Todos los asuntos tienen sus momentos en la vida de las personas. No se acometen ciertas acciones o actividades de la misma forma cuando se tienen veinte años que cuando se tienen setenta. Las personas cambiamos a base de experiencias a lo largo de la vida, pero también los contextos evolucionan y no son lo mismo con el paso del tiempo.
Conocí el mundo del camping allá por los principios de los años 70 del pasado siglo XX. No había cumplido los veinte cuando tuve la suerte de poder adquirir un coche en propiedad. Era un Seat 127 y qué mejor manera de disfrutar de la libertad que te daba un automóvil que recorrer toda la costa norte de España desde la frontera portuguesa hasta la francesa. Convencí a un buen amigo, Carlos, y con una tienda de campaña y mucho entusiasmo nos lanzamos a la aventura.
La idea era recorrer esa zona con una cierta celeridad ─trabajábamos ambos y las vacaciones eran limitadas─ de forma que conociéramos directamente los sitios con encantos especiales para volver en el futuro con tranquilidad a disfrutar pausadamente de ellos. La experiencia de ese recorrido y la forma de hacerlo ─de camping─ fue interesante y muy provechosa. Íbamos a nuestro aire, sin trayectos preconcebidos y donde nos pillaba la tarde buscábamos un camping y pasábamos la noche. Al día siguiente, recogida de bártulos, carretera y manta.
El caso es que me aficioné y con cierta frecuencia volví a las andadas. Tanto que a principios de los ochenta el radio de acción se amplió prácticamente a toda Europa. La misma tarde que nos daban las vacaciones de verano nos íbamos a un supermercado y llenábamos el coche de comida no perecedera. El coche era un poco más grande, un Renault 14, pero era todo un arte colocar las latas de sardinas en tomate por zonas del motor o la leche y las galletas para los desayunos debajo de los asientos. Tienda de campaña, sacos de dormir, mesa y sillas, camping-gas… y al día siguiente ¡Europa nos espera!
El camping seguía siendo nuestro medio elegido. Los había muchos y muy buenos en Europa y recuerdo que nos hicimos con una guía ─en papel, claro─ de la AA─Automobile Association inglesa, que tenía muy buenas recomendaciones de todos los campings de Europa: siempre que podíamos íbamos a alguno de ellos. Fueron años de hacer kilómetros por las carreteras europeas llegando al Cabo Norte, Budapest o Atenas por citar unos ejemplos. Me quedé con las ganas de ir en coche a la Unión Soviética, que se podía, pero presentaba muchas complicaciones de visados y autorizaciones y nunca llegué a hacerlo. Era la aventura, conocer mundo y también hubo sus problemillas, ninguno grave, que se fueron solucionando sobre la marcha, eso sí, sin internet ni teléfonos móviles.
Pero fue pasando el tiempo y ya con familia lo del camping empezaba a ser un poco más complicado. Lo intentamos un par de veces, pero se ve que nos hicimos mayores y… La alternativa fue unos años en Inglaterra, Escocia o Irlanda tirando de granjas y Bed&Breakfast, otra experiencia muy interesante y que recuerdo como si fuera ayer. Unas veces con el ferry desde Santander en nuestro propio coche y otras veces con avión y coche alquilado.
En la actualidad todo es diferente. Las cosas han cambiado mucho (y yo también). Además de Agencias de Viaje que se encargan de todo ─al menos teóricamente─ siempre tenemos internet y numerosas aplicaciones y páginas para comprar los billetes de avión y reservar los hoteles o apartamentos. Nuevas formas en nuevos tiempos.
Volviendo al tema, los campings pueden estar situados en lugares estratégicos. Vea en la siguiente imagen un camping actual incluso con playa propia cuando la marea está baja.
Pero ahora lo que predomina ya no son las tiendas de campaña. Caravanas, o más propiamente, autocaravanas están masificando un tipo de turismo que ya no tiene ese encanto de antes y que está creando serios problemas por su masificación y aparcamiento por libre fuera de lugares autorizados y preparados para ello. Solo basta con echar un vistazo a las noticias para detectar los problemas que tienen los ayuntamientos de zonas vacacionales con las autocaravanas ─y furgonetas preparadas─ que aparcan a su albur y no siempre dejan limpio el sitio tras su marcha. A continuación, un extracto de una noticia de este verano de 2024
Y pese a ello, una gran parte de los autocaravanistas no los utilizan. «El problema de las autocaravanas es serio, es grave, hay que calificarlo de invasión. O Grove no puede soportar 400 autocaravanas. Hoy, aún en el mes de mayo, en O Corgo, hay diez, doce. Hasta 60 tenemos contado en A Lanzada, en A Toxa otras tantas, en Área Grande, O Carreiro...», dice el regidor socialista, quien reconoce que, aunque hay «autocaravanistas que son muy respetuosos, este fenómeno se nos ha ido de las manos».
Los campings de los setenta eran otra cosa. La proximidad permitía hacer ciertos contactos con los vecinos o en zonas comunes, intercambiar opiniones y enterarse de algunos lugares del entorno que merecía la pena visitar. Contactos enriquecedores que en alguna ocasión acabaron en actividades conjuntas como paseos en bicicleta alquilada o compartición de una tortilla de patatas con un salchichón de caballo y una buena botella de vino que iba debidamente incrustada en algún lugar del maletero.
Por lo demás, como puede verse en la imagen que encabeza esta entrada, hasta se podía disfrutar de un concierto de violín a puerta de tienda ofrecido por dos anónimos músicos. Muchas cosas eran posibles que no lo son ahora en frías habitaciones de hotel o pisos de alquiler. Otra manera de viajar.