Se ha abierto la veda y nadie estamos a salvo. Es una constante de todo el mundo el hacerse de mil y una formas con nuestros dineros. En algunas entradas de este blog he referido prácticas de los «malos» —cibernéticos y clásicos— para engañarnos de forma reiterativa y machacona con sus trampas para hacernos picar y dejar nuestras arcas llenas de telarañas. Pero… ¿y los buenos? O dicho de otra manera ¿los que no son malos?
Esta semana me he encontrado con tres argucias que académicamente no puedo decir que sean malas o ilegales pero que te obligan a estar atento de continuo si no quieres pagar de más en cuestiones que tienes contratadas. Para aviso de navegantes las refiero a continuación. No voy a dar nombres pero que cada cual se revise los suyos.
Una «APP» como se dice ahora a la que tengo suscripción para mi ordenador desde hace varios años, concretamente una que yo la llamo cordialmente el «matabichitos» por aquello de ser un antivirus (informático). Una y otra vez, en cada renovación, insisten en marcar —sin preguntar— la casilla de renovación automática. Lo hacen por tu bien, para que no te olvides, para que estés siempre al día y no te quedes en ningún momento «sin protección». Yo siempre la inactivo para tener un control absoluto sobre mis gastos. Cuando esta semana ha llegado el momento de la renovación, no conseguía saber el importe que me iban a cargar en mi tarjeta. Al final tras mucho indagar y preguntar era una cantidad de unos 110 euros por la renovación anual. Si uno mira con cuidado, la oferta de esa misma «APP» para nuevos clientes es sensiblemente inferior, 65 euros, es decir 45 euros menos, ahí es ná.
Lo más gracioso —o grave— del caso es que si la renuevas manualmente lo puedes hacer como una continuación de la que ya tienes. Esto es, no te tienes que dar de baja con un correo electrónico y darte de alta con otro, como hay que hacer en otras suscripciones, sino que con el mismo correo electrónico —el mismo contrato— sigue la cosa en marcha. ¿Renovación automática? Y un jamón con chorreras. Ya les he mandado un correo quejándome de estas prácticas. ¿Me harán caso?
Esta segunda historia que voy a contar es mas sibilina. Alarmado con el incremento descomunal en el recibo mensual de electricidad, me pongo a buscar nuevas empresas. Hay multitud de comparadores en la red que te permiten comparar tu contrato con otros de forma sencilla. Cuando ya estoy decidido a cambiarme de compañía comercializadora, me da por mirar los precios de la mía. No voy a entrar en detalles y estos números son un ejemplo, pero si estaba pagando el Kw. a 0,22€, el precio actual ofertado es de 0,14€. Sin trampa ni cartón, precio oficial para todos.
Llamo por teléfono identificándome como cliente y me indican que yo firmé el año pasado un contrato por un año al precio de 0,22€ y eso es lo que tengo en vigor y lo que se me aplica en mis facturas. Pero me aclaran y aquí viene lo extraordinario, que puedo cancelar mi contrato en vigor en cualquier momento sin penalización ninguna y hacer uno nuevo… ¡con la misma compañía!, con lo que se me empezarán a aplicar las tarifas actuales. No me puedo dejar ni puedo pensar en que esta forma de gestionar las cosas sea engañosa, pero a partir de ahora voy a tener que mirar cada semana el precio de la luz EN MI MISMA COMPAÑÍA para cambiar el contrato a la mínima. Ahora me surge la duda: lo que tardan en cambiar el contrato son cinco días laborables, ¿Puedo cambiar mi contrato 73 veces al año?
Y el tercer sucedido es más común y tiene referencia a la imagen que ilustra esta entrada. Tras una agradable comida de fraternidad que un grupo de amigos celebramos cada año bisiesto, surge la cuestión de rematar la quedada en una cafetería en animada charla. Cuatro de ellos se tiraron al alcohol y uno de ellos, yo, a una miserable (en comparación) tónica monda y lironda. Si se fijan en los precios de un insulso tique sin ningún tipo de identificación del establecimiento, el de mi tónica, Schweppi por más concreciones, resultó ser de 4,60€. No quiero hablar de los precios de los güisquis o los combinados porque no tengo ni idea, pero los casi cinco euros por una triste tónica me parece un atraco.
No puedo decir que estas prácticas o formas de hacer o entender los negocios sea ilegal, porque no tratan de engañarme en el estricto sentido de la palabra (Falta de verdad en lo que se dice, hace, cree, piensa o discurre.). Pero sí que tendré que estar ojo avizor de forma continua porque la gran mayoría de los negocios están desatados. Y advierto que el significado de desatados no tiene nada que ver con ataduras, ya que aquí —des— no es prefijo. El significado claro y único de desatado es «Que no tiene orden ni control o freno». Ni nadie que se lo ponga, añadiría yo.