domingo, 29 de diciembre de 2019

MONEDAS



Hace casi veinte años que los españoles dejamos de manejar nuestra antigua moneda, la peseta, para entrar en el mundo del euro. Muchos jóvenes no han llegado a vivir el cambio que fue costoso de asimilar para muchos, especialmente los mayores que durante muchos años estuvieron o estuvimos haciendo la conversión de euros a pesetas para ver como en muchos casos nos la estaban clavando doblada. La moneda de cien pesetas que en aquella época servía para tomarse un café, fue trastocada de la noche a la mañana por la de euro, que seguía sirviendo para tomarse un café, pero su valor había pasado a ser de 166,386 pesetas.

Las personas de aquellos años nos armamos con numerosos trucos para hacer las conversiones. El más sencillo era el de tres euros eran quinientas pesetas y seis euros eran mil pesetas. Cada vez menos recurrimos a convertir los euros a pesetas, pero los más mayores no nos resistimos a hacerlo de vez en cuando para las cosas un poco excepcionales, como puede ser la compra de un coche o un piso, si bien han pasado tantos años que los valores en pesetas ya no tienen sentido.

La peseta como unidad monetaria había nacido en 1868 por decreto del Gobierno Provisional que se constituyó tras el derrocamiento de Isabel II. Dado que desapareció oficialmente en 2002, su recorrido histórico ha sido de unos ciento treinta y cuatro años. No se puede decir que no vuelva a ponerse en circulación, dados los avatares y cataclismos que la Comunidad Europea está sufriendo y que garantizan un futuro incierto.

Hay que tener en cuenta que, durante muchos años, la moneda de mayor valor era de la de 50 pesetas hasta que aparecieron las de 100, 200 y 500 que anteriormente solo existían en forma de billetes. La de 100 pesetas apareció en 1966 pero su uso era poco frecuente en aquella época. Es muy importante saber el coste de la vida pues estaba en relación directa con el valor de las monedas. En mi primer trabajo oficial en 1972 ─había empezado a trabajar mucho antes, pero de forma extraoficial─ mi sueldo mensual era de unas cuatro mil pesetas, que supondrían al cambio unos 24 euros de hoy en día. Hay que decir que era un buen sueldo incluso superior al de mi padre que llevaba toda su vida laborando como cartero urbano y que era en aquellos años de menos de tres mil pesetas, unos 18 euros.

Lo que sí ha desaparecido de raíz es la costumbre de nombrar a las monedas con curiosos «motes» con los que la gente se apañaba mejor en sus conversaciones. En nuestra época de chavales, el disponer de una perra chica o una perra gorda era tener en nuestras manos todo un capital. La perra chica era el nombre coloquial con el que se denominaba a la moneda española de 5 céntimos de peseta y que fue dado en alusión al extraño león (confundido con un perro) que aparecía en el reverso. Asimismo, se le llamaba perra gorda a la moneda de iguales motivos en anverso y reverso con el doble de peso, tamaño y valor, 10 céntimos de peseta.

Han pasado muchos años y la memoria me puede traicionar, pero recuerdo que mi paga semanal en 1968 era de 2 pesetas que me daba mi padre en una moneda que llamábamos peseta gorda. La primera acción del domingo tras recibir la paga era acudir al puesto de revistas a comprar el semanal de Roberto Alcázar y Pedrín que en aquellos momentos costaba 20 céntimos. Quedaba con un amigo que compraba semanalmente el de Hazañas Bélicas; nos sentábamos a leer cada uno el del otro en un parque y una vez acabada la faena cada uno a su casa con su tebeo para leerlo tranquilamente y engrosar la colección.

Por aquella época se jugaba mucho al aire libre en parques y jardines. Una de las estrellas era el peón o la peonza, que tenía una estrecha relación con la moneda. Como es sabido, para lanzar este juguete era necesario un cordón cuya parte final había que sujetar firmemente entre los dedos para conseguir un lanzamiento fuerte y homogéneo. El procedimiento era terminar el cordón con una chapa de refresco aplastada y agujereada, pero mejor solución era sin duda la de utilizar una moneda de cincuenta céntimos como la que se ve en la imagen superior. Su agujero central era una bendición para pasar el cordón por él y hacer un nudo. Lo que ocurría es que 50 céntimos era todo un capital, por lo que había que andarse con ojo para no soltar el cordón en ningún momento no fuera a ser que desapareciera no por su valor en sí, sino por la moneda al final del mismo.

