domingo, 1 de noviembre de 2009

LACERANTE


La verdad que es que no es para tanto. El dolor que me produce el tema no es tan intenso, quizá ni tan siquiera sea dolor, pero el titulo me parecía llamativo y por eso lo he escogido. Algunas veces me gustaría tener la vena de escritores como Arturo Pérez Reverte, que seguro que escribiría lo que a continuación voy a exponer con mucha más enjundia. Algo parecido a lo publicado hace unas semanas en “XL Semanal” sobre las tiendas desaparecidas y que quizá se pueda ver aún en
http://xlsemanal.finanzas.com/web/firma.php?id_edicion=4647&id_firma=9870

Nos desayunamos, comemos y cenamos desde hace meses con la pelea política por el control de una entidad financiera entre las primeras de España: La Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid. Los nuevos tiempos y la necesidad de que todo sea más rápido han reducido el nombre hasta dejarlo en un escueto Cajamadrid que es más fácil y más rápido. Y digo que me duele un poquito el ver como entre unos y otros, políticos aclaro, y del mismo partido, aclaro más, se disputan la presidencia de la entidad. Menos mal que son todos del Partido Popular, aunque esto le da una característica más peculiar y me lleva a una pregunta: ¿de qué forma y manera han sido manejados los mecanismos de nombramiento de presidente para que todo se quede en la casa del PP? Cuando se pongan de acuerdo, nombrarán a uno u otro, posiblemente sin más necesidades y miramientos que ser del partido. De aquí se sigue con el que todo vale y que cualquiera puede dirigir el timón de la nave de una empresa financiera de la envergadura de la Caja. No quiero pensar un poco más allá en que intereses se mueven en todo esto, aunque es seguro que lo fundamental es la Obra Social, en otros tiempos tan importante, sea reconducida y eficaz en el tratamiento y mejora de problemas sociales. El dinero y el poder son accesorios pero no están en sus mentes.

El tema me toca la fibra sensible porque fui empleado de la Entidad, como solíamos llamarla, durante casi veinte años, diecinueve años y cuatro meses para ser exactos, allá por los años setenta y ochenta del siglo pasado. Me deja mal sabor de boca ver como se ha perdido el espíritu que imperaba en aquellos años y como últimamente se ha ido deteriorando, no solo en la cabeza sino en todos los estamentos. Recuerdo presentarme a la oposición para una plaza de auxiliar administrativo de una oficina de pueblo. Mi sorpresa fue mayúscula cuando vi que entre las dieciocho personas que acudimos a la oposición, cuatro de ellas eran ya empleados, tres botones y un auxiliar, y que tenían la necesidad de acudir a una convocatoria pública como los demás para optar a la plaza. Y sin tener ningún punto extra por su condición de empleados. En los estudios aprendía que el Monte de Piedad se fundó en 1702 y la Caja de Ahorros en 1838.

La sorpresa fue más mayúscula cuando conseguí la plaza. Recuerdo vivamente cuando acudí edificio central situado antes y ahora en la madrileña Plaza del Celenque. Me recibió el propio jefe de personal, Dn Eloy Rivas Fresnedo, y me dio la enhorabuena haciéndome ver que el proceso había sido limpio y que gracias a mis méritos y sin “ninguna cosa más”, léase enchufe, había pasado a ser uno de los empleados de la entidad, que por aquellas fechas se acercaba a los dos mil empleados.

Empecé a prestar mis servicios en una oficina de pueblo con tres empleados, jefe, auxiliar y botones y donde en aquella época se hacían todavía las cosas a mano, se anotaban las operaciones en las libretas y fichas, se calculaban los intereses en el momento por el método indirecto y se rellenaban los diarios contables en un sistema ingenioso con hojas desplazables y el temible papel carbón para calco. El mundo de los ordenadores estaba por llegar pero no tardó mucho. Al año se convocó una oposición interna para acceder a nueve puestos de programadores en el Servicio Electrónico de reciente creación. La propia oposición iba a ser la formación en esas nuevas técnicas. Nos presentamos cerca de setecientos empleados para las nueve plazas y al final fui uno de los afortunados. El doce de noviembre de mil novecientos setenta y tres junto con Pedro, Jose Luis, Javier, Emilio, Jesús, Jorge, Antonio y Alberto asistí a los primeros pasos de una ingente tarea de “mecanización” de los operativos que fue la base de lo que hoy es uno de los primeros centros de procesos de datos del país.

Los cajeros automáticos, que están por todas partes, imprescindibles hoy en día, aparecieron en España de la mano de la Caja en 1978 y tuve la suerte y la oportunidad de participar en todo aquel maremágnum completamente nuevo para nosotros. Como anécdota a referir, los programas nativos de IBM para ellos solo disponían de un máximo de nueve dígitos para las cantidades. Si recordamos que en aquella época estaban vigentes los céntimos, la máxima cantidad que se podía manejar con los programas transaccionales de los cajeros era de 9.999.999,99. Nueve millones de pesetas eran mucho en aquella época pero no era suficiente, por lo que los técnicos americanos debieron de modificar todo para poder llegar a quince cifras que permitían un margen de maniobra mayor. Tengo que reconocer que no anduvimos solos y los italianos, con sus liras y el mismo problema, también presionaron para la ampliación de cifras.

Podía referir muchas y buenas anécdotas de esa parte de mi vida laboral pero no es sitio ni lugar. No solo momentos laborales intensos sino extra-laborales en partidos de fútbol, excursiones y multitud de eventos. Uno de ellos era la comida anual que la Caja ofrecía a todos sus empleados con motivo de la fiesta de la Sagrada Familia y donde acudíamos muchos con buen espíritu y como motivo de encuentro para saludar a los compañeros que hacía tiempo que no veíamos. Como todo fue cambiando, a la última a la que asistí ya hubo pitos y malos modos en el discurso final del Presidente por lo que creo que no se celebró más.

Tras casi veinte años allí y sin que nadie me obligara tomé la decisión de cambiar de aires, pero quedó un poso grande de esa época de mi vida. Ese poso se revuelve por ahí dentro cuando se habla de la Caja y me hace recordar tiempos pasados en los que las cosas eran…. de otra forma.