En un ya lejano febrero de 2011 escribía en este blog la
entrada «CINE» en la que contaba algunas experiencias y reflexiones personales
sobre este arte. Muy aficionado en el pasado a asistir a las salas de cine,
últimamente, por unas razones u otras, acudo poco, quizá sea por el
desplazamiento necesario en coche debido a la desaparición de las salas de cine
en los pueblos y la concentración en grandes espacios. Trato de acudir cuando
alguna película es de esas que «hay que ver en pantalla grande».
En un curso de mayores realizado hace algún tiempo en la
Universidad Carlos III de Madrid tuvimos una asignatura dedicada al cine. Tengo
por ahí los apuntes que incluyen una relación de las películas comentadas y
recomendadas por el profesor desde los inicios hasta el año 2000: empezaba la
lista por El regador regado (L'arroseur arrosé, año 1895, un minuto de
duración) de Louis Lumiére y finalizaba con Bailar en la oscuridad (Dancer
in the dark, año 2000, dos horas y
veinte minutos) de Lars von Trier. Una relación de cerca de ochenta películas
que reflejan la historia del cine en los siglos XIX y XX a juicio de este
profesor —Daniel A. Verdú Schumann— y que me sirvió para un acercamiento a este
mundo y a coleccionar las películas en un disco duro y (volver a) ver muchas de
ellas. Años más tarde, un estupendo monográfico en esa misma universidad impartido por tres profesores —Carlos
Manuel, Agustín Gamir y Víctor Aertesen—tuvo por título «La ciudad y el cine» y
resultó un espléndido recorrido por el tratamiento que las ciudades, reales o
ficticias, habían tenido a lo largo de la historia del cine.
En la imagen que acompaña a esta entrada podemos ver dos
personajes que catalogaría de importantes en la historia del cine. El de la
izquierda, en su representación en estatua de cera, es Louis Lumiére, el inventor de este llamado séptimo arte,
aunque habría mucho que discutir sobre el asunto y este no es lugar para ello;
detrás de grandes nombres hay siempre otros personajes que no salen a la luz y
que tuvieron una importancia capital.
El de la derecha quizá sea más desconocido para el público
en general. Su nombre es Juan Carlos Jiménez Ruiz y ha estado desde su niñez
enganchado al mundillo, pues su padre regentaba un cine de pueblo y él, desde
sus ocho años, colaboraba en tareas de venta de entradas, vigilancia de la sala
y manejo de los proyectores. Todo esto lo cuenta en un delicioso libro titulado
«Sentados en la butaca de un cine, o la
aventura de tener un cine» que para las personas que cuenten con un elevado
número de años desatará sin duda hermosos recuerdos de aquella época de los
sesenta y setenta en que ir al cine era casi la actividad principal y única de
los fines de semana en los pueblos. Llevo la lectura por la mitad del libro y
cada página rememora recuerdos del cine de mi pueblo, un edificio majestuoso, cerrado
y decrépito en la actualidad, que se está cayendo a pedazos y que unos por
otros dejaremos perder hasta verlo convertido en un centro comercial o bloques
de pisos.
No lo conocía hasta hace un par de meses, pero el Museo del Cine ubicado en la Sala de un antiguo cine, el París, en Villarejo de Salvanés,
Madrid, es de visita obligada. Acudir de forma personal solo es posible el primer domingo de cada mes, concertando la visita previamente; al coste de cinco
euros por persona, el recorrido de cerca de dos horas por la historia del cine con
los comentarios del propio Juan Carlos es una delicia. Aparatos de todas las épocas,
proyectores, afiches, carteles, fotografías de actores, uniformes de acomodadores…
todo lo relacionado con el mundo del cine en cantidades industriales que alegran
los sentidos y los recuerdos. Las anécdotas, que Juan Carlos cuenta con
cuentagotas para promocionar su libro «Anecdotario
del cine», hacen las delicias de los mayores evocando experiencias personales que sin duda todos hemos tenido en relación con este
mundo de los cines en aquellos años.
Juan Carlos Jiménez, toda una vida dedicada al cine,
pertenece a la Academia y recientemente ha sido distinguido en este año de 2019
por la Comunidad Autónoma de Madrid por su trayectoria cinematográfica. La
colección es magnífica, me atrevería a calificar que única en el mundo y muchas
de sus piezas viajan todavía a escenarios actuales para ambientar películas
cuando no a exposiciones en otras localidades. Cuando pase algún tiempo volveré
para disfrutar de nuevo de los comentarios de Juan Carlos y de la contemplación
de los magníficos objetos expuestos en su museo.