Al igual que las monedas de 5 y 10 céntimos tenían sus nombres propios como hemos comentado anteriormente, la moneda de 50 cts. Tenía el suyo: dos reales, un nombre apropiado realmente ya que 25 céntimos correspondían a un real. Había más nombres para las monedas, siendo el más conocido el de duro para designar a la moneda de 5 pesetas. Con ello las de 25 y 50 pesetas se denominaban de 5 y 10 duros respectivamente. La jerga en llamar a las monedas era lo habitual, de forma que nadie te pedía cincuenta céntimos o cinco pesetas solicitándote dos reales o un duro. Me imagino que para los pocos extranjeros que nos visitaran en aquellos tiempos esta nomenclatura resultaría un galimatías considerable.

Hoy en día las monedas de euro, que yo sepa, no tienen nombres específicos, utilizándose el valor correspondiente. Tampoco ninguna tiene agujero, aunque en la revisión de algunos datos que hecho para escribir estas líneas me he topado con que hubo otra moneda con agujero: la de 25 pesetas, que puede verse en la imagen a continuación.



Para aquellos interesados en la historia de las monedas en España un buen sitio de referencia es este blog. Las monedas de antiguas pesetas siguen circulando entre coleccionistas, aunque la numismática, como la filatelia, han perdido muchos enteros en los últimos años, pero todavía siguen existiendo quienes buscan monedas especiales, También en el lenguaje ha perdurado alguna referencia a estas monedas de antaño: «Para ti la perra gorda» es una manera de acabar radicalmente una discusión a la que no se ve salida por la terquedad y obstinación del oponente al que, aun aparentando darle la razón, se desacredita, hecho representado simbólicamente en el escaso valor de la moneda que se cita.





domingo, 22 de diciembre de 2019

ENTREGAS




Estoy hasta los cataplines —lo escribo en cursiva porque la palabra no está (todavía) en el diccionario, aunque todo el mundo sabe que es la forma educada de decir testículos o cojones  del asunto este de las compras por internet y especialmente en cuanto al tramo final, es decir, las entregas de los productos. He transitado en estos últimos años por todos los tipos posibles y sigo sufriendo sobresaltos todos los días.

En esta semana… cuatro, propios o ajenos, para seguir alimentando mis procesos de amor y odio con estas entretelas. Voy a tener que tomar la decisión drástica, para acabar con ello, de no comprar o no hacer nada por internet que lleve aparejado el envío de algo físico. Parece que compro muchas cosas, pero no todas son mías, ya que la familia y algunos amigos abusadores me piden que se lo compre yo por aquello de que sé mejor como hacerlo y tengo facilidad. Voy a tener que empezar a convertir amigos en amiguetes como paso previo para perderlos (de vista). Les dices que les enseñas, ya sabes, aquello de que aprendan a pescar en vez de darles los peces, pero debe ser que muchos son mayores y no están por la labor.

No hace un mes que en la entrada «RECOGER» me ocupaba de estos asuntos de las entregas, pero está visto que no dejaremos nunca de aprender. Y es que una de las cuatro de esta semana ha sido buena, muy buena. 

Empecemos por la ajena. El mensajero que llega a la casa de un vecino a efectuar una entrega y, claro, no hay nadie. Le llama por teléfono y este vecino le sugiere que llame a mi casa y si estoy que me diga que haga el favor de recogérselo. Mira por donde, resulta que estoy —voy a tener que empezar a no atender el portero electrónico si previamente no he sido avisado— y tengo que dejar lo que estoy haciendo para recibir dos enormes paquetes, rellenar mis datos, mi DNI., firmar y tal y tal… En fin, todo sea por hacer un favor al vecino.

