viernes, 18 de enero de 2008

TIENDAS

Vivo en un pueblo, ya de cierta entidad, en las cercanías de una gran capital. En el aspecto del comercio es un entorno complicado ya que hoy en día nos desplazamos mucho, por trabajo o por ocio, incluso por compras, con lo que es relativamente fácil, y corriente, vivir en una localidad y hacer el gasto, diario o extraordinario en otra. Muchas personas, que se desplazan a sus quehaceres laborales en coche, optan por la comodidad, precio o conveniencia en parar un momento en el trayecto de regreso a casa y hacer las compras.

El hecho que voy a comentar en este suelto ya me ha ocurrido en más de una ocasión. Hace unos días en el grupo al que pertenezco por afición decidimos comprar unas estanterías para ordenar y dejar con mejor aspecto el local en el que nos reunimos, trabajamos y tenemos nuestras cosas y archivos. Hay ciertas cosas que le tocan a uno y esta fue una de ellas: encargarme de mirar y comprar lo más conveniente.

Dirigirse a una tienda del pueblo en el que vives y te conocen tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Te desplazas andando, te conocen y atienden bien y con amabilidad pero tienes que comunicar lo que quieres. Desde ese momento el comerciante sabe de tu necesidad y si al final no le compras el producto a él puede pensar en mil razones y sentir cierto malhumor. En este caso mi intención era ver si disponían de las estanterías y su precio. Me dieron un presupuesto y me dijeron que no las tenían en el almacén, si no que había que pedirlas y tardarían unos días. Repito e insisto, “unos días”.

Con motivo de un desplazamiento de los que hemos comentado, paré y entré en uno de esos grandes centros comerciales donde tienen de todo, donde se aparca fácilmente y donde con un carrito, por lo menos hasta el coche, te puedes llevar montones y montones de cosas casi sin esfuerzo. Por descontado que disponían de las estanterías que necesitábamos y de todos los aditamentos necesarios, debidamente embalados y preparados. El precio era también inferior, no mucho, así que estaba todo a “pedir de boca” para cargar con las estanterías, pagar con la tarjeta, cargarlas en el coche y llevarlas directamente al local.

Pero …. de vez en cuando se hacen cosas sin saber muy bien porqué. Realmente el asunto no corría una prisa enorme, aunque hay muchas cosas empantanadas en el local pendiente de su ordenación. Siempre está bien preocuparse por tus convecinos e intentar mantener las tiendas abiertas que bien que acudimos a ellas cuando necesitamos algo con cierta inmediatez. Así que volví a la tienda y encargué las estanterías. Tomaron nota y me dijeron que ya me avisarían. Pregunté que cuando, más o menos, lo que hizo que se molestara un poco mi buen amigo el tendero. Al final, no obtuve una respuesta clara, simplemente “que ya me llamaría” cuando estuvieran.

Ha pasado una semana desde que hice el encargo. No me han avisado y he cometido la “indelicadeza” de ir a preguntar, …. sin haberme llamado. Con cierto tono de molestia poco más o menos he entendido que no habían hecho el pedido, que tenían que esperar porque no podían pedir eso solo y alguna cosilla más que no he podido o no he querido entender.

Y yo me pregunto ¿no podría haberme informado de esto cuando encargué las estanterías?

Seguiremos esperando, ya no queda otro remedio, salvo salir a malas. Algún día me avisará y tendré que ir a recoger las estanterías. No se puede aparcar en las inmediaciones así que o echarle cara y parar el coche en medio de la calle hasta que cargue el material, por supuesto sin carrito, o hacer viajes al coche aparcado lo más cerca posible.

Y cuando esto ocurra, lo más probable es que se me quede una cara de haba y piense si no he hecho el tonto al no comprar las estanterías en el centro comercial, mucho antes, más baratas y con más comodidad.

Repito que esto me ha ocurrido en otras ocasiones. Una vez fue con un libro que vendían en la librería enfrente de mi oficina y que por los mismos motivos encargué en la tienda del pueblo. Fueron tres semanas lo que tardó en llegar. Otra vez con un cuadro que si no llego a pasar por la tienda y cambiar la moldura, no lo habrían hecho nunca porque no encontraban la moldura que me habían ofrecido.

