sábado, 4 de julio de 2009

SUPLICIO


Me gusta conducir. Me gusta mucho conducir. He tenido la gran suerte de tener coche desde los 18 años, mínima edad legal que fue y sigue siendo por el momento para poder tomar el volante de un coche y disfrutar de la libertad que supone el moverte a tus anchas y explorar nuevas rutas y nuevos rincones. También he tenido la suerte de tener dinero para gasolina. Recuerdo que el primer litro de gasolina que puse en mi primer coche, un SEAT 127, costaba siete pesetas de las de antaño.
Al principio de los años ochenta del siglo pasado, cuando llegaban las vacaciones de verano, el ritual era llenar el coche de comida no perecedera, añadir la tienda de campaña y hacer kilómetros por las carreteras europeas, toda una aventura. Recuerdos especiales como aquel viaje de treinta días recorriendo más de trece mil kilómetros hasta sobrepasar el Círculo Polar Ártico y disfrutar del inolvidable “Sol de Medianoche” o galopadas de mil ochocientos kilómetros para llegar a casa desde Interlaken, en el corazón de Suiza, en una sola jornada, cuando el tramo entre Zaragoza y Madrid, los últimos trescientos y pico kilómetros, eran de carretera normal, llena de camiones.
Pero esta introducción me desvía del interés en este escrito. En esta semana me he visto obligado a hacer 54 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, a media mañana, por carreteras locales de la Comunidad de Madrid. Un verdadero calvario, enorme suplicio, especialmente cuando hay que atravesar múltiples poblaciones como fue el caso.
Los camiones y furgonetas de reparto, que hacen su trabajo como pueden, los camiones de retiradas de los contenedores de basura, verdes, amarillos o azules, que paran y realizan sus funciones cuando les toca, el autobús de línea que mientras está parado recogiendo y dejando viajeros corta el tráfico, el turista despistado que para a preguntar, el conductor mayor que va lentísimo, el que aparca y desaparca ….. una serie de pequeños caos que te pueden hacer el viaje de lo más desagradable.
Pero esto es parte del juego. El tráfico es así y hay que adaptarse, bien eligiendo otros horarios o bien poniendo buena música en la radio y disfrutando del "paseo", eso sí, saliendo con suficiente tiempo para tardar hora y cuarto en un trayecto que normalmente se hace en cuarenta y cinco minutos.
Los conductores, hablando en términos generales, nos hemos dedicado durante muchos años a ignorar las señales de tráfico, unos más y otros menos, y adaptarlas a nuestras peculiares visiones. El aparcar bajo una señal de prohibido, siempre que “no se molestase”, era y sigue siendo habitual, así como otras cuestiones menores y no tan menores, que quitaban valor a las señales y permitían adaptar el Código de la Circulación a la visión particular de cada uno. Otras cosas de más calado, como velocidad, conductas inadecuadas, conducir en estado de embriaguez, saltarse los semáforos o señales peligrosas como un “stop”, empezaban a denotar un relajamiento en la observación de las normas que conducía a efectos muy dañinos y perniciosos, tales como muertos y heridos que no paraban de crecer y engrosar las estadísticas siniestras semana tras semana.
A estas alturas en las que estamos, solo el “jarabe de palo” aplicado con contundencia parece la única posibilidad de meternos a todos en vereda. El Carnet Por Puntos, la subida desproporcionada de las multas, radares fijos y móviles que van apareciendo como setas en todas las carreteras y acciones similares parece que están empezando a surtir efecto a tenor de lo que reflejan las estadísticas. Conducimos con demasiado miedo para no incurrir en falta.
Pero me quiero referir a otros “jarabe de palo” que afean nuestros pueblos y ciudades, que nos cuestan mucho dinero, que destrozan nuestros vehículos y que ponen a prueba nuestra paciencia. Son restricciones físicas tales como bolardos en las aceras, bordillos levantados, caceras, zanjas, barreras y ….. “guardias tumbados”. Ya que no nos pueden poner un guardia real a cada conductor las veinticuatro horas del día, nuestras autoridades se han dedicado a sembrar los pueblos, como si de una auténtica plaga se tratase, de estas elevaciones de la calzada, algunas realizadas con poco criterio y que representan un suplicio diario para miles y miles de conductores.
En el viaje que he comentado anteriormente, para distraerme, me dediqué a contar los “guardias tumbados” que iba sobrepasando. Solo aguanté en las tres primeras poblaciones, donde registré respectivamente 9, 13 y 12. Luego ya lo dejé por aburrimiento. Treinta y cuatro saltitos “tachín-tachán” con el coche a la ida y otros treinta y cuatro saltitos a la vuelta solo en esas tres poblaciones.
Desde luego que cumplen su función, que es reducir la velocidad de los vehículos. A la fuerza obligan. Al parecer a tanto ha llegado la cosa que el Ministerio de Fomento, el pasado mes de Noviembre, ha emitido una nota técnica que regula e informa de las medidas y tamaños que se deben tener en cuenta al construir estos “impedimentos” tan molestos. Porque parece que llega el albañil del ayuntamiento correspondiente y los hace según le venga la idea o tenga ganas, repito, parece. Algunos se asemejan a bordillos atravesados en la calzada, como el de la fotografía, y son terroríficos para los coches y no digamos ya para autobuses o camiones, que a pesar de pasar prácticamente parados se dejan los bajos, la amortiguación y la paciencia de sus conductores.
El otro día hice una prueba, pero solo una, ya que no estoy por la labor de destrozar el coche. En un tramo que estaba señalizado a 50 como velocidad máxima, puse el coche a esa velocidad exacta utilizando el limitador y acometí decidido uno de ellos. Casi me quedo allí. El pasarlos a 30 kilómetros por hora, repito en un tramo señalizado a 50, ya es en algunos casos como para tener que llamar a la grúa y que venga a recogernos.
Al final es lo de siempre, como hay algunos conductores, entiendo que una minoría que no cumplen las normas, pongamos obstáculos para hacérselas cumplir a estos pocos, y de paso castigamos a la mayoría que no tendría por qué sufrir estos inconvenientes.
Y lo más lamentable es la cuestión de fondo, olvidada ya, y que recupero:
¿porqué no es suficiente con las señales de limitación de velocidad?