domingo, 25 de diciembre de 2022

«CONTACTLESS»

 

Las tarjetas, las bancarias, llevan en nuestras vidas cerca de 45 años. Yo las ví nacer desde mi puesto de trabajo en la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid a mediados de los años setenta cuando se empezaron a implantar en España. Inicialmente solo estaban destinadas a operar en los cajeros automáticos bancarios para sacar dinero, una operativa muy simple que solo requería conocer un código de seguridad —PIN-Personal Identification Number-Número de identificación personal—, aquél código de cuatro cifras en la época que había que llevar en la memoria y bajo ningún concepto apuntado en la cartera, y mucho menos al lado de la tarjeta.

La historia de este código de seguridad de cuatro cifras es muy curiosa. El inventor de los cajeros automáticos fue John Shepherd-Barron, que diseñó el primer cajero automático bancario instalado en Londres en 1967. El pretendía que el PIN tuviera seis cifras pero en una conversación en la cocina de su casa, su mujer dijo que no sería capaz de recordar más allá de cuatro cifras. Aunque en la actualidad algunas entidades utilizan para otros menesteres PIN's de seis posiciones, no necesariamente numéricas, el original para las tarjetas fue —y sigue siendo— de cuatro cifras.

Yo estuve trabajando en las pruebas para la implantación de los primeros cajeros en España hacia 1977. Laboraba yo en la extinta Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid cuando se instalaron dos unidades: una en la Oficina Subcentral en la propia Puerta del Sol de Madrid y otra en la Sucursal 18 sita en la Calle Barquillo de Madrid. Tanto yo como otros compañeros del entonces Servicio Electrónico, ubicado en la Plaza del Celenque, nos dimos numerosos paseos a estas dos oficinas para hacer las pruebas, con las primeras tarjetas y con billetes «de pega». Conservé alguna tarjeta y algún billete de aquellos, pero con el tiempo y las vueltas que da la vida no sé donde acabarían.

Han pasado 45 años y el asunto de las tarjetas bancarias sigue basicamente igual. Algunas modificaciones muy elementales como la incorporación de los chips, pero la banda magnetica original sigue funcionando y sacando de apuros y el PIN de 4 posiciones numéricas más de lo mismo.

Eso sí, la posibilidad de su utilización para pago en comercios e internet y la más moderna de su incorporación a los teléfonos móviles han mejorado su uso, pero por si acaso tenemos que llevar las tarjetas originales en la cartera no vaya a ser que por alguna razón, en el momento más inoportuno, nos hagan falta. No siempre funcionan en comercios o servicios los sistemas con el teléfono e incluso el propio sistema «contactless» de la tarjeta. A mí me ha ocurrido hace unas semanas en un hotel en Berlín: menos mal que llevaba la tarjeta física y con la banda magnética operativa, si no, no sé como hubiera solucionado el problema.

En estos días he podido ver en televisión un reportaje donde mencionaban que los españoles nos resistimos al uso de las tarjetas y preferimos en la mayoría de las ocasiones el dinero en efectivo. Por el contrario, en algunos países nórdicos, el uso de billetes y monedas está en franco desuso de forma que se plantean incluso su desaparición. Esto traería numerosas ventajas pero incómodos inconvenientes según desde el punto de vista con que se mire. Si yo pago mi comida en un restaurante con dinero en efectivo en lugar de con una tarjeta bancaria, el banco no sabrá de mis costumbres, pero si las sabrá casi con toda probabilidad Google al menos en cuanto a mi ubicación, salvo que haya tirado mi teléfono móvil al río o lo haya dejado en casa. Antes se podía quitar la batería pero ahora… no basta con creernos que lo tenemos apagado.

A mis años, me admira cuando veo a compañeros jóvenes —y algunos no tan jóvenes— en la universidad pagar diez céntimos de unas fotocopias o el café acercando sus móviles a una especie de calculadora que es en realidad un sofisticado terminal bancario. Muchos confiesan no llevar encima nada de efectivo. Nada es… nada. Si en algún momento no funciona el sistema de la tarjeta a través del teléfono pues ya se verá. También dicen no llevar ni siquiera la tarjeta en el bolsillo. El teléfono es objeto de culto para todo, incluso para moverse por el mundo sin dinero. Pero en algunos baños no gratuitos, por ahora, hay que pagar con la moneda correspondiente, de 50 céntimos por lo general.

Como digo, soprende que en casi 50 años el sistema de las tarjetas siga casi como al principio, con excasas variaciones en su esencia original. De hecho, incluso para pagarte una indemnización por ese atropello legal aunque inmoral llamado overbooking, se utiliza una tarjeta precargada como la que puede ver en la imagen: necesitamos algo físico que ver y tocar… al menos por ahora.