No sé la solución, si la hay, pero las tiendas y sus tenderos deberán poner más imaginación para paliar o amortiguar estos hechos en la medida de lo posible. Por lo menos con una información veraz y ajustada. Si no lo hacen, incluso aquellos como yo que tomamos decisiones “raras” desde el punto de vista de la comodidad y del coste dejaremos de hacerlo y optaremos por lo que más convenga a nuesros intereses sin mostrar nuestra vena altruista.

miércoles, 16 de enero de 2008

TRES CARRILES


Cuando yo empezaba a conducir, hace ya algunos años, e incluso antes cuando me fijaba en los conductores, solo había en las inmediaciones de mi residencia una autovía dotada de tres carriles. El resto era o de dos o bien carreteras normales con circulación en ambos sentidos.
Una cuestión me resultaba curiosa: algunos conductores, nada más incorporarse a la autovía y sin haber tráfico, se incorporaban inmediatamente al carril central y allí permanecían impasibles, vista al frente, hieráticos, hasta que llegaban a su destino o se acababan los tres carriles.
En la autoescuela nos habían enseñado, por activa y por pasiva, que se circulaba por la derecha, siempre por la derecha. Había otros países, Gran Bretaña por ejemplo, donde la circulación era por la izquierda y por ello sus coches están adaptados, con el volante en la parte derecha de los vehículos.
Cuando lo comentaba con alguna persona mayor y conductora, incluso con algunos que realizaban esa, repito que para mí curiosa, operación, salían por los cerros de Úbeda alegando cuestiones tan peregrinas como seguridad, que el carril derecho estaba machacado por los camiones, que ya había un tercer carril para que les adelantaran y zarandajas por el estilo. Normalmente las personas, cuando realizamos alguna acción indebida, soslayamos los “contras” y buscamos todo tipo de justificaciones para los “pros”, refugiándonos en afirmaciones que nosotros sabemos que no son válidas pero que defendemos a capa y espada incluso ante nosotros mismos, en un juego que no deja de ser una especie de autoengaño autoconsentido.
Han pasado ya bastantes años. Hay mucho más tráfico, muchas más autopistas y autovías, mucha más información, las autoescuelas disponen de más medios y los alumnos salen teóricamente más preparados para enfrentarse a la jungla que es el tráfico.
Ya disponemos en el entorno en el que me he referido al principio de este escrito de varios kilómetros de autopistas con cuatro carriles en cada sentido. Curiosamente muchos conductores y conductoras siguen realizando la misma operación. Cuando se incorporan a la autopista se desplazan sin dilación al tercer carril. Con la autopista vacía, se instalan cómodamente en él y ahí me las den todas, incluso a velocidad anormalmente baja, por debajo del límite autorizado. La autopista vacía y el cochecito circulando por el tercer carril sin ningún pudor. Pero es que es frecuente ver a muchos camiones y autobuses, y no digamos las furgonetas de reparto esas que van como balas, circulando por el segundo carril, dejando libre el de la derecha, como si estuviera de adorno.
Entonces, cuando tu vas circulando por la derecha y avistas una de estas situaciones… ¿Qué hacer? Si sigues por el carril derecho y adelantas a los que claramente circulan infringiendo las normas, tú también pasas a tu vez a infringirlas, con el consiguiente peligro que supone adelantar por la derecha si los que circulan mal deciden un cambio y lo hacen sin mirar a los espejos y sin avisar con antelación mediante el uso de esos eternos olvidados que son los intermitentes. La solución es pasar del primer carril al cuarto, adelantar y volver a tu carril derecho como mandan las normas. Una veces se hace y otras no.
El resultado es que en una autopista con varios kilómetros de cuatro carriles en cada sentido la circulación es espesa, densa y ….. peligrosa. Me atrevería de calificarla de muy peligrosa, dado que todo el mundo circula por donde le parece, cambia de carril, adelanta por la derecha o por la izquierda, en fin, lo que podía llegar a ser y es un caos.
He tenido la suerte, ahora y desde hace años, de hacer bastantes kilómetros por carreteras europeas. En las autopistas alemanas, donde más placer he sentido en la conducción, hay enormes carteles de vez en cuando que te recuerdan el que debes circular por la derecha. En Gran Bretaña es un placer ver como todo el mundo en general circula por su izquierda cambiando de carril cuando es necesario adelantar y volviendo al izquierdo en cuanto es posible. En fin, en todos sitios habrá de todo y en otras caras de la moneda, Portugal o Grecia son un poco caos en sus carreteras y en sus modos de conducir, a mi modesto entender. Espero que hayan ido mejorando.
Hoy día tenemos palabras para todo. La conducción insegura y con miedo se denomina “amaxofobia”. He disfrutado mucho y disfruto conduciendo pero en esas autopistas de cuatro carriles, incluso con poco tráfico, cuando esos conductores circulan como les viene en gana, llevando su retrovisores de adorno y más pendientes de la radio o incluso el teléfono móvil, no dejo de sentir un poco de amaxofobia en la conducción.
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viernes, 11 de enero de 2008

