domingo, 9 de junio de 2024

CABANGA

Me atrevo a conjeturar que muy pocas personas que vean la (insulsa) imagen que encabeza esta entrada sabrán donde está. La transformación de las ciudades hace desaparecer edificios otrora emblemáticos para ser sustituidos por edificios modernos y funcionales. Está situado en pleno centro de Madrid, a escasos pasos de la Puerta del Sol, concretamente en la calle del Maestro Victoria, contigua a la Plaza del Celenque y la calle Arenal.

Hace cincuenta años, al menos entre 1973 y 1978, había en el mismo lugar otro edificio con una cierta solera: la oficina central de la desaparecida Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid. Tenía una entrada digamos principal por la plaza de las Descalzas, pero en esta ubicación estaba otra entrada con una oficina automática y el aparcamiento. Transité a diario por esta entrada en esos años mientras prestaba mis servicios como empleado en esa entidad hoy ya inexistente. El edificio al completo ha sido remodelado y transformado en un moderno hotel.

Dado que me gusta acudir con (mucho) tiempo a mis citas, he tenido esta semana un rato para brujulear por la zona recordando viejos tiempos en sitios donde los compañeros solíamos desayunar. Contábamos con una cafetería en el interior del edificio, pero a la hora del desayuno estaba a tope y nos gustaba salir un poco para cambiar de aires. Mantengo relaciones actualmente con algunos de esos compañeros de entonces: Manolo, Juan, Máximo y este «juntaletras» nos seguimos viendo bimestralmente —que no bimensualmente— para cascarrabiar un rato y mantener la amistad y el contacto. A ellos he recurrido para recuperar los nombres de alguno de los establecimientos que frecuentábamos entonces en nuestros desayunos y que hoy día han desaparecido. Solo queda uno, que frecuentábamos poco, que es la Chocolatería San Ginés, una especie de corteinglés moderno que se ha expandido por la zona.

En la calle Arenal, muy cerca de la Puerta del Sol, estaba la cafetería ARYSOL. Formidables tostadas con mantequilla y mermelada acompañaban a un café exquisito servido por unos atentos camareros que en aquella época eran casi como de la familia, como los del resto de establecimientos que frecuentábamos a diario en nuestros desayunos. Más abajo, en la propia calle Arenal y esquina con la Travesía del Arenal estaba FERPAL, donde degustábamos una buena cerveza de barril bien tirada y unos sándwiches variados que quitaban el hipo. Hoy en día es una macro tienda de recuerdos para turistas de las que abundan por la zona centro de Madrid.

Más cerca de la entrada de la Caja estaba la pastelería LA FLOR Y NATA. Pasar por delante era un peligro por el formidable e intenso aroma que despedía su obrador; en algunas ocasiones, ya bien desayunados, no podíamos remediar la tentación de entrar a rematar con un pastelito o bollería de lo más exquisito.

Bajando por la calle Arenal y girando a la izquierda, en la acera derecha de la calle Bordadores, sigue funcionando el restaurante CASA GALLEGA. No era sitio para desayunar, pero sí para comer. Nuestra jornada laboral finiquitaba a las tres de la tarde, momento en el que todos salíamos pitando para llegar lo antes posible a casa. Pero en algunas ocasiones había que quedarse por la tarde, con lo que la CASA GALLEGA era un sitio donde nos servían —al menos a nosotros— un menú asequible en precio. Y eso cuando la comida no era oficial, porque cuando lo era e íbamos invitados por alguna empresa, el comer a la carta era un festín. Luego había que volver a la oficina y seguir…

Pero, hablando de establecimientos emblemáticos de nuestros desayunos, al costado mismo de la CASA GALLEGA y más cerca de la calle Arenal estaba ESPIÑEIRA, una tasca, bar o lo que fuera, gallego también, regentado por un matrimonio. Los huevos fritos con patatas que hacía la señora eran para chuparse los dedos, siempre acompañados de algún aditamento —chorizo, beicon, morcilla, panceta, picadillo…— que hacían nuestras delicias todos los días que acudíamos allí.

Por no ser exhaustivo, comentaré uno de los desayunos más especiales, que realizaba yo solo con Jorge, compañero y amigo por aquel entonces. Comprábamos pan y nos pasábamos por LA MADRILEÑA, un establecimiento emblemático en la propia calle Arenal y desaparecido hace no muchos años. Tenía un encanto especial, con sus tres dependientes muy peculiares: el encargado (un señor de armas tomar), la cajera y un chico que andaba a la carrera siempre espoleado por el encargado. Eran especialistas en embutidos alemanes tipo bratwurst, mettburst y otros xxxwurst, así como sobrasadas, morcilla en lengua, patés y demás delicatessen amén de los embutidos clásicos. Con nuestro pan y lo adquirido en LA MADRILEÑA nos íbamos a una tasca cuyo nombre no he podido recordar y que no existe ya en la calle de Los Coloreros, saliendo por el pasadizo de San Ginés. En esta tasca, regentada por dos hermanos ya mayores, nos dejaban prepararnos unos buenos bocadillos acompañados de las correspondientes cervezas para cobrar fuerzas y volver al trabajo.

Dejé de ir y ya nunca volví a esta tasca cuando mi amigo Jorge marchó al Servicio Militar, por cierto, con un enchufe inesperado y de categoría que le deparó una mili de lujo casi sin pisar el cuartel. Cuando Jorge se despedía de los taberneros de la tasca para incorporarse a la mili, los dueños le dijeron que tenían contactos en el Ejército y podían procurarle un buen destino, como así ocurrió. Cuando Jorge supo sus datos en el campamento militar, me los pasó y se los proporcioné a los taberneros que hicieron su magia, una magia potente. Cuando Jorge acabó la mili y volvimos por allí, la taberna seguía, pero con otros taberneros que no supieron darnos razón de los anteriores para contactar con ellos.

Es de reseñar que en la zona sigue en activo CASA LABRA, famosa por sus porciones de bacalao rebozado, pero nunca, que yo recuerde, fuimos a desayunar allí. También, mi buen amigo Manolo me recuerda un establecimiento especial, otro lugar a recordar... «un lugar donde tomar leche fresca, natural o una horchata de chufa. En la misma calle Maestro Victoria subiendo hacia la calle Preciados a la derecha. Solo abría en el verano, ya que el propietario que atendía el negocio pasaba parte del año en Valencia. El lugar se llamaba TOLÓN-TOLÓN».

Contrariamente a lo que es costumbre y sin que sirva de precedente, permítaseme una (pequeña) maldad al no aclarar el significado del vocablo que sirve de título a esta entrada. Espero que el avezado lector que haya llegado hasta aquí sepa y pueda perdonarme esta falta y la obligación de hacerle consultar el diccionario si tiene interés. Hoy día es sencillo el hacerlo desde cualquier teléfono móvil y, además, a buen seguro que el significado lo habrá deducido por el tono de lo relatado.