El segundo incidente me sucedió en la propia oficina de Correos. Eran dos paquetes —ninguno de ellos para mí—, pedidos por AliExpréss y que iban dirigidos a mi apartado de correos. Como tú tienes un apartado de correos… ya se sabe, la cantinela. Recibo los avisos de que han llegado los paquetes, me desplazo a la oficina y los paquetes que no están en el apartado ni hay rastro alguno de ellos. Así hasta tres desplazamientos en varios días sin éxito. Al final, recibo un mensaje diciendo que «HE RECOGIDO» los paquetes y se dan por entregados. Nuevo desplazamiento a la oficina y tras una generosa cola, el funcionario de turno me dice que no sabe nada. Le insisto con los números de seguimiento —menos mal que los tenía— y me dice que ya los he recogido; como quiera que yo no he sido, a ver a quién se los han entregado. La cosa fue subiendo de tono hasta que la funcionaria de al lado, que estaba atendiendo a otro cliente, dice que ha sido ella la que los ha dado por entregados y que están en el cajón de los paquetes a devolver ¡Menuda desfachatez! Omito más detalles para no alargar esto pero al final me quedé sin saber que habían hecho aunque pensando mal, muy mal, me da en la espina que algún avispado los quería para sí. Piensa mal… y acertarás, como resulta que «se pierden» tantos paquetes en Correos…

Vamos con la tercera, que todavía no es la más jugosa y que dejo para el final. Pertenezco a un grupo de fotografía de varios amigos y mensualmente encargamos a un laboratorio el revelado de fotografías. Una tarea de la que me encargo yo, que raro, es de enviar por «internet-ftp» al laboratorio las fotografías, que me manda a mí la factura y las fotos a un bar. El lunes por la tarde recibo la factura, hago la transferencia y me dicen que las fotos se han enviado. Pasan los días, no llegan, y ninguno de mis amigos se puede encargar de reclamar telefónicamente las fotos… ¡cómo eres tú el que se encarga de mandarlas…! El viernes por la mañana venga a llamar al laboratorio y a la agencia de transportes hasta que aparecen. Todos tienen excusas, pero al final no te enteras de qué ha pasado y de quién ha sido la negligencia.

Y la cuarta ya es para miccionar y no echar gota que diría mi abuela. Con AMAZON y SEUR, se supone que dos empresas de las más especializadas en lidiar con estos temas, por la cuenta que les trae. Selecciono un producto, nuevamente no es para mí, sino para mi hija, y a la hora de fijar el punto de entrega no me admite ninguno de los que utilizo: el locker está lleno, y el estanco y la oficina de correos no están disponibles para este envío. Busco, rebusco y contra busco y encuentro una agencia de viajes, a la que destino el envío, que AMAZON realiza a través de SEUR: El jueves pasado, a las 08:30 de la mañana recibo un SMS en mi teléfono diciendo que no se ha podido realizar la entrega por ausencia del destinatario. Claro, la agencia de viajes estaría cerrada a esas horas. Intento acceder a la página web de SEUR para localizar y/o redirigir el envío y me sale el mensaje que pueden ver al principio de esta entrada: están actualizando la web. ¡Vaya! Intento llamar por teléfono y ya ni se molestan en decir que espere, todos sus operadores están ocupados y el tiempo de espera estimado es tan largo que me aconsejan colgar y volver a llamar de nuevo. El estado de la página web y del teléfono ha seguido así desde el jueves a las 09:00 hasta el sábado a media mañana, cuando ya desistí de mis intentos intermitentes de arreglar el tema. 

Se me ocurre pasar por la agencia de viajes a ver si consigo esclarecer algo y… ¡está cerrada! Y lleva más de un mes así, según me comentan en la tienda de al lado. Pero AMAZON no ha enterado de este hecho y sigue admitiendo envíos a ella, como se puede comprobar en la imagen siguiente tras haber hecho una simulación de compra. 



Para tratar de solucionar el problema intento abrir de nuevo la vía de SEUR para entrar en contacto con ellos y redirigir el envío. ¡Que si quieres arroz, Catalina!, el teléfono colapsado y la web en reparación… ¡Al guano!  No pierdo un segundo más en este asunto, a ver como acaba. Lo siento por mi hija, que o se queda sin su cable o le llegará para regalo de Reyes del 2050. Yo, por mi parte, estoy dispuesto a perder los 7,45 euros invertidos en este sinvivir, aunque se los reclamaré a Amazon en cuanto pasen unos días sin recibir el paquete.

Queda mucho por hacer y resolver en esto de los envíos…, pero mi capacidad de asombro está repleta y no sé si aguantaré más casuísticas.