DOS AMIGOS


Esta pequeña historia de dos amigos pretende transmitir la importancia que tiene la actividad física diaria en la vida de las personas. De forma intencionada he utilizado la palabra actividad en lugar de ejercicio para no hacer una distinción pormenorizada entre sus significados. Lo ideal es que todos hiciéramos algo que obligue de alguna manera al cuerpo a mantener el tono físico, dado que hoy día, debido a las nuevas formas de trabajo y de desplazarse, algunas personas pasan jornadas completas prácticamente sin moverse. Como premio adicional, la actividad, o el ejercicio si queremos considerarlo como una actividad más intensa, aportan un grado más o menos importante de optimismo en el afrontamiento de los problemas diarios, dependiendo del carácter y la personalidad de cada cual, y permite o incluso garantiza un mejor descanso.
Uno de ellos, Anastasio, fué cartero urbano hasta su jubilación con 63 años. Cartero de los de antes, de la saca al hombro, llena de cartas, periódicos, giros y reembolsos, de ir andando a repartir, incluyendo varias idas y venidas a la cartería para rellenar la cartera dado que en un viaje no cabía todo el trasiego diario. Puedo asegurar que la saca pesaba lo suyo, principalmente debido al periódico ABC que era el que más suscriptores tenía en el pueblo, dado que en alguna ocasión y durante mis vacaciones escolares de verano le acompañaba, lo cual fue una experiencia enriquecedora. Nunca estuvo enfermo y alguna fotografía hay suya en pleno reparto con la nieve hasta las rodillas. Eran otros tiempos donde los carteros tenían a gala, y lo cumplían, que no se quedaría ningún envío sin repartir pese a viento, marea e inclemencias del tiempo. A última hora, dado que no tenía carnet de conducir, consiguió que le asignaran primero una “velosoles” y luego una “rieju”, pequeñas motocicletas que le ahorraban buena parte de sus paseos.
El otro amigo, Julián, dos años mayor, se jubiló con 65 años y por tanto al mismo tiempo. Julián era un caso opuesto, ya que sus labores administrativas en una multinacional le hacían pasar la jornada laboral sentado poco más o menos todo el día.
En el momento de la jubilación, quizá con el peso de sus respectivas profesiones, se invirtió la tendencia. Julián empezó a andar, a salir, a moverse, en suma, a incrementar grandemente su actividad física. Incluso se trasladó a una ciudad a nivel de mar, con clima más templado durante los meses de invierno, que le permitía incluso bañarse todos los días del año así que apareciera un poco el sol. Un bañito, secado de toalla, cambio a un bañador seco, camiseta, y a pasear. Luego en verano, regresaba los dos meses a la montaña, para saludar a sus amigos y paisanos, huir de los veraneantes de la playa y aprovechar el clima menos caluroso para seguir con sus ejercicios y paseos. Perdió a su mujer hace algunos años, pero la vida sigue y el la vive intensamente, vamos, que está hecho un chaval. Vive solo en la ciudad de la costa, a cientos de kilómetros de sus hijas, se organiza su vida y su principal problema son las conversaciones con sus hijas que se le quieren traer cerca para atenderle y “por si pasa algo”. Cuando surge la ocasión, por Navidad o con motivo de algún evento, coge su tren y se viene, unos días, pero una vez aquí está deseando marcharse. Dice que no se encuentra, que no le dejan hacer nada, algún recadillo, pero que echa de menos su devenir diario.
