Creo recordar que la última vez que tomé un medicamento en pastillas que venían sueltas en un botecito se trataba del conocido Omeoprazol, que se receta como un protector del estómago cuando se están tomando otros medicamentos más fuertes que pueden dañarle. Incido en lo de que la presentación eran pastillas sueltas en un botecito.
La forma de presentación de los medicamentos ha variado mucho a lo largo del tiempo. Pasada la época en la que me retrotraigo a mi infancia en la que la mayor parte eran de forma inyectable, una gran parte de las pastillas llegan a las casas envasadas en el palabro que sirve de título a esta entrada: blíster. Vocablo de procedencia inglesa admitido por nuestro diccionario —como tantos otros—, queda definido en el mismo como… «Envase para manufacturados pequeños que consiste en un soporte de cartón o cartulina sobre el que va pegada una lámina de plástico transparente con cavidades en las que se alojan los distintos artículos». También se emplean en el comercio en general de forma que su presentación permite su observación y manipulación sin que el producto se vea afectado o contaminado.
En el mundo del medicamento, la cuestión es que me da la impresión de que este sistema no debe ser muy barato porque a buen seguro que es más fácil y sencillo en una sección de empaquetado el poner treinta pastillas sueltas en un botecito que empaquetarlas y sellarlas una a una en los correspondientes blísteres. Y ya se sabe quién corre con los gastos de todos estos procesos. Y aquí no hay ninguna necesidad de exposición ni de preservación del artículo en unidades individuales.
Lo peor del caso es su manipulación en según qué casos. Para comprimidos que se toman de forma esporádica, como por ejemplo aspirina o paracetamol y otros muchos, el sistema es el ideal pues se preservan perfectamente las pastillas. Pero hay casos en que la toma de píldoras se realiza de una forma crónica, diaria, y en este punto es cuando el blíster puede resultar un dolor además de tirar a la basura unos cuantos euros. Me explico.
Por cuestiones médicas que no vienen al caso, los diferentes especialistas a los que acudo a revisión anual consideran que estoy «pre». Las analíticas y pruebas no denotan problemas médicos pero la edad y un exceso de peso recomiendan la toma de medicamentos para prevenir, es decir, en modo «pre» y por si acaso. Así me enfrento a diario a cuatro medicamentos: Adiro para la circulación sanguínea, Alopurinol para controlar que no suba ese ácido úrico, Metformina por aquello del tema de la glucosa en sangre y, últimamente, para prevenir claro, Ramipril para control de la tensión.
Yo no sé si este cóctel de pastillas me hace bien o me hace mal, pero no es cuestión de pensarlo y no queda otra que dejar que se peleen por ahí dentro y no estropeen unas lo que arreglan otras. Y aquí viene mi crítica si podemos llamarla así a la presentación de estos cuatro medicamentos en blísteres. Para no estar día a día con las pastillas, he comprado un pastillero en el que puedo preparar las tomas correspondientes a 28 días, de forma que me preparo las dosis para que sea más fácil y cómoda su ingesta diaria. Con ello me doy un atracón de ir sacando las pastillas una a una de sus receptáculos en los blísteres dichosos para hacer montoncitos antes de colocarlas en el pastillero. Si estuvieran sueltas en recipientes me sería mucho más cómodo.
Aparte, como ya he comentado, no puedo quitarme de encima la sensación, cuando acabo, de los euritos que cuesta la montonera de blísteres que tengo que tirar directamente a la basura. Por cierto, ¿debería ir a la basura convencional u orgánica? ¿Los blísteres de medicamentos tienen un reciclado especial? Hay que tener en cuenta que algunos, tras su uso, pueden contener restos en forma de polvo y ser tóxicos. Tras un rato husmeando por la red no he llegado a una conclusión determinante pero una sugerencia de la que no me fío mucho y para el caso de los blísteres de aluminio es introducirlos en un tetrabrik como los de leche y al contenedor amarillo. Lo mismo es una aberración, que nunca se puede fiar uno de lo que lee por ahí. Si hacemos caso a las recomendaciones oficiales de las autoridades sanitarias… «los envases de los medicamentos que estén vacíos y los restos de medicamentos que ya no se necesiten o que hayan caducado, deberán ser depositados en el Punto SIGRE de la farmacia» y «en el Punto SIGRE de la farmacia, se recogen los blísteres de medicamentos, así como otros envases como cajas de cartón, frascos de vidrio y aerosoles» ¿Alguien lo hace con los vacíos? Preguntaré en la farmacia la próxima vez que acuda a aprovisionarme para ver que me dicen, no creo que les haga mucha gracia el asunto de los vacíos. Además… «si los blísteres de medicamentos no se reciclan, pueden acabar en vertederos o incinerados, lo que contribuye a la acumulación de residuos y a la contaminación del medio ambiente».
La receta médica y su dispensación en la farmacia te deja las manos atadas y, aunque existiera que creo que no, otra forma de presentación, con la Iglesia hemos topado Sancho: blísteres tengamos, sí o sí.
Un cierto movimiento actual en estos días aboga por las compras a granel siempre que sean posibles, reduciendo el número de envases. Por ejemplo, las lentejas y los garbanzos los compro con este modelo, donde pido la cantidad que utilizo en prepararlos, que son en mi caso 600 gramos. En el colmado, el dependiente me los coloca en una bolsa de papel con una pala directamente desde un saco, los pesa y me los entrega. Menos mal que las lentejas y los garbanzos no vienen, uno a uno, en blíster.