Los que ya peinen canas o clareen, debido a la edad,
recordarán el documento que ilustra esta entrada denominado «Cédula de
Identificación Fiscal para automóviles de turismo». Yo le recuerdo de mi
infancia y adolescencia al estar visible en los parabrisas de los coches. No
era una pegatina y había diferentes soportes para mostrarlo, unos con ventosa y
otros para colgar del espejo retrovisor. El caso es que, no lo recuerdo, debía
ser obligatorio enseñar a todo el mundo el nombre y domicilio del propietario.
Aparcados en el barrio y estorbando nuestros partidos callejeros de fútbol
recuerdo dos vehículos, el del peluquero y el del fontanero, que lo llevaban
bien a la vista.
Adquirí mi primer vehículo en 1973 y en esa fecha al menos
no existía la obligación de llevarlo expuesto en el parabrisas, con lo que no
era posible conocer dato alguno del propietario. Con ello, los cristales y la
chapa de los vehículos podían ir limpios como la patena, aunque, al no estar
prohibido, algunos ponían pegatinas de su pueblo, de su equipo favorito o de
los campings que habían visitado por España o Europa.
La única identificación que inexcusablemente llevaba el
vehículo era la matrícula, en la que se indicaban en una o dos letras la
provincia de matriculación. En aquellos años, esto podía causar no pocos
problemas. Recuerdo hacia 1978 un viaje que hice a visitar a unos primos de mi
mujer que residían temporalmente en el País Vasco por estar él laborando en la
central nuclear de Lemoniz, por aquellos años en construcción. En el pueblo de
la costa donde residían me procuraron una cochera para dejar mi coche, con
matrícula «M», bien guardadito durante la semana que íbamos a estar con ellos.
Pero otro primo se enteró de que iba a andar por allí y me comisionó para ir a
recoger un título universitario a la Universidad de Deusto. Las cosas no
estaban para bromas o al menos eso me parecía a mí que tuve un desplazamiento
horrible —seguro que por mis imaginaciones— desde que salí de la cochera con mi
coche «de Madrid» hasta que volví a ella.
En este mismo estado de cosas, en un viaje a Sevilla a
visitar a un amigo sufrí un pequeño incidente. ¿Debido a la matrícula? Nunca lo
supe, pero eso fue lo que imaginé en aquel momento. Aunque no era obligatorio y
pocos coches lo tenían, instalé un espejo retrovisor en la parte derecha. Dejé
por la tarde el coche, con matrícula «M», aparcado en el barrio de mi amigo con
la acera, una acera muy amplia, a la derecha. Al día siguiente, el espejo
apareció arrancado, en el suelo. A lo mejor fue un gracioso que le molestaba el
espejo para transitar por la acera, que ya digo que era muy ancha.
En 1987 apareció la I.T.V., Inspección Técnica de Vehículos,
que se ha ido perfeccionando poco a poco hasta anunciar una nueva vuelta de tuerca
para el próximo 2020. ¡Todo sea por la seguridad propia y ajena! En los
primeros años no recuerdo que fuera obligatorio mostrar la pegatina en la parte
superior derecha del parabrisas. Yo me resistí muchos años a llevar «pegatinado»
mi coche, pero ahora es obligatorio bajo sanción, con lo que no queda más
remedio. Es un tema que no alcanzo a comprender porque estamos en la era de Internet
y las comunicaciones: ya no es obligatorio llevar el recibo del seguro
del coche porque los agentes de la autoridad pueden comprobar «online» si el
coche tiene seguro o no. Digo yo que podrán comprobar también si han pasado o
no la ITV con los mismos mecanismos. Y, además, en estos tiempos en que se
falsifica hasta el papel moneda y documentos como el DNI., no creo que sea muy
costoso para los «malos» fabricar una pegatina de haber pasado la ITV, aunque
los «malos» suelen llevar buenos coches que en sus primeros cuatro años no
necesitan pegatina. Así que, lo de siempre, por algunos que no pasan la ITV,
los ciudadanos normales que cumplimos nuestras obligaciones puntualmente nos
vemos obligados a decorar nuestros parabrisas, aunque no nos guste, bajo
sanción. Eso sí, nos libramos los primeros cuatro años, hasta la primera ITV.
Llegamos
a septiembre del primer año del siglo actual, el 2000 —dejemos la eterna
controversia— y… ¡por fin! y para mi gran alegría se aprobaron en España las
matrículas actuales formadas por cuatro números y tres letras que eliminan de
cuajo todo vestigio identificativo del vehículo. Esto motivó una curiosa
conversación con un primo alemán; allí las matrículas identifican —al menos así
era en aquella época— la localidad, cuestión que a mi primo le encantaba, por
lo que estaba en desacuerdo con este nuevo sistema implantado en España. Le
dije que, en todo caso, cualquiera podía llenar voluntariamente el coche de
pegatinas de su pueblo para hacer propaganda.
Como
no puede haber alegría en todas las casas, los talleres inventaron los soportes
de matrículas para hacerse propaganda. Allá por 2004 estaba yo como un niño con
zapatos nuevos porque iba a tener mi primer coche sin identificación alguna, al
menos los primeros cuatro años hasta pasar la primera ITV. Cuando fui a recoger
el coche, al mirar por detrás, vi el condenado soporte de la matrícula
anunciando el nombre del concesionario con su teléfono y la localidad. ¡Toma
ya! ¡Casi me da un ataque! Le hice quitarlo a toda prisa. Alguna vez, en alguna
reparación, el taller avispado te coloca sin pedirte permiso los soportes
propagandísticos, que yo hago quitar inmediatamente.
Por
ello, en estos primeros años del XXI, la única identificación obligatoria
aparecía a los cuatro años en forma de pegativa de la ITV, en la que figura la
Comunidad Autónoma, aunque esto es un mal menor porque la ITV se puede pasar en
cualquier sitio. Conozco a una persona que residiendo en Madrid pasa la suya en
Cantabria, aunque no le veo preocupado por estos temas identificativos o de
limpieza en los cristales de sus coches.
Parece
que no me escapo, van a por mí. En una nueva vuelta de tuerca, aparecen las pegatinas
ecológicas de la DGT-Dirección General de Tráfico. Hacía años que tenía
guardada la mía en un cajón negándome a ponerla en el coche. Pero desde el
pasado mes de abril, el ayuntamiento de la capital —aquí todo el mundo pone
normas— ha dictado una ordenanza en la que fuerza a llevar la pegatina para
circular por Madrid, bajo multa. Vuelvo a pensar lo mismo, los «malos» pedirán
una al amiguete que tiene un coche eléctrico o bajo en emisiones —se pueden
comprar en Correos todas las que se quieran— y la «apañará» para ponerla en su
coche.
Y
digo yo, si la pegatina ecológica, ese invento demoníaco, está indisolublemente
ligada al coche y a su matriculación, que la incorporen en la misma matricula y
se dejen en paz de más aditamentos pegajosos en los parabrisas de los vehículos.
¿Dónde las ponen las motos?
Tengo un cabreo…