Han pasado 23 años desde aquellas jubilaciones. Para atisbar un poco de que va esta historia, solo decir que ya me gustaría a mí, mucho más joven, tener el aspecto, la vitalidad y las ganas de vivir de Julián. Parece que el tiempo no pasa para él.
En la otra cara de la moneda, Anastasio, dos años más joven, fue reduciendo drásticamente la actividad física que le imponía su profesión. Hoy día se encuentra con muchos problemas físicos y por ende y poco a poco, mentales. Con motivo de una caída hace un par de años, empezó a tener problemas de movilidad llegando a permanecer en casa, de la cama al sillón y del sillón a la cama, sin apenas andar unos pocos pasos al día. Al ser una persona activa toda su vida y dedicada al trabajo, no tiene aficiones que pueda desarrollar sentado, tales como la lectura, música, fotografía, o incluso y que Dios me perdone, la televisión. El tema del ordenador le ha llegado tarde y no comprende que es eso de la “internet”. Esta falta de actividad física y mental acaba con el más pintado, por lo que poco a poco se presentan más complicaciones, digamos enfermedades, que van minando sistemáticamente las ganas de vivir y de luchar.
Un “viejo” profesor de psicología comentó en una de sus clases que, en lo tocante a la salud “es muy fácil tomar decisiones cuando caemos enfermos pero es muy difícil tomar las mismas cuando estamos sanos para evitar la posible enfermedad”.
Por si queda alguna duda, nos tenemos que aplicar el cuento. Y además seriamente. Esas conductas que nos repiten machaconamente los profesionales de la salud, y que nosotros interiorizamos, comprendemos y, lo que es peor, posponemos, nos pueden garantizar una mejor calidad de vida, incluso un alargamiento de la misma. El bajarse un par de paradas de autobús antes, aparcar más lejos del trabajo, ir a hacer los recados andando, beber menos, fumar nada, hacer ejercicio físico suave pero regular ciertos días a la semana, comer mejor, leer, viajar, ir al gimnasio o a nadar, aprender a tocar algún instrumento musical, girar una visita diaria a la biblioteca, asistir a una subasta de ganado aunque no seamos ganaderos, ver museos, apuntarse a bailes de salón, recibir clases de encuadernación, macramé o pintura, aprender un idioma …. son ejemplos de actividades que podemos desarrollar y que nos van a insuflar un mejor optimismo y una mejor calidad de vida actual y futura. Podemos seguir engañándonos a nosotros mismos con que no tenemos tiempo, pero lo que en realidad nos pasa es que no hemos visto “las orejas al lobo”. Pensemos que quizá cuando se las veamos ya será tarde y pongamos manos a la obra desde ahora mismo para ir “ahorrando” para el futuro.
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martes, 8 de enero de 2008

