domingo, 20 de diciembre de 2020

RENEGOCIAR


Es posible que esté equivocado, pero me temo que no dista mucho de la realidad en estos tiempos el tema que voy a tratar de desarrollar esta semana. En una sociedad cambiante como esta, casi de un día para otro, el permanecer estático de manera prolongada no es una buena opción, porque podemos estar dejando pasar oportunidades de acceder a servicios mejores o cuando menos aligerar nuestras facturas.

El vocablo «renegociar» no aparece directamente en el diccionario, por lo que podemos descomponerlo en «re» —volver a— y «negociar» —tratar y comerciar, comprando y vendiendo o cambiando géneros, mercancías o valores para… procurar su mejor logro—.

Es frecuente, muy frecuente, que estemos escuchando por la radio o viendo en medios anuncios de compañías que ofrecen servicios que nosotros tenemos contratados a un coste muy inferior a lo que reza nuestra factura a fin de mes. Sobre todo, en servicios mensuales o anuales que se repiten machaconamente a lo largo del tiempo. Pero, en general, o somos muy dados a cuestionarnos el realizar acciones que muchas veces son engorrosas y que, por experiencias anteriores, pueden llevarnos a situaciones no deseadas, aunque siempre serán de forma temporal. Un ejemplo no directo pudiera ser el cambiar las ventanas antiguas de la casa por unas modernas: supondrán unas semanas de obras, polvo, albañiles, pintores… bastante desagradables, pero cuando acabe todo y estemos disfrutando de lo nuevo ya no nos acordaremos de ello.

En este mismo sentido, una palabra que cada vez se está poniendo más de moda porque se utiliza con cierta frecuencia en los medios es «procrastinación», palabreja a la que dediqué una entrada en este blog hace ya diez años y que puede leerse haciendo clic en este enlace. Nos cuesta trabajo poner manos a la obra y meternos en líos para modificar cosas que están funcionando, incluso aunque suponga una mejora en las prestaciones y/o una disminución sensible de su coste.

Esto reza para cambiarse de compañías de seguros de coche o casa, cambiar de cuenta bancaria o de seguro médico o incluso estudiar la posibilidad de contratar tarifas de luz y/o gas más competitivas que nos supongan un ahorro. Pero todo es engorroso, no exento de dificultades y de posibles fallos en los cambios que te pueden traer más de un dolor de cabeza. Y de eso se valen, del miedo que nos lleva a procrastinar más y más operaciones que deberíamos a hacer casi todos los meses a tenor de cómo cambia el mercado y sus ofertas. En este año he renegociado mi tarifa eléctrica —con la misma compañía pues no queda otra—, mi tarifa de móvil, mi seguro médico y…

Vamos con el comentario directo y que es una experiencia personal y reciente. Yo estaba pagando hasta ahora por los servicios de comunicaciones en mi casa —internet fibra-300, teléfono fijo y una línea de teléfono móvil— la cantidad de 69 euros al mes. Es frecuente en estos días ver como esos mismos servicios, incluso aumentando de 300 a 600 la velocidad de la fibra y dos líneas de móvil con más gigas de datos, andan por debajo de los 50 euros mensuales. Claro, hay que remangarse, empezar a hacer llamadas, rellenar formularios para cambiarse de compañía, reinstalar aparatos en casa, recibir por mensajero nuevas SIM… con todo lo que ello supone. Y además se corre el peligro, nada desdeñable, de quedarte un tiempo incomunicado, una situación poco recomendable en estos días de pandemia en los que tanto dependemos de nuestras comunicaciones.

Lo más irritante es cuando una de esas ofertas la está brindando la misma compañía con la que tú tienes contratados los servicios —desde hace 11 años— y ves que a los «nuevos clientes» les ofrecen un servicio mejor que el tuyo por una cantidad sensiblemente inferior (de 69 euros a poco más de 40 euros). Se te queda la cara a cuadros, porque esa oferta es para nuevos clientes que entran desde cero con más derechos que tú que llevas años y años fidelizado. Estudias el mercado, ves pros y contras, indagas la calidad del servicio de nuevas compañías, los problemas reportados por los usuarios y puedes llegar a convencerte de que la compañía con la que estás te sigue siendo conveniente a sus intereses. ¿Qué hacer en este caso?

Una vez estás decidido sí o sí a rebajar tu factura, lo primero es llamar a tu propia compañía para preguntar qué posibilidades hay de seguir con ellos con alguna de sus nuevas tarifas. Si no te hacen caso, lo normal sería cambiarse de compañía o, si empecinadamente se quiere seguir con la misma, cambiar el contrato a otro de los familiares, de marido a mujer o de mujer a marido, o alguno de los hijos.

Pero te puedes llevar la sorpresa, como ha sido mi caso, de que atienden amablemente tus peticiones y, sí, te cambian tu vieja y costosa tarifa por una de las nuevas, con las mismas prestaciones que para ti eran suficientes y sin cambiar nada. Todo sigue funcionando exactamente como antes, pero a un coste rematadamente inferior. Y solo con una llamada telefónica que si hubiera hecho algunos meses antes me hubiera supuesto un considerable ahorro.

No estaría de más que revisásemos nuestros recibos mensuales o anuales y nos diéramos una vuelta por las novedades que ahora, cómodamente, podemos indagar desde casa. Para el año que viene ya tengo preparadas un par de actuaciones en los seguros de la casa y del coche y quizá haya que reconsiderar alguno de los renegociados este año según vayan las cosas.