Supongo que es lo que tiene el ir cumpliendo años, cosa que le ocurre a uno y también a los demás. Para lo que hoy quiero comentar me vienen a la cabeza dos frases hechas de esas que tanto me gustan: «todo cambio representa una oportunidad» y «más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer». Contradictorias ambas según desde el punto de vista que se las interprete.
Me va ocurriendo últimamente con frecuencia, pero este verano se ha dado el caso por triplicado. Somos animales de costumbres y al cabo de muchos años tenemos una serie de empresas y profesionales en los que confiamos ciegamente y a los que recurrimos regularmente cuando la situación lo requiere.
Hace muchos años, cuarenta al menos— durante un paseo por Ávila en un día de San Isidro —festivo en Madrid, pero laboral allí— entré en una zapatería que contaba una cierta antigüedad. El zapatero tenía sus años, me atendió estupendamente y me recomendó unos zapatos que me irían bien para mis delicados pies. Tras probarlos unos días comprobé lo magníficos que eran y lo cómodo que me sentía con ellos. Para no esperar a La Almudena pedí un día libre y me fui a ver al zapatero. Tuve suerte porque disponía de cinco pares iguales a los que había comprado con la circunstancia de que en breve cerraría la tienda por jubilación. Le compré los cinco pares y he ido gastando esos zapatos con gran satisfacción a lo largo de estos años. Me queda un último par, ya muy viejito pero que conservo y alguna vez me calzo por aquello de la nostalgia.
Hace ya una decena de años se jubiló Ricardo, mi óptico de confianza en Carabanchel, al que acudíamos toda la familia y algunos amigos. He picoteado por otras ópticas, grandes y pequeñas, tratando de encontrar esa oportunidad que predice el cambio sin éxito. Lo mismo ocurrió con mi podólogo, Cristóbal, al que yo acudía con regularidad dada mi condición de corredor y mis problemas frecuentes con las uñas. No he vuelto a encontrar (todavía) ninguno (o ninguna) cómo él.
Como digo, este verano… tres a falta de una. El jefe del taller mecánico de coches al que llevo acudiendo una treintena de años se ha marchado. Le faltaba poco para la jubilación, pero se ve que su vida ha tomado otros derroteros. Supongo que los mecánicos seguirán por allí, pero la confianza que te daba al escucharte y solucionar tus problemas no la he encontrado en su sustituto. Veremos.
La segunda ha sido el albañil que hacía las reparaciones caseras, bien por mantenimiento regular bien por avería. Cuando le llamé este verano me dijo que me iba a hacer una excepción conmigo en atención a los muchos años, porque se iba a jubilar en septiembre y ya no cogía encargos. La pregunta que le hice fue: ¿Y ahora que hago yo cuando tenga necesidad? ¿A quién llamo? Se encogió de hombros y no conseguí que me recomendara un sucesor. Sus motivos tendrá, con lo que habrá que irse buscando la vida en este asunto para cuando llegue la próxima.
Y la última ha sido esta misma semana. A primeros de septiembre, desde que vivo en esta casa que ya supera los treinta años, llamo a una empresa que me hace la revisión de la caldera de gasoil. Siempre han venido las dos mismas personas: Alex o Juan Manuel. E incluso me cambiaron la caldera cuando la primera dijo basta. Pues bien, ya me han dicho que se retiran a fin de año y que por ello al año que viene su teléfono no tendrá respuesta a mi llamada. Y cuando he solicitado que me recomendaran otra empresa, la callada por respuesta. Siempre es un compromiso.
Hace años, por seguridad, instalé unas rejas en la terraza de la cocina que da a un patio interior y que era algo accesible a los amigos de lo ajeno. El herrero que me las confeccionó hizo su trabajo y yo quedé satisfecho con él. Como ocurre en algunas ocasiones, un vecino de enfrente que presenció la operación, me pidió el teléfono para hacer lo propio en su terraza. En qué hora. Tuvo muchos problemas con el herrero e incluso me dio quejas de él no explicándose como yo se lo había recomendado, cosa que no hice: solo le facilité el contacto.
Se impone empezar a tomarse en serio estos asuntos y ser previsor, porque más vale prevenir que curar. Asediaré a preguntas a mis familiares y amigos de la zona para que me recomienden empresas o personas en estos asuntos que se me van quedando cojos porque el tiempo se pasa volando y hay que estar preparado para cuando llegue la ocasión, que por lo general será de modo intempestivo y sin avisar.
Aunque ahora se los llama «de familia» toda la vida se los ha llamado «de cabecera». Me refiero a los médicos que nos atienden de forma primaria para evaluar nuestro problema de salud y en caso de no poder tratarle, derivarnos a un especialista. En algunas Comunidades Autónomas es de libre elección, al menos de forma teórica porque los mejores van agotando sus cupos y es imposible cambiarse a ellos.
Aunque no es usual tener un fontanero, un mecánico o un «xxx» de cabecera, en el fondo la idea es la misma. Se trata de disponer en nuestra agenda de teléfonos de profesionales o empresas a las que recurrir en caso de necesidad, en la confianza de que no nos darán un sablazo o nos harán una chapuza, que de todo hay en la viña del Señor. Y muchas veces el problema no es llamar a alguien, sino ¡conseguir que venga! en tiempo y forma.
Además, todo ello es especialmente delicado cuando se trata de personas o propiedades. Dejar a nuestros familiares, niños o padres, en manos de alguien o dejar una llave de nuestra vivienda a una persona que asista regularmente para limpieza o plancha puede representar un verdadero problema especialmente en los primeros contactos. Es verdad que en estos casos la tecnología viene en nuestra ayuda con cerraduras inteligentes o cámaras de vigilancia controladas desde el móvil desde cualquier parte del mundo.