PILAS


Buscando hace unos días con mi hija pequeña palabras que tuvieran varios significados, nos topamos con la palabra pila. Utilizando el símil, nos “pusimos las pilas” para encontrar, sin tirar de diccionario, algunos significados.
Aunque actualmente ya no se llevan mucho, las pilas han sido un elemento básico en la cocina de las casas. Ahora, han perdido un poco su nombre y pasan a llamarse fregaderos encastrados, de uno o dos senos, y con varias formas, tamaños e incluso colores.
Otra acepción a la que llegamos es la de montón. Una pila de libros como ejemplo clásico. Pero tampoco es este significado el que será objeto de comentario en este suelto.
Y para entrar en materia, permítaseme dar un pequeño rodeo. Era yo muy pequeño, pero me acuerdo perfectamente de ello, cuando murió un tío mío. Yo contaba tres años y diecisiete días en ese momento y tenía una relación especial con él. Aparte de llamarnos igual, se encontraba postrado en cama de forma continua por una terrible enfermedad, que acabó al final con su vida. Al ser vecinos de vivienda, puerta con puerta, entraba varias veces al día a estar con él. Su compañía era muy grata, charlaba y charlaba, contando animosamente historias interesantes para un niño como yo ávido de aprender y conocer.
Un día, ese verano antes de su muerte, entré a saludarle y decirle adiós pues me encaminaba al parque a tener mi ración matutina de juegos con el resto de los niños del pueblo. Recibí un regalo, lo recuerdo perfectamente, un molino hecho de cartón, con todo su cariño, desde su cama, con sus aspas, sus puertas y ventanas y…. un curioso mecanismo adosado en la parte de atrás: una tolva. No sé si lo habrán adivinado, pero al verter arena con una pala en la tolva, las aspas del molino giraban a toda velocidad. Parecía cosa de magia. Lógicamente no sé donde acabó aquel molino pero recuerdo como lo mostraba orgulloso a los compañeros de juegos, dejándoles echar tierra por la tolva, pero que quedara muy claro que me lo había hecho mi tío.
Y todo ello….. ¡sin pilas! ¿existían las pilas en aquella época de finales de los cincuenta del siglo pasado? Creo recordar que ya por aquella época había algún transistor, portátil pero de gran tamaño, y también las linternas de pila de petaca. No puedo precisar las fechas aunque seguramente sea fácil de encontrar en los anuncios de la época.
Y esto viene un poco a cuento de un juguete que recibió mi hija en la pasada fiesta de Reyes. Seis pilas AA y una pila de 9 voltios, y encima a los Reyes se les olvidó incluir la tanda de baterías en el obsequio. Supongo que les resultaría oneroso y aunque no creo que costaran más que el juguete, les confesaré en secreto que la de nueve voltios costó más allá de cuatro euros y cada una de las otras seis salieron a cerca del euro porque interesaba que fueran alcalinas. En fin, más de diez euros de baterías que acabaran gastándose no dentro de mucho, según el trote que mi hija le dé al cochecito y que irán a la basura, eso sí ecológica, que las pilas contaminan mucho. Los coches de antes no tenían pilas, andaban a base de empujarlos o tirar de una cuerdecita con ellos. En fin, los tiempos cambian, las modernidades traen estas cosas.
Aquí, en esta festividad, se redunda la palabra, por la “pila de pilas” que hubo que comprar para poder poner numerosos cachivaches en funcionamiento, que parece que si no no sirven para nada y no se puede jugar con ellos. No sé si es el niño el que juega con el juguete o al revés, el juguete el que juega con el niño.
Y a raíz de esto me dio por hacer un repaso a las pilas o baterías que tenemos en las casas. Esto es un ejercicio de hacer una lista, que puede resultar aburrido, pero ahí va: reloj cuenta-atrás para el horno de la cocina, báscula de cocina, juguetes de los niños, teléfonos móviles, teléfono inalámbrico de casa, cámaras de fotos analógicas y digitales, motores de cámara, flash, linternas, llaveritos con luz para atinar en la cerradura, MP3, discman, Ipod, despertadores, relojes de pulsera, ordenadores fijos y portátiles, mandos a distancia de todo tipo de aparatos, termostato de la calefacción, estación meteorológica y su sensor exterior, medidor de la tensión, estimuladores eléctricos musculares, grabadora, afeitadora y corta-pelos, báscula de baño, transistor, termómetro, batería del coche, mando a distancia del garaje, herramientas como taladradoras y atornilladores, ….
Seguro que se me olvida alguno o varios aparatejos que se quedarán “sin vida” cuando se les gaste la pila hasta que se le sustituya.
¿Podemos vivir sin pilas?
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domingo, 6 de enero de 2008

ENVOLTORIOS

Este año sus Majestades han dejado los regalos sin envolver. Bueno, lo de sin envolver es un decir. Lo que no ha habido es el envoltorio final, de papel de colores y “papel cello” en abundancia, que todos, sobre todos los niños, nos tiramos a romper y deshacer toda velocidad para acceder al contenido. Este papel tiene la magia de ocultar hasta el último momento lo que nos han regalado.

En reuniones multitudinarias, alguien de la familia tiene que tomar una bolsa grande para ir guardando el batiburrillo de papeles y cartones que se produce. Los niños muchas veces prestan más atención a la caja que al contenido, consecuencia lógica en estos tiempos de recibir un sin número de regalos, desde luego más de uno, muchos de los cuales acabarán en una estantería recibiendo poca o ninguna atención.

