domingo, 3 de enero de 2021

HABA

Estamos en unas fechas en que el título de la entrada y una de sus tradiciones me viene al pelo para comentar un sucedido de esta misma semana. Aunque ahora se colocan figuritas o piezas de cerámica o cristal, era tradición antaño colocar en el interior de los Roscones de Reyes un haba. Hay una larga historia que nada tiene que ver con el cristianismo ni la llegada de los Reyes Magos y que ya se remontaba a una tradición existente en el pueblo romano mucho antes de la «invención» del cristianismo. Estaba asociada a los Saturnales, una fiesta pagana conocida como «de los esclavos» que se celebraba en diciembre: se repartían unas tortas elaboradas con dátiles, higo y miel entre los esclavos y el que tenía la dicha de encontrar el haba disfrutaba de unos días de libertad durante las saturnales. Hogaño, en reuniones de familia o amigos y al menos figurativamente, al que se encuentra en su porción la figurita de cristal o cerámica se le queda «cara de haba» porque tiene que pagar el roscón.

A mí se me ha quedado cara de haba de sorpresa en tres ocasiones en mi vida que voy a relatar. La primera sucedió a mediados de los años ochenta del siglo pasado. Habían aparecido los CDs musicales y estaba en el proceso de abandonar los tradicionales vinilos e irlos cambiando por el nuevo soporte, más cómodo de manejar, almacenar y utilizar. Para actualizar mi «set» de música clásica, me dirigí a El Corte Inglés, menos mal que a ese establecimiento, y compré una colección de 10 CDs titulada «Grandes Maestros de la Música Clásica», una selección muy cuidada de diez de los grandes maestros que hoy todavía sigo escuchando, si bien no desde el CD sino desde su traslación digital almacenada en un disco duro.

¡Cuántas colecciones y libros tendremos en nuestras estanterías pendientes de escuchar o leer! Para que eso no ocurriese, me hice el firme propósito de disfrutar de un disco cada día. Manos a la obra, fueron pasando los días y cual no sería mi sorpresa al abrir el disco que hacía el número 6 de la colección, dedicado a Chopin, y comprobar que la caja estaba vacía: ¡no había disco! Un fallo de empaquetado en la fábrica, supongo, pero… ¿Cómo proceder? Aunque habían pasado unos días desde la compra con fin de semana por medio, conservaba el tique, pero claro, cómo convencer al dependiente que la caja venía vacía. Comprobé el resto de discos por si acaso y estaban todos.

Personado en El Corte Inglés, cuando referí el hecho la sorpresa de la dependienta que me atendió fue mayúscula. No sé si mis explicaciones resultaron convincentes, pero parece que asumió que yo no era un jeta que trataba de hacerse con disco nuevo y yo creo que, porque se trataba de ese establecimiento en concreto, accedió a cambiarme la colección completa por una nueva. Como era lógico, la dependienta y yo abrimos una por una las cajas de los diez discos para comprobar que estaban todos.

Solemos confiar, especialmente cuando los embalajes vienen precintados, en que su contenido está completo, pero no siempre es así. Hay fallos como el anteriormente descrito y otro que relato a continuación, sucedido hace algunos años. Compré una tarde en una tienda por aquella época muy famosa y que no sé si sigue existiendo, Menaje del Hogar, un disco duro multimedia. No sé si por las prisas o por un exceso de confianza, pero al llegar a casa vi que el precinto de la caja estaba abierto. Y no era eso lo peor, ¡la caja estaba vacía! Estaba el transformador, cables y demás, pero faltaba lo esencial: el disco duro. Repetición de la jugada.

Personado en la tienda a primera hora del día siguiente, tuve la fortuna de que el mismo dependiente que me atendió la tarde anterior pudo comprobar que me habían dado la caja del último ejemplar que tenían en existencia y que se correspondía con el disco que estaba en la exposición. Para no andar con esperas a uno completamente nuevo, decidí llevarme el que estaba expuesto, mucho uso no tendría, aunque algo de polvo sí, y dar el asunto por concluido.

Y como dice el refrán que no hay dos sin tres, esta semana me ha vuelto a ocurrir. Y esta vez es mucho más delicado porque no hay tienda y no hay dependiente: se trata de una compra de esas que ahora se llevan mucho, por internet. Aunque tengo envío gratuito por suscripción, pedí dos artículos de forma conjunta a ese gigante que empieza por «A» para ahorrar costes y cartones. Cuál no sería mi sorpresa cuando abrí el paquete y solo venía uno de los artículos; el otro estaba ausente.

Me imagino que no seré el primero que pase por esto. Tuve la oportunidad de visitar el centro logístico de «A» en San Fernando de Henares y pude comprobar, dada su organización interna, lo complicado que resulta el poner dos artículos en un mismo paquete, casi es un ejercicio de malabarismo. No es cuestión de explicarlo aquí, pero así es: hay que tener verdaderamente mucha suerte para que los dos artículos pedidos lleguen al centro de empaquetamiento a la vez y puedan ser enviados juntos.

El caso es que en el paquete solo venía uno. Buscando y rebuscando por la página web de «A» no hay un sitio claro donde exponer este sucedido. Tocaba la tan temida experiencia de «hablar con un operador» y referirle los hechos de forma convincente para tener una solución. No es lo mismo ir personalmente a una tienda y hablar cara a cara con un dependiente que hacerlo a través del teléfono. Al final encontré en la página web la forma de que me llamaran por una incidencia en relación con ese pedido concreto y una muy amable operadora de nombre Jackeline que Dios sabe dónde estaría, pero con un acento suramericano melodioso, entendió mi problema, me creyó y me hizo un abono en mi cuenta que me permitió al cabo de unas horas volver a pedir el producto. Eso sí, esta vez, de forma individual.

Incidencias puede haber en cualquier aspecto comercial, pero ahora con estos sistemas de venta y distribución, algunas de estas incidencias se convierten en especiales porque abocan a situaciones que no son fácilmente demostrables. En este último caso, es prácticamente imposible de demostrar, salvo que vayas con el paquete precintado a un notario y lo abras delante de él para que pueda testificar el contenido en el momento de abrirlo. Y la cosa puede ser peor: imaginemos que hemos solicitado la entrega en un armario o taquilla electrónica, se entiende mejor con el anglicismo «locker», y cuando vamos a recogerlo y se nos abre la puerta de nuestro cubículo, este estuviera vacío. ¡Horror!