domingo, 3 de enero de 2010

ANASTASIO



“Madre no hay más que una” reza el dicho popular. No sé si de aquí se puede deducir que padres puede haber muchos aunque todos sabemos que también solo hay uno. El primer día del año, recién estrenado el 2010, a las siete de la mañana, Anastasio, mi padre, nos dijo adiós para ir con toda seguridad al cielo y descansar para siempre. Sus 88 años de vida le permitieron conocer y vivir los numerosos cambios que se han producido en el ya pasado siglo XX y los albores de este.

La guerra civil española, esa de la que los algo más jóvenes hemos oído hablar pero no llegamos más que a hacernos una idea, le sorprendió
con quince años y tuvo que pasarla lejos de su casa y de su familia, en Alaquàs, un pueblo de Valencia que siempre recordó con cariño. La vuelta a casa supuso un cambio radical en su vida, ya que su padre quedó para siempre descansando en tierras valencianas y nunca volvió a su hogar. La recuperación y puesta en marcha de nuevo del negocio familiar, una sastrería, ocupó sus primeros años juveniles, aunque pronto se dio cuenta de que no era bueno trabajar en asuntos familiares y de forma autodidacta y sin haber ido casi a la escuela, sacó sus oposiciones de cartero urbano. Todavía de muy mayor recitaba de corrido y con cantinela los pueblos que componían los distritos postales de cada una de las provincias españolas. No obstante nunca olvidó su profesión de sastre y daba gusto ver como de vez en cuando, para la familia e incluso para algunos amigos como dn. Ricardo, el médico del pueblo, metía las mangas de algunas chaquetas, los bajos de algunos pantalones o recomponía las hechuras de algún abrigo.

Como la familia aumentaba y el sueldo de cartero llegaba a fin de mes con muchos apuros, dedicó a las tardes a trabajar como administrativo de empresas, primero en una de jardinería y viveros y finalmente hasta su retiro en una de construcción. Con ello no llegaba a casa hasta más allá de las diez de la noche, con lo que sus hijos le veíamos en la comida familiar y los domingos. Eso sí era trabajar de sol a sol. Desde mis trece a mis diecisiete años estuve trabajando con él en esa empresa de construcción, donde aprendí muchas cosas aunque fue duro tener a tu padre como tu encargado, ya que me regañaba y me corregía, por mi bien, mucho más que el propio jefe de la empresa. Uno de sus compañeros de esta empresa, Miguel, el chófer el camión, le apodó como “cabalito”, un mote que no le gustaba nada, peo que reflejaba el cuidado y pulcritud en su forma de hacer las cosas.

Ya con más de cincuenta años estudió y aprobó una plaza para cajero en la Caja de Ahorros. Cuando le llegó el nombramiento y tenía que pedir la baja en el cuerpo de Correos, se lo pensó dos veces y renunció a una plaza calentita en una oficina bancaria para seguir bregando con sus cartas, su reparto diario y su contacto con la gente.

Escribía siempre con pluma y con una letra antigua y preciosa. La gustaba mucho escribir, con lo que en casa hay montones de papeles con notas, cuentas y anécdotas. En plena época de las máquinas de escribir, con motivo de tener que redactar alguna instancia o documento oficial, le requería para que me la escribiera, para presentarla con todo orgullo en el registro oficial donde sorprendía por el hecho de que fuera escrita a mano y además con esa letra tan característica.

Hace un par de años escribía una entrada en este blog titulada “Dos amigos”
( http://sensacionesinciertas.blogspot.com/2008/01/dos-amigos.html ) donde relataba como en los últimos años, tras una caída se fueron agravando sus problemas físicos hasta quedar en una silla de ruedas. Julián, el otro protagonista de esta historia sigue hecho un chaval y asistió al sepelio muy compungido. Anastasio fue un hombre activo, de hacer recados, de salir y entrar, que se llevaba bien con todo el mundo y era muy apreciado en el pueblo, empezó a decaer al no tener actividad y dejar de tener ganas de estar entre nosotros. Poco a poco se ha ido apagando hasta que se nos ha marchado.

Fue un hombre muy querido por sus paisanos. La masiva afluencia a la misa funeral celebrada antes de su entierro y las numerosas muestras de cariño que recibimos sus hijos y familiares así lo atestiguan. Desde ayer sus restos reposan en el camposanto muy cerca de su querido Cristo de la Buena Muerte que preside la capilla del cementerio. La parte final de la oración, obra de Josá María Pemán, que como responso se rezó antes de su inhumación, fue especialmente emotiva. Dice así

Señor, aunque no merezco
que tu escuches mi quejido,
por la muerte que has sufrido,
escucha lo que te ofrezco
y escucha lo que te pido.
A ofrecerte, Señor, vengo
mi ser, mi vida, mi amor,
mi alegría, mi dolor;
cuanto puedo y cuanto tengo;
cuanto me has dado, Señor.
Y a cambio de esta alma llena
de amor que vengo a ofrecerte,
dame una vida serena
y una muerte santa y buena.
¡Cristo de la Buena Muerte¡

Descanse en Paz.