Aún así, sin ese envoltorio final, multitud de cajas, bolsitas de plástico, porexpanes, cablecitos, plastiquitos ….. cubren el producto final. Todo esto, que recordemos tiene un coste, acaba en la basura. Hace años me dijeron que el coste de una lata de refresco, de esas tan corrientes y extendidas hoy en día, costaba 13 pesetas. Supongamos que hoy ronda los 10 cts. de euro y que va a la basura con cada refresco que se toma. Y no es lo malo el precio, sino que el hecho de ir a la basura deriva un nuevo coste en transporte, reciclado y en caso de llegar al basurero, un problema para la madre naturaleza que no sabe como absorber e integrar tanta basura como producimos hoy en día.

No hace mucho tiempo, las casas no generaban casi basura. En la ciudad algo más, pero en el campo todo se utilizaba, las sobras de comida para los animales, los restos orgánicos como abono en los sembrados. El brick, la botella de plástico y las bolsas de plástico inexistían. El simple hecho de ir a comprar yogurt a la panadería de la esquina implicaba el coger una cestita de alambre con los cuatro cascos vacíos y cambiarlos por los llenos. La cestilla era similar al ir por huevos. Los cascos de cristal iban y venían como moneda de trueque para obtener los productos. Y tenían un coste, que había que abonar la primera vez o cuando se rompía alguno. Otros productos, tales como la leche y el aceite no generaban residuos. La leche era vertida directamente por el lechero en casa todos los días desde su cántara al cazo donde se hervía a continuación. El aceite era dispensado en las tiendas y economatos, en la cantidad que se solicitase, desde unos émbolos gigantescos a modo de surtidores de gasolina, que succionaban el aceite desde un depósito oculto bajo el suelo y lo servían en el recipiente aportado por el cliente.

Los supermercados y la prisa han traído los envoltorios. Y los envoltorios ya no son sencillos, hay toda una industria detrás de ellos, en su fabricación y marketing, en hacer su diseño más atractivo a los ojos del comprador. AL final todos acaban en la basura o en el reciclaje, pero mientras cumplen su función y se pavonean de contener lo que realmente hemos ido a comprar.

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jueves, 3 de enero de 2008

TARJETAS

Las hay de muchos tipos, formas y colores. En alguna ocasión cayó en mis manos un código que se aplicaba a las tarjetas de visita y que consistía en doblar una o varias esquinas, de variadas formas, para indicar a la persona visitada nuestra intención. Las hay también de felicitación, de Navidad, profesionales … y las de plástico.

Estas últimas se han colado en nuestras vidas. Es casi imposible resistirse a llevar alguna en la cartera. Personalmente me admiro cuando, en la cola del supermercado, la señora precedente abre su monedero y en él se pueden ver, perfectamente alineadas, multitud de tarjetas de plástico de una infinidad de colores.

Si, lo ha adivinado, me refiero a las tarjetas bancarias, esas que nos permiten ir por el mundo sin dinero clásico, contante y sonante, monedas y papeles, y acceder a todo tipo de servicios y compras que son sufragados con la simple presentación de la tarjeta y una firma. La primera que tuve en mi poder fue a finales de los años setenta. Una conocida Caja de Ahorros estampó, en un sitio muy secreto y muy protegido al que pude acceder, cerca de dos millones de tarjetas que hizo llegar a sus clientes, de forma gratuita por supuesto. Una buena manera de ir creando necesidad que ha tenido sus frutos porque, ahora, treinta años después, son imprescindibles en nuestras vidas. No podemos llevar mucho dinero encima, no merece la pena, nos han convencido de lo práctico que resulta el uso de las tarjetas. Ya existen incluso algunos servicios que solo pueden obtenerse contra presentación de una tarjeta, tales como pagos por internet o reservas en determinadas cadenas de hoteles o alquiler de coches.

Independientemente de colores, son todas igualitas. La forma está establecida y fijada desde hace años y todos se atienen a ella. Incluso han proliferado las no estrictamente bancarias y que nos acreditan como socios de un determinado club, nos facilitan descuentos en tiendas y restaurantes o nos permiten ir acumulando puntos para viajes o estaciones de servicio.

Ahora bien, dentro de las bancarias las hay de crédito y de débito. Las primeras permiten gastar sin tener que disponer del dinero en ese momento. Al final de mes ya veremos, cuando venga la liquidación, podremos demorar el pago y, si no tenemos cuidado, meternos en una espiral peligrosa de deudas y más deudas.

