viernes, 13 de septiembre de 2019

DESINTERNETEADO




Es muy raro que los humanos realicemos acciones costosas para prever problemas en el futuro o simplemente medir nuestro comportamiento ante posibles situaciones. Por ejemplo, no vamos a estar ayunando voluntaria y completamente durante una semana para conocer nuestras reacciones y los posibles problemas si por algún motivo nos vemos en esa situación en una isla desierta: es poco probable que ocurra. Pero si sería interesante medir nuestras reacciones y actitudes ante hechos que normalmente no ocurren, pero pueden tener lugar de forma plausible.

El pasado miércoles estuve conectado en casa en internet desde que me levanté hasta las nueve de la mañana aproximadamente. A esa hora salí a darme un paseo y hacer algunas compras. Cuando volví, sobre las diez y media, mi domicilio estaba «desinterneteado»; pido perdón por la expresión a todas luces incorrecta, pero creo que se entiende y expresa claramente la situación y la solicitud de perdón sirve de aquí en adelante porque van a figurar más vocablos en inglés de los que no tengo ganas de andar buscando alternativa. Y digo mi domicilio, porque yo seguía teniendo acceso a la red a través de la conexión de datos de mi teléfono móvil, con lo cual la situación no era de desconexión total. Ya se sabe que muchos teléfonos inteligentes actuales permiten generar una «wifi» que posibilita seguir conectado desde un ordenador o tableta. Pero… todos sabemos que no es lo mismo.

Aunque la luz de PON (Passive Optical Network) del ONT (Optical Network Terminal que convierte la señal óptica que llega por la fibra) estaba intermitente, realicé todas las operaciones normales en estos casos: apagar y encender (varias veces), hacer «reset» con el palillo de turno al «router», esperar 10 minutos y hacerlo de nuevoQue si quieres arroz, Catalina. Mi diagnóstico era claro: se había perdido la conexión de la fibra. Extraño, pues dos horas antes había estado funcionando, pero las cosas cuando ocurren tienen un comienzo. 

Tocaba llamar a mi operadora, Jazztel, que solo me tuvo doce minutos en espera por aquello de «todos nuestros operadores están ocupados, por favor, espere». Menos mal, insisto, menos mal, que me tocó en suerte un operador avezado que debió deducir de mis palabras que yo sabía de lo que hablaba y enseguida, sin hacerme repetir todas las pruebas que ya había realizado, con sus pruebas coincidió en mi diagnóstico. La cuestión requería la personación en mi domicilio de un técnico de la propietaria de la fibra, que es otra empresa, en este caso Movistar. Amablemente me indicó el operador el plazo establecido para la subsanación de la avería: un máximo de 72 horas pero que no me preocupara porque normalmente era menor.

No voy a referir aquí las manifestaciones de los miembros de mi familia cuando fueron llegando a casa por la tarde al comprobar que no había wifi ni internet y que la avería podía llegar a durar  tres días. Quién más quién menos tenía que hacer una transferencia, consultar unos apuntes de la universidad o rellenar un formulario… y todo ello a la mayor brevedad posible, sin dilación. Les aporté como solución ir a la biblioteca pública o a casa de algún vecino o familiar. Y es que, en mayor o menor medida, todos estamos afectados por una cierta ciberadicción que conlleva algunas fobias aparecidas en estos tiempos y relacionadas con la conexión a la red. Todo tiene que ser inmediato, a cualquier hora, desde cualquier sitio... En el fondo somos algo conformistas, quizá también algo irresponsables de depender de un servicio sobre el que no tenemos ningún control y que por múltiples motivos puede desaparecer en cualquier momento por innumerables causas.

La fotografía que encabeza esta entrada es de las cajas de fibra que dan servicio a tres bloques de pisos en la urbanización en la que vivo. Están en el garaje, accesibles a cualquiera que pase por allí, vecino, amigo, reparador de la lavadora o el pintor del seguro. Las puertas de acceso a los garajes están, deberían estar, cerradas con llave, pero la comodidad de algunos vecinos hace que con bastante frecuencia estén abiertas, atrancadas con una variedad de artilugios sorprendente. Vamos, que cualquiera puede acceder a las cajas sin ningún problema, abrirlas con la mano y… 

Al día siguiente de la avería, jueves bien entrada la tarde, apareció el técnico de Movistar. Como me vio interesado, me fue explicando lo que tenía que hacer para verificar la conectividad de mi fibra. La desconectó en mi casa del ONT y la puso un emisor láser de luz óptica (el vocablo láser si está en el diccionario, menos mal). El paso siguiente consistió en ir a la caja a ver cuál de los cables era el mío, lo que resultó fácil por estar entero el cable y ver la luz roja que se veía a simple vista en la clavija final. El paso siguiente fue comprobar la boca de la caja en que estaba conectado… ¡Tachín, tachín. tatatachín!... ¡Incorrecto! Mi cable estaba conectado en una puerta incorrecta de la caja 2, pues debía estar conectado en el XX y estaba en el YY. Pero… ¡había otro cable conectado en mi punto! El técnico procedió a desconectar el incorrecto, conectó el mío y todo funcionando.

Quedaban en el aire dos preguntas: ¿Quién había intercambiado las conexiones? ¿A qué vecino correspondía el cable que estaba enchufado indebidamente? La primera pregunta apuntaba a otro técnico que hubiera andado hurgando indebidamente en la caja, pero también podía haber sido un gracioso que le diera por intercambiar los cables. ¿Intercambió más? La segunda pregunta es mucho más difícil de responder. Tendría que conectar a ese cable el láser antes aludido y pasar casa por casa para ver en cuál de ellas estaba el cable iluminado en el otro extremo. Alguien habrá protestado por haberse quedado sin conexión, y que siga la rueda… Y es que, como se puede ver en la fotografía, los cables no están etiquetados y no hay manera de saber a quién corresponde cada uno.

Las cosas funcionan porque Dios es bueno, pero en cualquier momento se pueden venir abajo. No me parece de recibo que las cajas estén accesibles a cualquiera sin una mínima protección. No me quiero ni imaginar si en algún momento a algún desaprensivo le da, no por intercambiar, sino por todos los cables con una cizalla. El caos en todas las casas estaría servido hasta poder averiguar de quién es cada cable, reparar el conector y volverlo a enchufar en su sitio correspondiente.

No quiero dar ideas… pero ya por mera curiosidad me gustaría saber la respuesta a las dos preguntas planteadas: quién anduvo metiendo mano en las conexiones de la caja y a qué vecino le dejamos desinterneteado, mirando al cielo de los internautas, cuando arreglamos mi conexión.