Es obligado dejar constancia de que cualquier parecido con la realidad en los siguientes párrafos es una pura coincidencia, aunque pudiera estar basado en un hecho real ocurrido en el pasado. Conviene hacer mención al acertado comentario de José María del Val en los inicios de su novela «Llegará tarde a Hendaya», premio Planeta 1981… «resulta innecesario señalar que cuanto aquí se narra es fruto de la imaginación, y que difícilmente habría podido suceder… Se han incluido, además, varias imprecisiones y errores poco significativos que no desvirtúan, sin embargo, la veracidad de algunos hechos de primer orden reflejados en este relato…».
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Corrían los primeros años setenta del pasado siglo XX. José Luis desarrollaba cometidos de programador de aplicaciones en el departamento de informática de una gran entidad financiera española. Concretamente se dedicaba a la mecanización de los procesos inherentes al departamento de personal —todavía no se llamaba de recursos humanos— de la entidad. Un día recibió de su analista un cuaderno de cargas con las especificaciones para diseñar la base de datos y el programa de tratamiento y control relativo a unas oposiciones a auxiliares administrativos que tendrían lugar al mes siguiente.
Manos a la obra, en las siguientes semanas tenía listo todo el diseño y la programación y estaba enfrascado en pruebas y más pruebas para asegurar la fiabilidad de su programa. Ya se sabe que un programa nunca es fiable al cien por cien pues cabe la posibilidad de fallo si se dan algunas circunstancias que no hayan sido previstas por el programador.
Un día fue llamado al despacho del jefe de su departamento —todavía no eran directores, CEO’s y esas cosas— que le conminó a dejar todo lo que estuviera haciendo y bajara en ese preciso instante a entrevistarse con el jefe de personal en su despacho. Mientras se dirigía a la sorpresiva entrevista, uno y mil pensamientos pasaron por su imaginación sin entender de que se trataba el asunto y porqué era llamado al despacho del máximo responsable de la empresa en asuntos de personal. Un ascenso desde luego no iba a ser.
—Buenos días… con su permiso…
—Hola José Luis, siéntese por favor.
—Le he llamado porque su jefe me ha informado de que es Vd. el programador que ha diseñado la base de datos y los controles de cara a la oposición de auxiliares administrativos convocada y que tendrá lugar en unas semanas. ¿Es así?
—Si, eso es. El programa está listo, aunque de vez en cuando sigo haciendo pruebas aleatorias para verificar su fiabilidad.
—Muy bien. Ese programa… ¿Dónde se guarda?
—Pues, como todos. Las fichas perforadas que lo componen están su caja en la biblioteca de explotación con todos los demás. Me va a perdonar que le diga, con el debido respeto, que me resulta extraña su pregunta.
—Estimado José Luis: todo lo que hablemos aquí, ahora y en adelante, se quedará estrictamente entre Vd. y yo. Su jefe conoce este asunto y no deberá informar de nada relacionado con él a nadie. Y cuando digo a nadie es a nadie, tanto empleados de esta empresa como amigos o familiares fuera de ella.
—Pues, no entiendo nada, pero se hará como Vd. dice.
—Se trata de que efectúe Vd. una modificación muy delicada al programa. Cuando la haga y la pruebe, la caja con las fichas me las bajará Vd. personalmente a mi despacho, donde quedará custodiada. Las veces que haga falta para su uso, me la pedirá y subiré yo personalmente a la sala de explotación con ella para ejecutar el programa.
—Pues Vd. dirá.
—La modificación afectará al opositor número 37. Con independencia de la suma real de las puntuaciones que obtenga en cada una de las pruebas de que consta la oposición, su programa «se equivocará» y sumará un total que posibilite que este opositor quede incluido en la segunda posición de la lista definitiva de aprobados.
—Pero…
—¿Precisa alguna aclaración adicional? Cuento con su colaboración y su exquisito silencio en este delicado asunto.
Todo se hizo siguiendo aquellas instrucciones, la oposición se celebró, pero José Luis nunca quiso saber quién era el opositor número 37…
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Todo lo electrónico es susceptible de manipulación si no se establecen métodos adecuados y fiables de verificación.
Amaño, reza el diccionario en su segunda acepción, es «traza o artificio para ejecutar o conseguir algo, especialmente cuando no es justo o merecido».
Como complemento a esta historia de ficción, los lectores curiosos que hayan llegado hasta aquí son invitados a asomarse a los casi seis minutos de este vídeo (enlace) en la plataforma Youtube. Cuenta ya con una cierta antigüedad, está en inglés, pero con subtítulos en español; lo que cuenta no tiene desperdicio.