domingo, 18 de diciembre de 2016

HORARIOS



En estos días han puesto (de nuevo) de moda el tema. Es un asunto recurrente que cada cierto tiempo sale a la palestra y en este caso es una buena excusa para lanzar una cortina de humo en la que todos los españolitos nos enrollamos y que permite dejar en segundo plano otros asuntos de más calado: mientras estamos en la empresa, en la familia, en el bar con los amigos y en otros tantos y tantos sitios hablando del tema, del que todos entendemos un montón, no hablamos de otras cosas como por ejemplo el asunto de las pensiones. Cada vez tengo más claro que manejar la (des)opinión pública es tarea sencilla, y cada vez más con la ayuda de las redes sociales y los medios que entran al trapo a nada que se les mencione una cuestión.

Se hace énfasis en que se trata de debatir acerca de los horarios laborales, pero a nadie se le escapa que estos horarios están estrechamente ligados a los «demás» horarios. Un escueto comentario a lo manifestado por la ministra en los medios diciendo que si salimos del trabajo a las seis de la tarde podemos hacer otras muchas cosas, entre ellas, conciliación familiar o deporte. Respecto de lo primero habrá que ver si queremos hacerla y de lo segundo parece que se olvida que si está hablando de un gimnasio o un polideportivo, los encontraremos cerrados si los empleados de estos establecimientos TAMBIÉN finalizan a las seis. ¿Estamos hablando de TODOS los horarios laborales o solo de los de grandes empresas e incluso de los de oficinas? ¿Nos hemos planteado entonces que los horarios de los empleados que salen antes, por ejemplo a las tres de la tarde, tienen que ser ampliados hasta las seis para que todos seamos igualitos?

Llevo más de cuarenta años, concretamente cuarenta y ocho, laborando en diferentes empresas y diferentes sectores y los horarios se han ajustado a las necesidades del negocio. Mi primer cometido tuvo lugar en una empresa de construcción, en una oficina, y el horario era de siete a diez de la tarde-noche y los sábados por la mañana, que no olvidemos que antiguamente se trabajaba los sábados. Esto era así porque los obreros acababan los tajos a esa hora y pasaban por la oficina a dar los partes que había que procesar a mano. No es cuestión de hablar de horarios alternativos porque el jefe, que era el que pagaba, lo quería así.

Con posterioridad accedí a un puesto administrativo en el sector de banca. En aquellos tiempos, en peleas enconadas con la «autoridad», que en aquellos años era mucha y apabullante pues estábamos en época de Franco, se consiguió el horario continuado para la banca, de ocho de la mañana a tres de la tarde, sábados incluidos. Vaya por delante mi opinión de que un horario de siete horas diarias, treinta y cinco a la semana aunque antes eran cuarenta y dos por los sábados, es el mejor horario posible. Pero claro, siempre y cuando nos dediquemos realmente a trabajar, no a dormitar o jugar al Candy Crash como hacen algunos próceres que se permiten sentar cátedra sobre el tema. Una persona que empieza duro a las ocho de la mañana, dedica veinte minutos escasos a desayunar y vuelve a la carga, cuando son las tres de la tarde está para el arrastre, para irse a su casa, cambiar de ambiente y recuperar fuerzas para el día siguiente entreteniéndose con la familia, el ocio, el deporte, el bricolaje o cualquiera de las muchas actividades placenteras que existen. Tengo que reconocer que durante muchos años el trabajo fue también una actividad placentera para mí en la que disfrutaba enormemente, con lo cual rendía mucho y se me pasaban las horas sin enterarme.

Pero es que hay un asunto que no distinguimos muy bien los españolitos, y es la diferencia en el trabajo entre «estar estando» y «estar trabajando». Muchas horas se pasan los trabajadores «estando» en el puesto de trabajo lo que no significa que estén «trabajando». Esto viene de los tiempos inmemoriales de tipo funcionarial, donde lo que contaba era la presencia física, el fichaje y el estar disponible por si el jefe te llamaba. Lo del trabajo por objetivos, lo de los horarios libres o flexibles, lo de trabajar desde casa y asuntos similares es un tema pendiente del que no se habla y que es el verdadero quid de la cuestión.

En una de mis épocas, de esas de la jornada de siete horas, se rendía a tope. A las ocho de la mañana, nada más comenzar el trabajo, una reunión operativa del departamento de no más de quince minutos sobre lo que íbamos a hacer en el día cada uno, de lo que íbamos a necesitar unos de otros, y todo el mundo a laborar de verdad hasta las tres. Muchas veces me he quedado por la tarde por mi propia iniciativa personal, por acabar algo que tenía entre manos o por simple reordenación personal de mis cometidos. Lo que sí que me ha costado mucho, y pocas veces lo he hecho, ha sido quedarme cuando me lo mandaban, en algunas ocasiones sin justificación y por negligencia de otros, que habían dedicado la mañana a «estar estando» y cuando faltaban quince minutos para marcharnos les entraban las prisas; más de un problema he tenido a lo largo de mi vida laboral por que se me cayera el lápiz a la hora si yo no consideraba que lo que se me pedía fuera de horario era ajustado a los contextos.

Pero aquello acabó. Una compra de empresas a principios de los noventa del siglo pasado terminó con la jornada continuada. Se entraba más tarde, una hora para comer, se salía a las cinco y media de la tarde y claro, ya no había ninguna prisa en la salida para irse a casa a comer y con ello se inventaron los alargamientos no retribuidos de jornada, el quedarse en la oficina por si acaso hasta que se hubiera marchado el jefe e incluso a la salida tomar con los compañeros una cervecita o más de una. Luego se llegaba a casa a las tantas procurando que los niños estuvieran acostados y quejándose a la mujer de lo mucho que habíamos trabajado y lo cansados que estábamos. En aquellos tiempos eso de la «conciliación familiar» todavía no se había inventado.

Desde que el mundo del comercio ha abogado por la liberalización y por tener las tiendas abiertas a todas horas, incluso los festivos, los horarios son un caos porque no olvidemos que muchas personas trabajan en el comercio, algunas por ejemplo solamente los fines de semana, que es cuando el resto de su familia y amigos tienen libre. Y hay muchos tipos de trabajo, especialmente en el mundo del ocio ¿puede un croupier de un casino, un empleado de un cine o un camarero de un restaurante acabar su jornada a las seis de la tarde? Es que a esa hora ni han empezado entre otras cosas porque sus negocios dependen de personas que hayan acabado su jornada y puedan acceder a esos servicios de ocio.

Las cosas se ajustan y desajustan con los años, los usos y las costumbres, si bien es verdad que ciertas condiciones afectan a este ajuste, como por ejemplo la decisión en su día de permitir la apertura de centros comerciales en domingos y festivos. La revolución que provocó esta medida trastocó todo lo existente en temas de horarios, no solo en el comercio, sino en un montón de empresas que no tenían nada que ver con el tema. Otro paso fue la generalización del horario continuado, no cerrando a mediodía, que se ha extendido como la espuma y que habría que analizar a ver si merece la pena.

Sigamos hablando de este tema mientras descuidamos otros realmente importantes y preocupantes…