domingo, 2 de agosto de 2020

SOSTENIBLE



No creo que nadie a estas alturas de la película tenga duda alguna sobre la aceleración del cambio climático y los efectos que trae consigo, que distan mucho de ser positivos. El calentamiento global del planeta es un hecho. La pandemia del coronavirus ha relegado a un segundo plano muchas cuestiones y entre ellas los planteamientos que a nivel mundial se estaban efectuando en cuestiones climáticas. Todo el mundo anda (relativamente) preocupado, pero ya lo decía mi maestro Miguel Costa: «Que difícil es tomar decisiones cuando la catástrofe está anunciada pero todavía es una posibilidad, no se ha materializado».

Desde hace muchos años, el hombre ha procurado utilizar la energía a su favor para hacerse la vida más cómoda. La propia fuerza humana, la de los animales cuando llegó su domesticación, la producida por la leña tras el descubrimiento del fuego, la derivada de los ríos y corrientes fluviales o la eólica en las velas de los barcos o las aspas de los molinos han sido utilizadas por el hombre en su beneficio. Durante milenios y hasta el descubrimiento de la máquina de vapor, los elementos naturales y animales utilizados en la producción de energía eran perfectamente asumibles y recuperables, amén de no contaminar la atmósfera o hacerlo en una medida asumible para la continuidad del planeta.

Desde hace un rato si consideramos la historia de la humanidad, la producción de energía ha ido en constante aumento utilizando todos los materiales que la tecnología ha ido poniendo a nuestro alcance. El poder calorífico de la madera no es suficiente y durante muchos años e incluso actualmente más de lo que parece, el carbón ─vegetal pero especialmente mineral─ ha sido la fuente primaria de energía hasta que hemos pasado a utilizar los derivados del petróleo y el gas natural por su mayor poder energético a la vez que su mejor manejabilidad. Más recientemente, la energía nuclear se ha hecho imprescindible como complemento a la producción de electricidad y las llamadas energías renovables ─eólica, solar, mareas─ van creciendo en uso poco a poco.  

La humanidad hacía su vida durante milenios al son de la luz solar. Las bombillas no se habían inventado y la iluminación nocturna se conseguía a base de fuego y era de poca calidad y reservada a ciertas zonas. El planteamiento actual de que los horarios de la noche o el día no suponen ninguna cortapisa para la celebración de eventos han dado un giro a los usos y costumbres y así hogaño gran parte de la actividad humana se desarrolla en horas de oscuridad. Si contásemos a nuestros antepasados de la Edad Media que se podría celebrar un partido de fútbol de noche se habrían echado las manos a la cabeza y a nosotros a la hoguera.

Todos estos cambios en las costumbres tienen un precio. La producción de energía que masivamente hoy en día se realiza con combustibles fósiles tiene un derivado incómodo: la emisión de CO2, un potente destructor de la capa de ozono que rodea nuestra atmósfera lo que conlleva una menor capacidad protectora de los rayos solares y deriva en un calentamiento lento y progresivo con efectos letales para la vida: se derriten los casquetes polares, aumenta el nivel del mar, los fenómenos meteorológicos ─lluvias, ciclones, tornados…─ son más potentes, más frecuentes y más... devastadores.

Esta semana he finalizado el curso MOOC del Instituto Tecnológico de Monterrey en la plataforma EDX «Energía: Pasado, presente y futuro», accesible desde este enlace, que aporta un sinfín de conocimientos y propuestas en relación con este controvertido asunto, que nos afecta pero que todos, especialmente los responsables mundiales, gustamos de ignorar o mejor, procrastinar para más adelante: el zapato no aprieta mucho todavía.

Hay un concepto que se ha tratado en el curso que ha llamado particularmente mi atención y que es aplicable a cualquier aspecto de la vida humana: Asumir los residuos. El ejemplo es muy claro: la energía nuclear, de gran poder en cuanto a generación de energía es absolutamente «limpia» de cara a la agresión de la capa de ozono, pues no emite CO2, pero sus residuos son altamente contaminantes para la Tierra en cuanto a su almacenamiento además de comportar graves peligros en caso de accidente como ya hemos podido comprobar por los sucesos de Chernóbil y Fukushima amén de otros muchos de menor incidencia.

La clave está en lo ya comentado: ASUMIR los residuos y las consecuencias. Y con ello la pregunta es: ¿Quién está asumiendo las consecuencias de la emisión de CO2 a la atmósfera y la consiguiente destrucción de la capa de ozono? Me temo que a nadie se le exige que asuma sus emisiones que al fin y al cabo son humo y gases que suben para arriba. Es muy diferente un residuo radiactivo que queda en una central nuclear y que algo tenemos que hacer con él.

La pandemia por el coronavirus nos ha mostrado de forma clara como la reducción de la actividad humana y especialmente en sus facetas industriales y de movilidad ha conllevado una pronta recuperación de la naturaleza y un descenso en los niveles de contaminación, especialmente en las grandes urbes del planeta. En poco tiempo volveremos las andadas y seguiremos con muy buenos propósitos, pero pocas acciones efectivas.

Para dejar un tema abierto y planteado de cara a una futura entrada: ¿Son los automóviles eléctricos una solución? Efectivamente se reducirá drásticamente su poder contaminante derivado de su uso al no emitir gases por sus tubos de escape. Pero, ¿qué pasa con la producción de la energía eléctrica para alimentarlos? ¿Con la producción de baterías necesarias y su reciclado al final de la vida? Pienso que los vehículos eléctricos son un paso en falso, de esos de pan para hoy y hambre para mañana. Como ya anticipaba Jeremy Rifkin en su magnífico libro «La economía del hidrógeno», la solución a muchos de los problemas es un cambio de paradigma y empezar a investigar y desarrollar más el hidrógeno como combustible. Según algunos estudios consultados, el poder calorífico (MJ/Kg) de la gasolina es 47.7, del gas natural 51.9 y del hidrógeno 120. Menos «electrolineras» y más «hidrogeneras». ¿Para cuándo generar la energía eléctrica de nuestra propia vivienda desde la pila de combustible de nuestro vehículo?