domingo, 10 de noviembre de 2019

DEMOCRACIA




Dicen que la inventaron los griegos, hace ya unos cuantos años. En el diccionario hay unas cuantas acepciones de lo que significa, pero su aplicación a la vida real dista mucho de ellas. Incluso en aquellos lejanos tiempos griegos, la revisión práctica de como la ejercían en la vida real deja muchas claves de su alcance. Pero hoy en día, nos llenamos la boca con la palabra con demasiada frecuencia, especialmente en períodos convulsos como el que estamos viviendo en estos últimos tiempos.


En un magnífico curso monográfico titulado «La España del primer tercio del Siglo XX (1900-1936)», mi admirado profesor Ángel Bahamonde nos está hablando de cómo estaba España cien años atrás, con preocupantes similitudes con la época actual: se estaba bajo el paraguas de la Constitución de 1876, pero en los primeros años de 1900 los gobiernos se cambiaban incluso en meses, el ejército intervenía en la vida política y… ya sabemos lo que ocurrió en 1923. Y posteriormente en 1931 y en 1936. No aprendemos de la Historia, con mayúscula y, claro está, esta se repite machaconamente porque nos empeñamos en tropezar dos veces, o las que haga falta, en la misma piedra.


El color de la piel o el lugar donde has nacido no se elige. Pero hay otras cuestiones que si elegimos a lo largo de nuestra vida y alguna de ellas tienen mucho que ver con el título de esta entrada. A modo de ejemplo, elegimos nuestra ideología política, nuestra religión o nuestro equipo de fútbol. Son cuestiones que pueden ir evolucionando e incluso cambiando a lo largo de nuestra vida. Pero siempre deberemos tener claro, nosotros y los demás, que pertenecen a nuestra esfera de lo privado. Y con ello, ni nosotros ni nadie debe imponerlas mediante coacción o fuerza alguna.


Está bien que queramos convencer a nuestros amigos o conocidos para que se hagan simpatizantes del Betis, ese equipo que es bueno «manque pierda», pero deberemos hacerlo con razones y nunca con imposiciones o coacciones de ningún tipo, y menos por supuesto violentas. Y esto que con un equipo de fútbol se entiende muy bien, parece que no se entiende tanto con la religión o con la política. Es frecuente ver a lo largo y ancho del mundo violencias físicas por estas cuestiones que en ningún caso son admisibles. Las ideas políticas o religiosas se tienen en la esfera privada, se comparten y comentan, pero nunca se imponen por la fuerza. Esto parece que no lo tienen muy claro demasiadas personas, algunas muy cercanas a nosotros.


Hoy domingo 10 de noviembre de 2019 los españoles estamos convocados de nuevo a las urnas, a expresar (si queremos voluntariamente) nuestra opción en este momento, —puede ser distinta o no de la de la vez anterior—. Lamentablemente, gran número de ciudadanos no tiene claras muchas cuestiones en relación con la votación al Congreso, cómo por ejemplo el asunto de las listas cerradas, circunscripciones, la diferencia entre los votos en blanco o nulos y otras cuestiones más sibilinas en las que cada uno debería formarse una opinión y contrastarla para saber a qué atenerse. 


Nos sorprenderíamos si preguntáramos a un votante de Madrid que vota a Sánchez o Casado o XXX si sabe que un cántabro (es un ejemplo) no puede votarles y votaría a Casares o Movellán o XXX respectivamente. O que un cántabro puede votar a Mazín (Partido Regionalista de Cantabria) mientras que un madrileño no puede hacerlo. Y que una vez que en cada provincia, es decir, circunscripción, salgan elegidos tales o cuales, estos señores se juntarán en el Congreso y decidirán, si pueden o son capaces, quién será el presidente. Últimamente ha quedado demostrado que no son capaces de alcanzar acuerdos.


Lo de las circunscripciones es un mal, a mi entender, que arrastramos desde la Constitución, lo que propicia una ley electoral que, a mi juicio, está desfasada. Si el Congreso es un órgano nacional, fuera circunscripciones y «un español, un voto» sin tejemanejes posteriores que derivan en que minorías que sacan partido de estas circunscripciones «secuestren» la voluntad popular: numerosos ejemplos tenemos a lo largo de estas últimas décadas en las que el presidente electo y su gobierno han estado en manos de vascos, catalanes y hasta de canarios, teniendo que hacer concesiones muy por encima de lo que sería admisible. Insisto, a mi entender, en mi opinión, y no quiero convencer a nadie de esto que yo pienso.


Hay muchas cuestiones que han quedado desfasadas. Apunto algunas. La existencia del Senado, de las Diputaciones Provinciales, de las Autonomías (al menos con el grado de capacidades que tienen sobre asuntos que deberían ser de ámbito nacional), de la duración de la política como profesión remunerada, de las empresas privadas participadas y (poco o mal) manejadas por entes públicos, los chanchullos de tipo «cementerio de los elefantes» para políticos, las prebendas a los políticos al final de su mandato, los puestos en organismos privados… En fin, muchas cosas que darían casi para una Biblia o un Quijote, pero… ¡me tengo que ir a votar!