Una característica del devenir humano en la actualidad es la ingente cantidad de basura que producimos. Los vertederos están cada vez más llenos y por mucho que se empeñen en las campañas de reciclado, las cantidades de desechos que generamos es cada vez más preocupante. Una zona en medio del pinar que ahora es hasta bonita para pasear, era hace años una garganta: despareció colmatada de basura que permanecerá enterrada por los siglos de los siglos, salvo un accidente que la saque de nuevo a luz.
Yo recomendaría y hasta casi impondría como una obligación ciudadana el girar una visita a un vertedero de una gran ciudad, como Madrid, por ejemplo. El vertedero de Valdemingómez merece una visita que resultará tremendamente instructiva y reveladora. No podemos imaginar la cantidad y los tipos de basura que producimos día tras día.
Es verdad que no somos culpables del todo, porque los usos comerciales han cambiado drásticamente especialmente en la venta de productos y su envasado. Cuando yo visitaba a mis tíos en un pueblecito de Toledo en los años 60 del pasado siglo XX, la cantidad de basura producida en la casa era… cero pelotero. No había envase alguno y los desechos orgánicos acababan en el corral de las gallinas o de los cerdos, todo se aprovechaba. No recuerdo que pasara por el pueblo el conocido como camión de la basura porque realmente no tenía nada que recoger. Es verdad que en las casas había lo imprescindible y que todo se arreglaba, reparaba o aprovechaba hasta la eternidad. La cocina de carbón daba cuenta directa de muchas cosas, por ejemplo, papeles, astillas o cartones, que acababan convertidas en humo.
En aquella época, en un pueblo más avanzado y menos rural, la basura producida por las casas era mínima, apenas un cuarto de cubo con algunas mondas, cáscaras de huevo, huesos o espinas que sí iban a parar al camión de la basura que pasaba regularmente y llevaba las cosas a ese vertedero que se acabó llenando y que, como digo, ahora es un lugar de paseo en la naturaleza sin que los viandantes puedan imaginar lo que hay debajo.
Poniéndose el gorro del mundo anglosajón o inglés, se ha tomado la costumbre de anteponer una «e» minúscula ─abreviatura de electronic─ para indicar que estamos hablando de los mundos de internet. El título de esta entrada, eBASURA podría dar una pista de que estamos refiriéndonos a la basura electrónica, que también hay mucha. De hecho, cada vez es más preocupante la cantidad de datos ─fotografías, vídeos…─ que guardamos y cuyo número crece y crece sin parar necesitando cada vez más espacio en los discos duros, teléfonos o nubes.
Las grandes empresas, enormes recolectoras de nuestros datos, empiezan a estar preocupadas por que ya no tienen sitio donde guardarlos. Google mantiene un historial de ubicaciones de todo aquel, somos muchos, que tenga un teléfono Android. Yo puedo consultar que el 19 de diciembre de 2013 estuve ─mi teléfono estuvo─ en el colegio de mi hija desde las 14:56 hasta las 16:47. Mantener todos estos datos y otros muchos de millones de usuarios necesita un espacio enorme, que crece exponencialmente. Parece que, según me cuenta mi buen amigo José María, Google está empezando a avisar de que va aplicar restricciones en este asunto de las ubicaciones, y en otros. Empieza a ser un problema este síndrome de Diógenes que, como todo, ha llegado también al mundo digital.
Internet lleva ya muchos años entre nosotros y los pensantes han creado un palabro inglés para designar la basura que se ha ido acumulando: «Enshittification», que pudiera traducirse por «enmierdificación» aunque está más enfocado a las plataformas y su engrosamiento descomunal de datos, muchos de ellos ya inservibles y que las conducen a morir de éxito.
En todo caso, la basura electrónica es un asunto muy personal. Lo que para unas personas es basura para otras es un bien preciado y a conservar. Especialmente y hablando de datos de alta ocupación, como vídeos y fotografías, los teléfonos y los discos duros no son de chicle y se acaban llenando. Y cuando llega el momento de tomar la decisión de borrar o ampliar el espacio disponible, casi siempre optamos por esta segunda opción, que nos conduce a agravar el problema que sin duda volverá sobre nosotros algún tiempo después.
Es importante, por tanto, tomar decisiones en cuanto a lo que almacenamos, especialmente el supuesto uso que lo vamos a dar en el futuro. En ocasiones, tenemos cosas en nuestros dispositivos electrónicos que no recordamos ni siquiera que están ahí. Muchas de ellas no las volveremos a reutilizar en nuestra vida, pero, eso sí, se quedarán ahí hasta que otros que vengan detrás las rescaten del olvido o las borren definitivamente.
Es un hecho, tanto en el mundo físico como en el mundo digital, que de cuanto más espacio dispongamos, mas acumularemos hasta llenarlo. El ejemplo en el mundo físico son los trasteros que ahora se llegan hasta alquilar para llenarlos de cosas que permanecen años y años en ellos, sin ningún uso, hasta olvidarnos incluso de ellas. No digamos los armarios de las casas y otros muchos recovecos de los hogares.
El mundo virtual no escapa a esta acumulación. El uso masificado de los teléfonos móviles ha fomentado la toma de fotografías y vídeos por millones en cada minuto. ¿Dónde se guarda todo esto?