Vivo en un pueblo, ya de cierta entidad, en las cercanías de una gran capital. En el aspecto del comercio es un entorno complicado ya que hoy en día nos desplazamos mucho, por trabajo o por ocio, incluso por compras, con lo que es relativamente fácil, y corriente, vivir en una localidad y hacer el gasto, diario o extraordinario en otra. Muchas personas, que se desplazan a sus quehaceres laborales en coche, optan por la comodidad, precio o conveniencia en parar un momento en el trayecto de regreso a casa y hacer las compras.
El hecho que voy a comentar en este suelto ya me ha ocurrido en más de una ocasión. Hace unos días en el grupo al que pertenezco por afición decidimos comprar unas estanterías para ordenar y dejar con mejor aspecto el local en el que nos reunimos, trabajamos y tenemos nuestras cosas y archivos. Hay ciertas cosas que le tocan a uno y esta fue una de ellas: encargarme de mirar y comprar lo más conveniente.
Dirigirse a una tienda del pueblo en el que vives y te conocen tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Te desplazas andando, te conocen y atienden bien y con amabilidad pero tienes que comunicar lo que quieres. Desde ese momento el comerciante sabe de tu necesidad y si al final no le compras el producto a él puede pensar en mil razones y sentir cierto malhumor. En este caso mi intención era ver si disponían de las estanterías y su precio. Me dieron un presupuesto y me dijeron que no las tenían en el almacén, si no que había que pedirlas y tardarían unos días. Repito e insisto, “unos días”.
Con motivo de un desplazamiento de los que hemos comentado, paré y entré en uno de esos grandes centros comerciales donde tienen de todo, donde se aparca fácilmente y donde con un carrito, por lo menos hasta el coche, te puedes llevar montones y montones de cosas casi sin esfuerzo. Por descontado que disponían de las estanterías que necesitábamos y de todos los aditamentos necesarios, debidamente embalados y preparados. El precio era también inferior, no mucho, así que estaba todo a “pedir de boca” para cargar con las estanterías, pagar con la tarjeta, cargarlas en el coche y llevarlas directamente al local.
Pero …. de vez en cuando se hacen cosas sin saber muy bien porqué. Realmente el asunto no corría una prisa enorme, aunque hay muchas cosas empantanadas en el local pendiente de su ordenación. Siempre está bien preocuparse por tus convecinos e intentar mantener las tiendas abiertas que bien que acudimos a ellas cuando necesitamos algo con cierta inmediatez. Así que volví a la tienda y encargué las estanterías. Tomaron nota y me dijeron que ya me avisarían. Pregunté que cuando, más o menos, lo que hizo que se molestara un poco mi buen amigo el tendero. Al final, no obtuve una respuesta clara, simplemente “que ya me llamaría” cuando estuvieran.
Ha pasado una semana desde que hice el encargo. No me han avisado y he cometido la “indelicadeza” de ir a preguntar, …. sin haberme llamado. Con cierto tono de molestia poco más o menos he entendido que no habían hecho el pedido, que tenían que esperar porque no podían pedir eso solo y alguna cosilla más que no he podido o no he querido entender.
Y yo me pregunto ¿no podría haberme informado de esto cuando encargué las estanterías?
Seguiremos esperando, ya no queda otro remedio, salvo salir a malas. Algún día me avisará y tendré que ir a recoger las estanterías. No se puede aparcar en las inmediaciones así que o echarle cara y parar el coche en medio de la calle hasta que cargue el material, por supuesto sin carrito, o hacer viajes al coche aparcado lo más cerca posible.
Y cuando esto ocurra, lo más probable es que se me quede una cara de haba y piense si no he hecho el tonto al no comprar las estanterías en el centro comercial, mucho antes, más baratas y con más comodidad.
Repito que esto me ha ocurrido en otras ocasiones. Una vez fue con un libro que vendían en la librería enfrente de mi oficina y que por los mismos motivos encargué en la tienda del pueblo. Fueron tres semanas lo que tardó en llegar. Otra vez con un cuadro que si no llego a pasar por la tienda y cambiar la moldura, no lo habrían hecho nunca porque no encontraban la moldura que me habían ofrecido.
No sé la solución, si la hay, pero las tiendas y sus tenderos deberán poner más imaginación para paliar o amortiguar estos hechos en la medida de lo posible. Por lo menos con una información veraz y ajustada. Si no lo hacen, incluso aquellos como yo que tomamos decisiones “raras” desde el punto de vista de la comodidad y del coste dejaremos de hacerlo y optaremos por lo que más convenga a nuesros intereses sin mostrar nuestra vena altruista.
Deconstrucción
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Por Ángel E. LejarriagaEste poema está incluido en el poemario El circo de
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