran las desgracias. Pero no nos engañemos, además de empezar nuevas conductas lo importante es mantenerlas en el tiempo. Ya lo manifiesta así el eminente cardiólogo español Valentín Fuster, «los datos confirman que aunque la formación y educación en hábitos saludables son importantes y tienen un impacto sobre la salud, si no se mantienen con el tiempo, pierden su eficacia».

No pretendamos empezar a cepillarnos a diario los dientes cuando ya los hemos perdido o a realizar ejercicios de flexibilidad en nuestras piernas cuando estemos en una silla de ruedas. También sería interesante influenciar en la medida de lo posible en nuestro entorno para que la observancia de conductas de salud sea generalizada, aunque los condicionamientos sociales y los usos actuales hacen que sea difícil de lograrlo. Un ejemplo, vamos en coche hasta el aparcamiento más cercano al trabajo en lugar de dejarlo a una cierta distancia y caminar y luego por la tarde nos apuntamos a un gimnasio. Las actividades de la vida diaria aportan suficientes componentes para incorporar conductas apropiadas si queremos y sabemos utilizarlas.