Esta pequeña historia de dos amigos pretende transmitir la importancia que tiene la actividad física diaria en la vida de las personas. De forma intencionada he utilizado la palabra actividad en lugar de ejercicio para no hacer una distinción pormenorizada entre sus significados. Lo ideal es que todos hiciéramos algo que obligue de alguna manera al cuerpo a mantener el tono físico, dado que hoy día, debido a las nuevas formas de trabajo y de desplazarse, algunas personas pasan jornadas completas prácticamente sin moverse. Como premio adicional, la actividad, o el ejercicio si queremos considerarlo como una actividad más intensa, aportan un grado más o menos importante de optimismo en el afrontamiento de los problemas diarios, dependiendo del carácter y la personalidad de cada cual, y permite o incluso garantiza un mejor descanso.
Uno de ellos, Anastasio, fué cartero urbano hasta su jubilación con 63 años. Cartero de los de antes, de la saca al hombro, llena de cartas, periódicos, giros y reembolsos, de ir andando a repartir, incluyendo varias idas y venidas a la cartería para rellenar la cartera dado que en un viaje no cabía todo el trasiego diario. Puedo asegurar que la saca pesaba lo suyo, principalmente debido al periódico ABC que era el que más suscriptores tenía en el pueblo, dado que en alguna ocasión y durante mis vacaciones escolares de verano le acompañaba, lo cual fue una experiencia enriquecedora. Nunca estuvo enfermo y alguna fotografía hay suya en pleno reparto con la nieve hasta las rodillas. Eran otros tiempos donde los carteros tenían a gala, y lo cumplían, que no se quedaría ningún envío sin repartir pese a viento, marea e inclemencias del tiempo. A última hora, dado que no tenía carnet de conducir, consiguió que le asignaran primero una “velosoles” y luego una “rieju”, pequeñas motocicletas que le ahorraban buena parte de sus paseos.
El otro amigo, Julián, dos años mayor, se jubiló con 65 años y por tanto al mismo tiempo. Julián era un caso opuesto, ya que sus labores administrativas en una multinacional le hacían pasar la jornada laboral sentado poco más o menos todo el día.
En el momento de la jubilación, quizá con el peso de sus respectivas profesiones, se invirtió la tendencia. Julián empezó a andar, a salir, a moverse, en suma, a incrementar grandemente su actividad física. Incluso se trasladó a una ciudad a nivel de mar, con clima más templado durante los meses de invierno, que le permitía incluso bañarse todos los días del año así que apareciera un poco el sol. Un bañito, secado de toalla, cambio a un bañador seco, camiseta, y a pasear. Luego en verano, regresaba los dos meses a la montaña, para saludar a sus amigos y paisanos, huir de los veraneantes de la playa y aprovechar el clima menos caluroso para seguir con sus ejercicios y paseos. Perdió a su mujer hace algunos años, pero la vida sigue y el la vive intensamente, vamos, que está hecho un chaval. Vive solo en la ciudad de la costa, a cientos de kilómetros de sus hijas, se organiza su vida y su principal problema son las conversaciones con sus hijas que se le quieren traer cerca para atenderle y “por si pasa algo”. Cuando surge la ocasión, por Navidad o con motivo de algún evento, coge su tren y se viene, unos días, pero una vez aquí está deseando marcharse. Dice que no se encuentra, que no le dejan hacer nada, algún recadillo, pero que echa de menos su devenir diario.
Han pasado 23 años desde aquellas jubilaciones. Para atisbar un poco de que va esta historia, solo decir que ya me gustaría a mí, mucho más joven, tener el aspecto, la vitalidad y las ganas de vivir de Julián. Parece que el tiempo no pasa para él.
En la otra cara de la moneda, Anastasio, dos años más joven, fue reduciendo drásticamente la actividad física que le imponía su profesión. Hoy día se encuentra con muchos problemas físicos y por ende y poco a poco, mentales. Con motivo de una caída hace un par de años, empezó a tener problemas de movilidad llegando a permanecer en casa, de la cama al sillón y del sillón a la cama, sin apenas andar unos pocos pasos al día. Al ser una persona activa toda su vida y dedicada al trabajo, no tiene aficiones que pueda desarrollar sentado, tales como la lectura, música, fotografía, o incluso y que Dios me perdone, la televisión. El tema del ordenador le ha llegado tarde y no comprende que es eso de la “internet”. Esta falta de actividad física y mental acaba con el más pintado, por lo que poco a poco se presentan más complicaciones, digamos enfermedades, que van minando sistemáticamente las ganas de vivir y de luchar.
Un “viejo” profesor de psicología comentó en una de sus clases que, en lo tocante a la salud “es muy fácil tomar decisiones cuando caemos enfermos pero es muy difícil tomar las mismas cuando estamos sanos para evitar la posible enfermedad”.
Por si queda alguna duda, nos tenemos que aplicar el cuento. Y además seriamente. Esas conductas que nos repiten machaconamente los profesionales de la salud, y que nosotros interiorizamos, comprendemos y, lo que es peor, posponemos, nos pueden garantizar una mejor calidad de vida, incluso un alargamiento de la misma. El bajarse un par de paradas de autobús antes, aparcar más lejos del trabajo, ir a hacer los recados andando, beber menos, fumar nada, hacer ejercicio físico suave pero regular ciertos días a la semana, comer mejor, leer, viajar, ir al gimnasio o a nadar, aprender a tocar algún instrumento musical, girar una visita diaria a la biblioteca, asistir a una subasta de ganado aunque no seamos ganaderos, ver museos, apuntarse a bailes de salón, recibir clases de encuadernación, macramé o pintura, aprender un idioma …. son ejemplos de actividades que podemos desarrollar y que nos van a insuflar un mejor optimismo y una mejor calidad de vida actual y futura. Podemos seguir engañándonos a nosotros mismos con que no tenemos tiempo, pero lo que en realidad nos pasa es que no hemos visto “las orejas al lobo”. Pensemos que quizá cuando se las veamos ya será tarde y pongamos manos a la obra desde ahora mismo para ir “ahorrando” para el futuro.
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