Yo utilizo la de débito. En el mismo momento en que se produce la transacción, el dinero es retirado de tu cuenta, siempre que haya. En caso contrario no se autoriza el pago y habrá de buscarse otra tarjeta u otra forma de satisfacer la deuda. Y en estos últimos meses me he dedicado a observar un hecho muy curioso… y preocupante.

Con el estado actual y la evolución de los ordenadores, casi cualquiera en su domicilio particular puede grabar la banda magnética de una tarjeta. Los amigos de lo ajeno utilizan curiosos y variados sistemas para obtener los códigos y duplicar las tarjetas. Ya no hace falta aquel sitio de alta seguridad y secreto que confeccionaba las tarjetas en los primeros tiempos. Duplicar una tarjeta es cosa de niños. En el restaurante o la tienda donde dejamos la tarjeta para satisfacer la cuenta, en un segundo y fuera de nuestra vista, puede un empleado deshonesto obtener una copia de la banda magnética. Es cuestión de minutos transferir dicha banda por correo electrónico a un colega, grabarla en otra u otras tarjetas y empezar a utilizarla a muchos cientos o miles de kilómetros de distancia. Cuando tras la estupenda comida y un hermoso paseo por el parque lleguemos a casa y encendamos el ordenador para comprobar nuestro estado financiero, se nos quedará la cara a cuadros al comprobar cómo nuestra cuenta ha sido vaciada con pequeñas compras simultáneas en poblaciones muy distantes, pongamos como ejemplo Valencia y Cantabria. ¿Cómo es posible esto? Pues ya lo ven, no es demasiado complicado, más bien relativamente fácil.

Vamos demasiado tranquilos usando la tarjeta por doquier. No se trata de estar absolutamente preocupado o incluso dejar de usarla, pero si es conveniente observar unas mínimas precauciones cuando tengamos que dejar la tarjeta en manos ajenas. Una de ellas es no perderla nunca de vista, aunque esto es difícil. Cada vez están más de moda los terminales telefónicos inalámbricos que permiten a un restaurante cobrarte en la mesa, pero en otras ocasiones, el empleado se la lleva y por instantes o minutos desaparece de tu vista. Esto no es ciencia ficción, ocurre, aunque no sea una cuestión que, por razones obvias, se divulgue, lógico para no crear sensación de alarma. Pongo un ejemplo que sirva de ejercicio personal. ¿Mira Vd. “su” tarjeta cuando se la devuelven? ¿Verifica que es la suya? Si le dieran la tarjeta de otra persona del mismo banco, ¿se daría cuenta? Yo creo que no.

Y esto ocurre porque se han relajado las costumbres. De qué sirve pedir un documento identificativo si solo se mira por encima o si te devuelven la tarjeta nada más pasarla por el terminal, no pudiendo entonces comprobar la firma que figura en el reverso. Y lo digo por mis propias actuaciones. Desde el verano pasado nunca firmo con mi firma, ni siquiera mi nombre y apellidos, las notas que me dan en comercios, restaurantes y gasolineras, vamos, la firma no se parece en nada a la que figura en la tarjeta por detrás. En algunos sitios te piden el carnet de identidad, no siempre, pero incluso en esos casos y salvo honrosas excepciones, casi siempre personales, la revisión que hacen es “por encima”. Haga una prueba, pida prestado el carnet de identidad a un hermano para que por lo menos figuren sus mismos apellidos cuando vaya a comprar al supermercado y enséñele al empleado de caja, luego haga una firma que ni se le parezca. Yo he llegado a utilizar la tarjeta de crédito de mi mujer, con mi dni y una firma inventada. Sin problemas.

Evidentemente hay nuevos sistemas desarrollados mucho más seguros y difíciles de copiar y duplicar. Pero todo en esta vida está en función de los costes. Los nuevos sistemas implican un cambio de terminales lectores en todos los comercios y puntos donde actualmente se puede utilizar la tarjeta. Y esto a nivel mundial. Y estos nuevos terminales tienen un coste. ¿Quién paga? ¿Cuándo se hace esto? ¿Cómo se hace? Preguntas con muchas respuestas, pendientes hoy día pero que requieren una solución más o menos inmediata para que podamos volver a tener la confianza necesaria en las tarjetas y usarlas con confianza y sin prevención.

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