domingo, 1 de enero de 2017

TÍTULOS



Aficionadillo como soy al mundo del libro, me ha dado por pensar en los mecanismos que utilizan los autores para decidir un título para los libros que escriben. A poco que uno piense en ello se da cuenta de que es una decisión difícil, pues en el título de alguna forma, además de en la imagen de portada, debe estar un «veneno» concentrado que sea capaz de capturar en un primer momento la atención de un posible futuro lector y además tener algo que ver con la historia. Me encantan los libros que vas leyendo sin encontrar una razón al título hasta que te topas con la frase o la situación adecuada que le dan todo el sentido. Salvo casos especiales que habrá, el título será una de las últimas cosas a decidir y estará en función de cómo avance la escritura del texto, de forma que el autor vaya confeccionando una lista con posibles. Claro está que en los casos de escritores famosos, la editorial tendrá mucho que decir en el remate final en función de variables que al autor ni se le habrán pasado por la imaginación. Un ejemplo: «el Paciente». Nótese que la «e» del artículo está escrita en minúscula y la «P» inicial de paciente lo está en mayúscula.

Pero vamos un poco más lejos en nuestra imaginación. Supongamos que yo sea un escritor aficionado que está escribiendo su libro en absoluta soledad y que va a auto publicarlo sin ninguna ayuda en alguna de las plataformas a su alcance. Asumo que el título tendré que cocinármelo solito. ¿Cómo se hace? Surgirán mil variables a considerar tales como de qué va la historia, alguna situación o diálogo clave en la misma, personajes principales o secundarios, sus profesiones, sus imaginaciones, situaciones, etc. etc. Luego habré de considerar el número de vocablos que conformarán el título porque si opto por uno único, como hago yo para los títulos de las entradas de este blog, tendré más dificultades en encontrar un término que exprese la idea, amén de que podré encontrarme con que ya existe otro u otros libros con ese título. ¿Podré utilizarlo yo también?

Esto último es el verdadero quid que me ha inspirado a escribir estas líneas. Antaño sería difícil para un autor conocer a ciencia cierta si un determinado título está ya «pillado», no solo en un idioma sino en todos los posibles. Hogaño es relativamente más fácil con la abundante información que nos aporta internet. Pero siempre puede ocurrir que dos autores estén a la vez trajinando en un libro y en su título, cada uno en su cocina y con su editorial, de forma que en el momento de salida se produzca el encontronazo. ¿Puede ser esto lo que ha ocurrido con «Cicatriz»? Juan Gómez Jurado publicó su «Cicatriz» en 2015 pero también en ese mismo año Sara Mesa publicaba el suyo. ¿Cómo ocurrió? Y si nos ponemos a indagar buscando más «cicatriz o cicatrices» podemos aburrirnos y dejar de investigar cuando la lista alcance dieciocho libros con este mismo título. Entrar en los portales de Amazon o Casa del Libro y buscar por cicatriz nos dará una idea de esto.

La verdadera incitación a escribir esta entrada me vino por lo siguiente: un autor al que conozco muy bien e incluso personalmente, Javier Ruescas, publicó en 2010 un libro titulado «Tempus fugit», idéntico título a otro aparecido este año 2016 de otro autor llamado Carlos Sisí. Pero ahí no se acaba todo porque si nos ponemos a buscar más libros con este título podemos encontrar sin mucho esfuerzo otros tres de autores tales como Ignacio Pajón, María Asunción Razquín o Jon Alexander publicados con mucha anterioridad incluso al de Javier Ruescas.

Una fórmula clásica que da mucho juego y que emplean autores conocidos como Carlos Ruiz Zafón o Antonio Cabanas es la de «El tal de tal»; «La sombra del viento» del primero o «El ladrón de tumbas» del segundo siguen esta pauta como la mayor parte de sus libros. Javier Ruescas también la empleó en los títulos de sus trilogías de «Cuentos de Bereth» y «Crónicas de Fortuna», aunque en otras dos, «Play» y «Electro» ha optado por un único vocablo como título. Podemos irnos a la parte opuesta y optar por títulos largos y sorprendentes como los que utiliza Jonas Jonasson en sus libros,  «El abuelo que saltó por la ventana y se largó», «El matón que soñaba con un lugar en el paraíso» o «La analfabeta que era un genio de los números», o los muy llamativos de la trilogía «Creadores del Pensamiento» de Consuelo Sanz de Bremond que originalmente se titulaban «Traficantes de mentiras o Cuando las moscas se equivocan», «Entrenadores de voluntades o Cuando por un borrego se juzga la manada» y «Eyaculadores de palabras o Cuando un perro no quiere pulgas». Tambien podemos utilizar juegos de palabras, refranes, refranes adaptados, nombres de personajes célebres en acciones imposibles y otras muchas posibilidades que podemos deducir de los miles y miles de títulos que están a nuestro alcance consultables en la red.

No recuerdo haber comprado un libro nunca solamente por la portada o la cubierta, aunque reconozco que esa primera atracción es importante para poder hojearlo un poco, leer su sinopsis, la biografía del autor y recomendaciones en blogs y revistas, aunque esto no es garantía de que un libro nos vaya a gustar porque como decía el gran Isaac Asimov «Además, si diez mil personas leen el mismo libro al mismo tiempo, no obstante cada una de ellas crea sus propias imágenes, sus propias voces, sus propios gestos, expresiones y emociones. No será un solo libro, sino diez mil libros».

He participado como coautor en un par de publicaciones en las que el asunto del título no nos trajo de cabeza a los autores porque se trataba de temas concretos: «Mobbing, volviendo a vivir» y «Tres mujeres vilipendiadas por la historia» aunque de las portadas de ambos me encargué yo personalmente y tuve que estrujarme hasta dar con alguna que me gustaba. Ahora tengo en mi disco duro una carpeta titulada «AAAA BBBB CCCC» llena de notas, personajes, situaciones, capítulos y estructuras que conformarían el que sería mi primer libro de narrativa escrito de forma individual. Hace dos años que duerme el sueño de los justos esperando cobrar vida y es posible que algún día empiece a tomar cuerpo; en ese momento habrá que ir pensando en cambiar las aes, bes y ces por un título conveniente y adecuado y que a ser posible no se repita con alguno conocido.